¿Se gana realmente algo al subrayar que determinado poeta mexicano del siglo XXI sea católico? Al menos en el México de hoy en día, referirse al catolicismo es apelar à tout et son contraire, indicando apenas una realidad proliferante y flexible que, si en ocasiones implica una verdadera ética del reconocimiento y el amor, otras veces colinda con el fanatismo y el desprecio; que, si está dotada en ciertos casos de un genuino sentido de cultura ―cívica, litúrgica o artística―, en otros adolece de intransigencia, mala retórica y superstición. Léanse, por ejemplo, estos renglones de Víctor Manuel Mendiola, de donde acabo de citar las expresiones “tradición católica” y “arrebato religioso”, y verifíquese cómo, por el solo hecho de girar en la órbita de lo católico, hasta las palabras “ejercicio” y “disciplina” se cargan de un significado parasitario que, lejos de cooperar en un mejor entendimiento de la poesía, retrasa y enturbia su comprensión:
En cuanto a la idea de un arrebato religioso informado, la nueva poesía mexicana presenta dos ejemplos dignos de ser mencionados tanto por la constancia como por el carácter apasionado que revelan: Javier Sicilia y Elsa Cross. Estos poetas más que explorar mitos buscan misterios y, además, realizan este ejercicio con una disciplina atlética. El primero, dentro de la tradición católica y, la segunda, dentro del hinduismo.
No rechazo las evidencias, por supuesto: en Sicilia, como en casi ningún otro poeta mexicano importante de las últimas décadas, no sólo el cristianismo en su versión más austera, sino igualmente los ritos, prácticas y creencias de mayor complejidad y sofisticación del catolicismo encuentran ya no se diga un lugar, sino un correlato con la historia (por lo general trágica) de la humanidad, con el imaginario poético y con la experiencia cotidiana. Ello, sin embargo, más que refrendarlo como buen católico lo refrenda como buen poeta, en la medida que sus libros han demostrado ser capaces de resistir ―no sólo de sostener― un diálogo intenso con autores profundos, bibliotecas enormes y cuestiones morales de suma gravedad. De ahí que, más que leer en su Tríptico del Desierto el destino del catolicismo ante la posmodernidad, yo he leído en cierta forma el destino de la poesía del siglo XX (Rilke, Celan, Eliot) en la del XXI.
Tríptico del Desierto es, como indica su título, una trilogía y, si se avanza un poco más en la descripción, una especie de triángulo cuya primera característica es la de ser no isósceles ni equilátero, sino escaleno. Cada una de las tres partes del volumen (“Las cuentas en los dedos”, “La noche de lo Abierto” y “La estría en el yermo”) tiene, pues, entidad particular, ya que ninguna es modelo ni repetición de las otras, pero a la vez resulta decisivo que los tres apartados no sean tres poemarios contiguos, puestos uno junto al otro por mera inercia o atavismo acumulativo, sino que sean en verdad tres estancias, tres averiguaciones, tres maneras de hacer una misma constatación: la del hueco, retracción o ausencia de Dios en el universo cuya creación se le atribuye. Se trata básicamente de la teoría del tsimtsum, esa retirada o contracción de Dios que, al menos desde la Edad Media hispano-hebrea, ya postulaba el cabalista Isaac de Luria, como enseñan Gershom Scholem y José Ángel Valente.
Que la “teología del vacío” no sea novedosa ni original de Sicilia importa muy poco. Lo que importa, más bien, son las vías por las que percibe semejante abstracción y se apropia de su sentido gracias a un ritmo, gracias a una respiración, gracias a una percepción sensorial más que a una concepción del mundo. Conviene subrayar cómo Sicilia se adueña del pensamiento del tsimtsum en palimpsesto, como traduciendo y reescribiendo un texto anterior:
Hueco, hueco, hueco,
todo viene del hueco,
dice prácticamente al final del Tríptico, y al decirlo interpreta y reelabora el comienzo del tercer pasaje de “East Coker”, segundo de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot:
O dark dark dark. They all go into the dark.
En otra página el estímulo no es menos entrañable, sabio y profundo, pero no se diría tan denso ni tan intrincado como los Cuartetos. Me refiero a un epígrafe que remite al Bob Dylan de Time Out Of Mind, su disco amargo y sereno de 1997, y específicamente al estribillo de Not Dark Yet: “It’s not dark yet, but it’s getting there”. Sicilia va mezclando con ésta dos o tres referencias más, y la última estrofa del poema ―nítida en la sensación, enigmática en la evocación― impresiona por su poder sintético:
No recuerdo a qué vine
ni qué ciudad es ésta entre las calles;
ya no sé a quién esperas en tu vientre vacío;
la calle sube serpenteando
y el viento silba en la iglesia desierta.
No recuerdo a qué vine.
Aún no ha oscurecido,
pero dicen que pronto llegará la noche.
Cuando, en otro poema, Sicilia escribe: “A las puertas del templo me senté a llorar”, templo y llanto se perciben ―dado el contexto― como verdades macizas, arraigadas en la estricta vivencia del poeta. Las meditaciones y rezos del rosario, que determinan la disposición y el orden de “Las cuentas en los dedos”, primera sección del Tríptico, hacen perfectamente necesario y verosímil que, al alcanzarse los misterios dolorosos, haya un templo de luto y, por lo tanto, una desgracia que llorar. El ademán de sentarse a sufrir el duelo, sin embargo, remite a las palabras de un poeta, el padre Alfredo R. Placencia:
Me sentaré a raíz, sobre la tierra,
mientras la vida calla y la luz duerme,
y el dique romperé, que el llanto encierra,
y a otras del ya referido T. S. Eliot, ahora en la Tierra baldía:
By the waters of Leman I sat down and wept,
y a las palabras de Nehemías:
Al escuchar estas noticias, me senté a llorar,
y, por supuesto, al salmo 137:
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos
y llorábamos acordándonos de Sión.
En el poema de Sicilia, entonces, la selección de las palabras delimita un punto de confluencia en que se ven reunidas la tradición (religiosa, en efecto, pero de una religión escrita, y escrita fundamentalmente por los poetas) y el arbitrio individual. El propio Sicilia, buen lector de Placencia, prologó en 1990 el insustituible Libro de Dios del sacerdote jalisciense, modernista crepuscular. Entresaco de su “Presentación” estas líneas y enfatizo en ellas la noción de vacío, la experiencia del dolor, la conquista crítica de una conciencia, la recompensa de la revelación, el sentido del espacio y el centro y la forma como todas estas nociones remiten al problema de la identidad:
Podría decirse que el pecado vivido con la conciencia del dolor operó en Placencia con una fuerza semejante a la kenosis (vaciamiento) del místico. […] Sin embargo, a diferencia de [los místicos], el poema en Placencia no es un centro de la revelación, sino un espacio a través del cual el hombre calma su dolor y se confiesa esperando la misericordia salvífica. Así, el poeta es un hombre desgarrado y sufriente que en su dolor se asoma a su alma para descubrir su verdadera identidad.
Para todo católico, ese dolor y esa conciencia remiten desde un principio ―y casi exclusivamente― a la pasión y muerte de Cristo. En la poesía de Javier Sicilia, en cambio, el martirio del redentor desencadena toda una serie de asociaciones verbales y del imaginario cuyo núcleo es la liturgia pascual (y, más que nada, el oficio de tinieblas) y, con ella, un conjunto de rituales codificados en torno a la persistencia del fuego ante la oscuridad generalizada. Oscurecer el templo, en este contexto, es prepararlo para la manifestación de lo sagrado, lo mismo que oscurecer las palabras del poema ―o sea opacarlas, despojarlas de iluminación artificial― es ahuecarlas y vaciarlas con tal de posibilitar en ellas la expresión estética, que también es erótica y política: "Oscurecimos todo / para poder mirar la luz de donde vino […] / humillamos el río de la carne y su memoria / hasta volverlos noche de la noche en el silencio oscurecimos todo / licuamos cada parte de la sombra / cada uva de niebla / cada mosto de bruma oscurecimos todo hasta hacerlo indoloro / fingimos que era luz abrasados de sueños enlazados nos miramos la noche tras los ojos / oscurecimos todo y al final el cirio de luz el cirio de la carne contemplamos emergido del tiempo incontenible / fruto de su decir vuelto llama / que lleva en él la cicatriz del tiempo".
Importa observar, entonces, los mecanismos por cuya operación las creencias particulares de Javier Sicilia encuentran respaldo en su conocimiento del ceremonial católico y de los textos bíblicos o teológicos, pero ante todo en cierta concepción de la poesía. Formado en la preceptiva del Siglo de Oro castellano, el Sicilia de Permanencia en los puertos (1982), Oro (1990), Trinidad (1992), Vigilias (1994), Resurrección (1995) y Pascua (2000) era un poeta que trascendía el mero neoclasicismo de la silva, la lira y el soneto gracias a la energía introspectiva y la conmovedora sencillez de su inspiración. En gran medida es otro el Sicilia de Lectio (2004) y de Tríptico del Desierto (2009): más plural, menos empeñado en pulir la superficie del texto hasta volverla uniforme, más concertador y menos partidario del unísono.
Rainer Maria Rilke y Paul Celan, otros dos poetas de honestas y conflictivas relaciones con sus respectivas educaciones religiosas (el Rilke de “lo Abierto” contrapuesto al “mundo interpretado”, el Celan todavía discursivo de “Fuga de la muerte”) son presencias que también han contribuido a modelar el tono, la velocidad y el repertorio temático de Tríptico del Desierto. Tono, velocidad y temario, quiero decir, que informan ―por lo menos aquí, por lo menos ahora― eso que suele llamarse un aliento. Amplio, deseoso de nombrar incluso los pliegues más enigmáticos del ser y, al mismo tiempo, respetuoso del misterio que lo impulsa encubriéndose, no revelándose del todo, el aliento mismo del Tríptico del Desierto es aquello que lo vuelve irresistible, convincente, hondo y verídico desde que inicia el primer poema del volumen:
No sólo el río, tiempo incontenible,
sino la carne es un hermoso dios desnudo,
un puente edificado entre el allá y el acá,
débil, a veces fuerte y, no obstante, pleno en sus límites
como un ave tendida en el viento,
un signo en el abismo,
no una mera consecuencia de los dioses,
sino Dios mismo en su hueco,
en su presencia retraída…
(Recién publicado por Era, Tríptico del Desierto es el poemario con que Javier Sicilia ganó hace un par de meses el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. Yo tuve la fortuna de formar parte del jurado con Francisco Hernández y María Baranda. Este artículo, por lo demás, acaba de aparecer en el número 132 de Crítica, correspondiente a mayo-junio de 2009.)
12 comentarios:
Sicilia y la apropiación como recurso poético
http://www.milenio.com/node/216014
Sobre Triptico del desierto de Javier Sicilia
(...)¿Se trata meramente de una paráfrasis? ¿O más bien de un pastiche? ¿Desde cuándo es válido tomar un poema de Celan, o de cualquier otro poeta conocido o por conocer, cambiar algunas palabras, introducir cambios al gusto y adobar pasajes, y firmarlo tan campante como si fuera propio? Lo que me toca decir es que me extraña que un tribunal poético formado por escritores todos ellos muy respetables haya decidido premiar un libro como éste en el que las citas textuales borradas en su calidad de citas son tan importantes o más que las supuestas aportaciones originales del autor. ¿Quiere acaso esto decir que una vez que se inventó la intertextualidad ha dejado de haber plagios? ¿Estamos en un mundo en el que “todo se vale”? De todo corazón, yo esperaría que no.
Evodio Escalante
Nada que declarar, fiscal Escalante. Lo que tenía que responderle a usted se lo dije por adelantado escribiendo y publicando este artículo quince días antes de su exabrupto justiciero. Ya ve... Ahora que se inventó la intertextualidad, ya no hay moral ni hay nada. De todo corazón, su servilleta.
Estimado Luis Vicente
yo le escribo para enterarme de cómo va el Verano de la poesía este año. Escuché que comenzará el 15 de junio. Para lo cual falta menos de un mes.
En La Gaceta de la UdeG queremos publicar una nota al respecto el día primero. Lo que significa que tengo que entregarla la semana próxima.
Espero me pueda ayudar con información al respecto para difundirla entre la población estudiantil.
Saludos!
Estimado Luis Vicente:
¿Comentarás algo acerca del "libro" que premiaste? Errare humanum est, pero hay que dar la cara. ¿No crees?
Estimado Luis Vicente:
Me gustaría mucho conocer tu opinión acerca del "libro" que premiaste.
Errare humanum est, pero es necesario conocer tu versión. ¿Qué paso? ¿El jurado no conocía a Eliot ni a Celan? ¿Escuchas el tic tac?
Sergio Macías
Sergio:
Si de verdad estás interesado en comprender el asunto, lo cual me parece improbable dadas las muestras que das de no haber leído mi artículo, mucho menos el 'Tríptico' de Sicilia, te recomiendo que revises mi nuevo 'post' (el que se llama "Una semana de bondad") y te detengas, en la sección de anexos, en mis dos mensajes a Roberta Garza.
Saludos.
Luis Vicente: felicito tu aguda apreciación sobre el poemario de Javier Sicilia. Me parece que lo de Evodio fue una búsqueda de reflectores.
saludos, nacho mondaca.
Luis Vicente, un saludo.
Miguel Manríquez
Luis Vicente, un saludo en medio del fragor de la batalla.
Miguel
¡Hey, Miguel! ¿Qué onda? Va un fuerte abrazo. Lo mismo para Nacho. ¡Saludos!
Tiene su gracia esto de mandarle abrazos a los amigos a medio pleito con tal o cual aspirante a Inapelable Crítico Nacional... Por cierto, no escasean candidatos, ¿verdad? Y las razones para darles el apoyo incondicional que desde luego no se merecen son casi siempre dadaístas. En otro sitio de internet, un sujeto con ínfulas de francotirador comparó con absoluta vulgaridad a Evodio Escalante con Javier Sicilia y aseguró que al primero le creía porque tiene un doctorado... ¡Haberlo dicho! ¡Yo también tengo el mío, y mi trabajo me costó! ¿Me hacen mi estatua?
Javier Sicilia: ¿Y la tradición qué?
María helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
1.
Conozco poco a Javier Sicilia y por lo tanto no voy a defenderlo por ser su cuata. Tampoco voy a ocuparme de su trabajo directamente porque no me dedico a la crítica literaria: voy, en cambio a recordar aquí, que la historia del arte como disciplina se basa en la noción de tradición y que la historiografía del arte incluye además otros conceptos con los que puede uno acercarse al trabajo de los creadores, si de comparar propuestas se trata.
Visitar el muy recomendable blogspot del poeta Luis Vicente de Aguinaga (uno de los miembros del jurado que le otorgó a Sicilia el máximo galardón en poesía, el Aguascalientes), resulta indispensable para enterarse de los pormenores del laberíntico asunto, por eso no repetiré detalles de la contienda, sólo destacaré que quienes acusan de plagio a Sicilia, operan a partir de una concepción romántica de la noción de autor. Para ellos, el mismo debe dar a luz un texto en el que la originalidad (entendida como peculiaridad) sea lo más importante; mientras que para quienes lo defienden –entre ellos el lúcido poeta y escritor Adolfo Echeverría--, el autor, cada autor, produce inserto en una tradición imborrable y riquísima a la cual se le puede añadir siempre algo más.
Es importante destacar que en Estética la tradición establece la unidad de estilo (diccionario especializado dixit), y que tal vez la intención de hacer un homenaje a otros autores vendría a complementar el quehacer de Sicilia: si se siente la presencia de Paul Celan, T. S. Elliot, Ezra Pound, San Juan de la Cruz y Góngora, todos ellos de “sabores insuperables”, es porque el hombre sabe leer, tiene buen gusto, es sensible y qué mejor para nosotros, lectores del siglo XXI, redescubrirlos a partir de la lectura de un morelense premiado. Yo creo que lo interesante es decir lo dicho de otra manera.
2.
¿Por qué no se ha resuelto el asunto por la vía de las nociones de influencia, tradición y homenaje? ¿Por qué se abocan a hablar de apropiaciones, citas, copias, paráfrasis y hasta plagio?
Resulta que la crítica del posmodernismo ha puesto de moda estos términos para reseñar trabajos en los cuales se comentan, de diversas maneras y con variadas intenciones, otras obras artísticas Y dado que se acepta que vivimos en una época historicista y de revisionismos (sobre esto se habló mucho en los años noventa), es muy fácil aplicar epítetos a las obras artísticas, dejando a un lado la noción de tradición de la cual aquí brevemente partimos.
Kirk Varnedoe (“A fine disregard”), crítico al que me gusta recurrir de vez en cuando, explica la historia del arte a partir de pequeñas diferencias de opinión con respecto a lo establecido con anterioridad (la traducción de disregard implicaría también la noción de “violación”), y quién no recuerda que grandes autores como Van Gogh y Picasso pasaron largas temporadas de su vida estudiando y aprendiendo –ellos sí citando “textualmente”-- de los grandes, sus antecesores, sin el menor asomo de vergüenza porque así se acostumbraba. Algunos teóricos dicen que la originalidad hoy en día reside en la elección que cada quien hace de otros autores y obras, en la mezcla final que resulta de haber seleccionado inspiraciones diversas.
Y he aquí otro término, el de inspiración, con el cual no me meteré ya, pero que valdría la pena analizar porque el contexto en el que nace --el religioso--, le cae muy bien a la poesía de orden místico, religioso de Javier Sicilia. Pero eso que lo hagan los expertos.
…
El día 5 de junio, Pura López Colomé y otras personalidades –lástima que mi querida amiga Alicia Zendejas no pudo formar parte del programa--, hablarán sobre “Tríptico del desierto”, el poemario que da pie a todo este embrollo en el que nos hemos subido tantos periodistas. El acto en la sala Gabriel Figueroa del Cine Morelos a las 7 PM. Ω
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