11 de noviembre de 2010

Dónde buscarme

No, por desdicha, en Ur de los Caldeos,
ruina de adobes inmolados
en la sombra lunar de un tiempo infértil.
No buscarme tampoco entre las víctimas
del pasado, el presente y el futuro,
aunque argumentos no me falten
y hasta me sobren quejas y reproches.
Eso, mejor: sencillamente
no buscarme.

Mucho menos debajo de la cama
o atrás de las cortinas:
no estoy en contra de ocultarme,
pero me sé proclive al estornudo
y mis pies los descubren
incluso los radares más ineptos.

En los jueves hay algo que no haría
sospechar la existencia de los viernes.
Recorre la semana;
búscame ahí, en ese doblez
indemostrable, y piensa
que lo mejor será, quizás, no encontrar nada.
Encontrar algo en Ur, en Menfis, en Cartago
puede acarrear pequeñas maldiciones.
Mi ciudad, a su modo, ya está en ruinas.


(Acabo de publicar este poema en el número 16 del suplemento mensual Guardagujas, de La Jornada de Aguascalientes.)