26 de febrero de 2010

Diente de león

Soplas, y la flor se deshace. Y al deshacerse la flor toma forma un deseo. De acuerdo, pero ¿el diente de león es verdaderamente una flor? De ser así, todo deseo cumplido es una flor deshecha.

Que se llamara colmillo de león, o incluso melena o cabeza de león, sería más razonable. Aceptar que un león tenga dientes ya es de por sí un exceso, casi tanto como dar por buena la risa de la hiena o estrechar, literalmente, una manita de gato. Las fieras no son capaces de soplar, pero si yo fuera un león y pudiera formular un deseo, buscaría un diente de león y le rogaría que no todo lo sólido se desvaneciera en el aire. No, cuando menos, mis colmillos.

Hay padres que atesoran la primera carta de sus hijos al Niño Dios, a los Reyes Magos. Yo mismo guardé por mucho tiempo una carta ―no sé si la primera― que hice para Santa Clos. Debo tenerla por ahí. Le pedía un juguete “de personitas”, cosa que no debería conmover ni enternecer a nadie, ya que las personitas en cuestión eran en realidad una marca registrada que ahora se conoce con el mismo nombre, pero en inglés.

Me pregunto si aquélla fue la primera vez que acerté a pedir un deseo. Al próximo diente león quiero proponerle un trato: a cambio de no soplarle, a cambio de no deshacerlo, voy a pedirle que me diga qué fue de mis anheladas personitas, porque yo no consigo recordarlo.


(Diente de León es una marca de camisetas para niños. Mi amiga Natalia Fregoso, socia y diseñadora de la compañía, me pidió un breve texto para su página en internet. Este poema en prosa es el resultado.)