27 de junio de 2009

Raúl Bañuelos y el premio Juan de Mairena

Este año, el Verano de la Poesía en Guadalajara se ha vuelto a organizar como un festival de libre acceso, flexible y participativo, abierto a la comunidad en general. Promovido y coordinado por actores universitarios, el Verano de la Poesía en Guadalajara no es un escaparate académico ni una reunión de poetas más o menos famosos: es un espacio de lectura y escucha, de gozo y esfuerzo, de aprendizaje y cercanía, de iniciación y complicidad.

En el Verano de la Poesía en Guadalajara tienen lugar mesas de lectura y diálogo, presentaciones de libros y talleres para niños y adultos. Importantes poetas radicados en Jalisco hacen las veces de anfitriones ante invitados de otras partes del país, quienes a su vez ofrecen lecturas de sus propios poemas.

Las jornadas del festival culminan esta noche con la entrega del premio Juan de Mairena. Es el poeta Raúl Bañuelos quien hoy recibirá este reconocimiento simbólico, sin dotación económica, materializado en una obra del pintor Carlos Maldonado.
A propósito de Juan de Mairena, el profundo y simpático personaje y alter ego de Antonio Machado, es oportuno recordar hoy un par de fragmentos de su libro. Al comenzar el capítulo XLIX, dice de Mairena un periodista tan apócrifo como él:

El señor de Mairena lleva siempre su reloj con veinticuatro horas justas de retraso. De este modo ha resuelto el difícil problema de vivir en el pasado y poder acudir con puntualidad, cuando le conviene, a toda cita. Sin embargo, como es un hombre un tanto desmemoriado, cuando oye sonar las doce en el silencio de la noche, consulta su reloj y exclama: ¡Qué casualidad! También las doce. Pero después añade sonriente: Claro es que las mías son las de ayer.


Se trata, por supuesto, del mismo Juan de Mairena que habría definido la poesía como “palabra en el tiempo” y “diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo”. Y es útil recordar que Mairena, profesor de gimnasia y retórica, no habla de la poesía en términos abstractos: para él escritura y enseñanza, creación y educación van de la mano, y “el deber de un maestro de Poética consiste en enseñar a sus alumnos a reforzar la temporalidad de su verso”.

Todo esto, si puedo introducir una breve nota personal en esta ceremonia, yo tengo la sensación de oírlo siempre con la voz de Raúl Bañuelos. Lector entusiasta de Machado y partidario activo de sus ideas estéticas, Bañuelos entiende que la poesía es no sólo una frecuencia emocional de particular intensidad, una mirada y una fe, sino ante todo la conjunción del tacto y el oído en la constancia más arcaica de la naturaleza: la constancia del ritmo.

El ritmo nos precede y nos rebasa. No sólo está en el mundo desde antes que cualquiera de nosotros: también es anterior al mundo, y está en el origen de su existir. Aquí seguirá estando, en el punto en que ahora tomamos la palabra, cuando hayamos vuelto a ser polvo, e incluso cuando la tierra misma lo sea. Si somos afortunados, un día ese ritmo animará nuestras gargantas y las hará proferir sonidos que lo significan todo:

Hay palabras que dicen
más de lo que tú podrías decir
con ellas…


Las “veinticuatro horas justas de retraso” del reloj de Mairena constituyen un día de anacronismo con respecto a las novedades periodísticas y noticiosas, pero también un día de ventaja con respecto a la historia. El poema se hace “temporal” cuando no sólo se proyecta en dirección del porvenir, sino hacia el fondo de la memoria y la experiencia:

He limpiado de limo la pila de agua
cuando empezaba a ser más limo
que agua en la pila.


Poeta y maestro de poesía, en el sentido más práctico y afectuoso de la palabra maestro y en el sentido más noble de la palabra poeta, o al revés, Raúl Bañuelos puede recibir a solas y con toda serenidad el premio Juan de Mairena. Una multitud está con él: es la familia enorme de sus propios maestros, amigos y discípulos.

La poesía no es una fiesta, por más que valga la pena celebrarla. Tampoco es una guerra, por más que valga la pena luchar en su nombre.



(Anoche recibió Raúl Bañuelos, en el Paraninfo Enrique Díaz de León de la Universidad de Guadalajara, el premio Juan de Mairena. Hicieron la semblanza del poeta y se refirieron al contexto de la entrega del premio Guadalupe Morfín, poeta, y Lourdes González, jefa de la Coordinación de Artes Escénicas y Literatura de Cultura U. de G. Yo leí estas palabras. Con la ceremonia terminó el segundo Verano de la Poesía en Guadalajara.)

20 de junio de 2009

Mensaje al editor de Laberinto

Guadalajara, 15 de junio de 2009

Señor editor:

Me dirijo a usted para referirme al artículo publicado en Laberinto el pasado 13 de junio bajo el título de “La poesía, ¿especie en extinción?” El autor, Evodio Escalante, se refiere a mí en términos difamatorios, y me parece justo exponer el ridículo mecanismo de sus razonamientos ―por llamarles de alguna forma― y exigir de Milenio y del suplemento Laberinto ya no se diga una disculpa, sino una verdadera exculpación, en la medida que las ambiguas y desenfocadas afirmaciones del citado escritor están siendo difundidas con lujo de imprecisión y agresividad por el medio que, para el caso, usted representa. Todo ello, por lo demás, ha estado sucediendo en el marco de una polémica desencadenada en Laberinto por el propio Escalante a propósito del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2009 y del poemario ganador (Tríptico del Desierto, de Javier Sicilia).

Juzgo importante señalarle que, lejos de reducirse a un artículo, dos réplicas y dos contrarréplicas, la polémica en cuestión se ha traducido en crónicas y artículos de signo muy variado, comentarios en blogs y cuantiosos mensajes de correo electrónico. Es de suponerse que las últimas declaraciones del promotor y principal animador de la controversia también recorrerán el mundo, ya que, así como la poesía bien pudiera estar “en crisis” o incluso “en extinción”, así también el chisme y el infundio gozan de cabal salud. Si, cuando Escalante asegura estar aproximándose al “verdadero trasfondo del asunto, del que hasta el momento apenas si h[a] podido ocupar[s]e”, alude a que la poesía es ese trasfondo verdadero, hay que aplaudir su honestidad: apenas ha tocado ese tema, y no precisamente con solvencia.

El pasado 24 de mayo, en un mensaje de correo electrónico dirigido a Julián Herbert y enviado con profusión de copias a destinatarios del medio, como se suele decir, Escalante creyó necesario aclarar el siguiente punto: “En mi artículo sobre Sicilia hablé de técnicas de apropiación y no propiamente de plagio... aunque casi todo mundo, empezando por el propio Sicilia, han entendido literalmente plagio”. Después, en su contrarréplica del 30 de mayo, fue más enfático: “hablé en términos que quisieron ser técnicos de la apropiación como un recurso poético […], pero jamás cometí la torpeza de emplear la palabra que tanto te satisface: plagio”. Lo cierto es que sí la empleó, pero ya sería redundante recordárselo. El matiz que me interesa destacar es otro. En su mensaje a Jorge Mendoza Romero del 27 de mayo, Escalante le reveló al cosmos que su verdadera identidad no es la del mero profesor y crítico literario, sino la de un paladín de las buenas costumbres: “Lamento informarle que yo me muevo en otro estrato del pensamiento, de modo tal que todavía mejor que de paráfrasis y de sobados juegos intertextuales de lo que habría que hablar simple y llanamente es de inmoralidad”. ¿Cómo se llama esa “inmoralidad”, entonces, ya que no se llama plagio?

En su primer artículo, el que apareció el 16 de mayo pasado, Escalante informa que “un tribunal poético formado por escritores todos ellos muy respetables” premió el poemario de Sicilia. Cuatro semanas le han bastado al crítico para cambiar de opinión: llegado el 13 de junio, ese “tribunal poético” está, para él, a una “distancia […] sospechosamente corta” de la “complicidad”. En sus propias palabras, Escalante no se atreve “a levantar el dedo acusador”, pero habla en todo caso de “impunidad”, y de “algo [que] se cocinó de manera que parecería inadecuada”, y de un acta que “chorrea pus”, entre otras aparentes deshonestidades no menos vagas e indefinidas que las frases del documento notarial que tanto lo escandaliza.

“Nunca pretendí un ataque ad hominem”, declara Escalante. Lo mismo, con otras palabras, le aseguró a Julián Herbert en su mensaje del 4 de junio: “jamás he escrito una línea en mis textos críticos que esté encaminada a desdorar a una persona”. Sin embargo, en otro mensaje a Julián Herbert, éste del 24 de mayo, apuntó: “Con cinco o seis libros de poemas publicados, Sicilia no ha salido de párvulos”. ¿Qué se debe pensar? ¿Que la última declaración, al ya no formar parte de un texto crítico, no debe ser tomada en serio? ¿Que confinar al parvulario a tal o cual poeta no es desdorarlo ni atacarlo en su persona?

En el artículo referido, tras anunciar que da “por terminada” la polémica, Escalante se resiste a concluir de veras y, lejos de cerrar la “discusión”, la renueva con dos clases de consideraciones: unas, las primeras, en torno a la nociones de autor, texto e intertexto; otras, las postreras, en torno al Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, a su “falta generalizada de confianza y credibilidad” y al hecho, para él indigno hasta de la más elemental demostración, del amiguismo y compadrazgo que, según él, ejercimos Francisco Hernández, María Baranda y el que firma esta carta en beneficio de Sicilia, nuestro supuesto amigo común. “Resulta ya sintomático”, aventura Escalante, “que Francisco Hernández, María Baranda y Luis de Aguinaga, quienes premiaron a Sicilia, no sólo sean amigos entre sí, sino que todos a su vez sean… ¡amigos del ganador!” Amistad pública y sabida, por lo que se puede pensar, que ya constaba en la primera contrarréplica del mismo autor, publicada el 30 de mayo: “Quien califica sin más de imbéciles a los miembros del jurado, que para mayor agravio son tus amigos, eres tú mismo [Sicilia], y no yo [Escalante]”.

En el mismo párrafo en que asevera que Sicilia, Hernández, Baranda y de Aguinaga compartimos una especie de amistad culposa, Escalante confiesa que siente “una admiración irrestricta por Francisco Hernández” (elocuente detalle moral: su admiración por un poeta como Hernández tiene que confesarla) y certifica que conoce “muy mal a María Baranda y todavía menos a Luis de Aguinaga”. El 30 de mayo Escalante se había dirigido a Sicilia echando mano de una ironía premonitoria: “Con pena te informo que no tengo amigos en el CISEN”. Yo lo pongo en duda: ¿cómo, si no es recurriendo al espionaje, puede saber Escalante quiénes tienen la mala fortuna o pésimo gusto de ser mis amigos, cuando él mismo admite que sencillamente no sabe nada de mí?

He visto a Javier Sicilia dos veces en mi vida. La primera fue hace trece años, durante un homenaje a Elsa Cross en la Casa del Poeta; la segunda fue hace cuatro meses, el día que se hizo pública la noticia del Premio Aguascalientes. En cuanto a Hernández y Baranda, puedo resumir así mi relación con ellos: no tengo sus números telefónicos ni suelo dirigirles mensajes de correo electrónico; no conozco a sus familias ni he visitado nunca sus domicilios; no me cito con ellos cuando voy a México ni sé cuándo sean sus cumpleaños; no les he dedicado poemas ni solicitado que presenten o reseñen mis libros, ni ellos a mí. Eso sí, me siento en buena compañía cuando estoy con ellos ―con cualquiera de los tres o con los tres al mismo tiempo, como sucedió en febrero pasado, en la conferencia de prensa del palacio de Bellas Artes― y me haría muy feliz poder frecuentarlos con más asiduidad. ¿Se refiere a esto Escalante cuando, después de aventurar con extraña desenvoltura que yo soy amigo de Javier, Francisco y María, probablemente sea también su cómplice? ¿No querrá decir más bien ―porque, a estas alturas de la “discusión”, está claro que a Escalante no sólo hay que interpretarlo, sino traducirlo al castellano― que María Baranda, Francisco Hernández, Javier Sicilia y Luis Vicente de Aguinaga no somos enemigos? Además, ¿de qué “complicidad” habla este crítico? ¿He cometido yo algún delito, a solas o en compañía de Baranda, Sicilia y Hernández? Una cosa es verdad: yo siento más afecto por Javier Sicilia desde que comenzó todo este alboroto, y esto no me parece que haga falta explicarlo ni justificarlo ante nadie.

En mi caso particular, mi lectura del poemario de Sicilia está plasmada en el artículo que, bajo el título de “Pronto llegará la noche”, publiqué a principios de mayo en el número 132 de la revista Crítica. No estoy haciéndome propaganda ni pidiéndole a nadie que lea mi texto; aspiro nada más a que no se ignore su existencia, ya que desde luego es un artículo vinculado con este asunto y es anterior a la primera intervención del señor Escalante. Las actas de los jurados, trátese del concurso que se trate, no son ―para mí― piezas de crítica literaria; ciertos artículos, en cambio, sí pueden llegar a serlo. Eso sí, es indispensable no desvariar, no cambiar de tema sólo para obligar al interlocutor a desechar sus dudas y objeciones, no tratar de ocultar lo inocultable y, sobre todo, no “confundir la crítica con las malas tripas”, que dijera Juan de Mairena. Por estas razones, yo no hablaría de crítica literaria bien hecha en el caso del artículo publicado por Evodio Escalante hace poco menos de un mes, ya no se diga de los dos restantes. En cambio, Tríptico del Desierto me sigue pareciendo un libro excelente, legítimo ganador de un concurso al que se presentó sin trampas de ningún tipo.

Sin más que añadir,

Luis Vicente de Aguinaga.



(Hoy se publicó en Laberinto esta carta que le dirigí a su editor, José Luis Martínez S. La semana pasada Evodio Escalante había publicado ahí mismo este artículo, al cual hago referencia en mi mensaje.)

16 de junio de 2009

Anulación por nulidad

Dicen que lo mejor es ver las cosas desde lejos, con alguna distancia, poniendo tierra de por medio. Si esto es verdad, no deja de ser elocuente que la propaganda electoral de los coches tapatíos haya estorbado prioritariamente los vidrios traseros. Tal vez anticipándose a lo que sucedería después de todo con las propias elecciones, las etiquetas y calcomanías de Arana, Emilio, Zamora, Tarcisio y demás candidatos adquirían su verdadera dimensión alejándose de quien las viera desde un punto dado. No es que se fueran quedando atrás, puesto que los coches por lo regular avanzan: es que por esta ocasión, en la temporada primavera-verano del año 2003, los modelitos caminaban rumbo al pasado, ansiosos de llegar a ese punto en que “Arana”, “Emilio” y otras abominables marcas de reparto presupuestal se volverían (y vaya que se volvieron) emblemas de un tiempo ido. Extrañas ironías de la vida quieren hoy que tales etiquetas parezcan menos pertinentes o duraderas, en tanto mensajes, que las herejías discursivas y modificaciones humorísticas a las que dieron lugar.

¿Cuánto se ha dicho, por escrito y en conversaciones informales, a propósito de quienes trastocaron sus calcomanías y pusieron

urge lana


en donde se debía leer Jorge Arana, nada menos que

i lo miE


donde habría un Emilio, una

rosa


inofensiva con letras de Tarcisio y

para Zapopan, amor


en vez de para Zapopan, Zamora? Muchísimo, sin duda, y esto al grado que ya no parece divertido abundar en el asunto. Yo insisto, sin embargo, en que la sublevación chistosa de las calcomanías distorsionadas tiene mayor vigencia el día de hoy que la ortodoxia perecedera de las etiquetas originales. Quién sabe a qué micciones aluda el que puso i lo miE con el higiénico Emilio del principio; nadie ignora, por el contrario, que “lana” urgirá siempre, y amor ya ni se diga. Leyéndolo bien (es decir: leyéndolo con la sonrisa que provoca y la gracia que supo conquistar) el meón transemiliano es más rotundo y creíble que su ordenado antecesor. Como el atento ciudadano que pretendo ser, yo incluso me atrevo a sugerirle a Emilio —quien por lo visto ganó las elecciones— que multe a los automovilistas que no hayan arrancado aún sus calcomanías electorales con tantas cargas de salario mínimo como días hayan transcurrido a partir del 6 de julio. Y que perdone y hasta premie a quienes hayan trastornado la etiqueta primaria. El buen humor y la tan cacareada creatividad tienen que valer como atenuantes a la hora de juzgar el delito de contaminación visual.

Según he podido leer, el 6 de julio en Jalisco más de 50,000 electores anularon sus boletas. Esto quiere decir que cinco partidos juntos, de la grotesca Sociedad Nacionalista (que algo debe tener de Nacional Socialista, por lo menos nominalmente) al imperceptible Partido Liberal Mexicano y la todavía menos fuerte Fuerza Ciudadana, pasando por el PAS y México Posible, no pudieron igualar ese total de votos nulos. Ni siquiera un provechoso donativo de 1,500 votos —los que recibieron los candidatos no registrados— bastaría si quisiera emparejarse la suma de tales partidos minoritarios con la de las boletas anuladas. Ocurre algo semejante con los partidos mayoritarios, que juntos no logran empatar con abstenciones e indiferencias comunes y corrientes. La estrategia de actores políticos y medios informativos por igual es de sobra conocida: el voto nulo, dicen, es cuando mucho un síntoma de analfabetismo. Que rima con abstencionismo, según alegan tales afectados: dejar el voto para después, y luego ya veremos, no puede ser considerado un gesto de rechazo ideológico sino... ¡de pereza, irresponsabilidad o extravío! (El rostro de los promotores del voto se pone aquí pálido y tristón, como a punto del cívico berrinche.) Incapaz de razonar acerca de semejante cifra, el despechado Jorge Arana denunció como “irregularidad” que unas 15,000 boletas —en lugar de las 8,000 de hace tres años— hayan sido inutilizadas por los votantes de Guadalajara. Pensar en el significado político de los votos nulos, que deben sumarse además al porcentaje de abstencionismo del municipio, el estado y la república entera, es al parecer un ejercicio intelectual demasiado laborioso para los candidatos.

Al paso que va todo, muy pronto los partidos políticos (con sus afiliados y votantes) formarán la principal minoría estadística del país y alguien tendrá que legislar acerca de sus derechos. No faltará un alma caritativa que les reserve asientos en los autobuses, les tramite rebajas en las farmacias o les dé paso libre a parques y jardines de paga. Los que anulamos nuestras boletas electorales, llegado ese tiempo, tendremos que organizar campañas, charlas radiofónicas y cursillos para explicarles por qué invalidar el voto es un derecho y un deber, una obligación educada y civilizadora. Los niños aprenderán desde la escuela maternal a trazar dos líneas diagonales y paralelas en boletas premonitorias, y jugarán a no ser el presidente, y apodarán con hiriente precisión a los ingenuos que lleven su mochila del PAN, su lonchera del PRD o su lonche del PRI al salón de clases.

Yo debo confesar que la solemnidad, el mal humor y cierta vocación de inofensivo pirómano verbal me derrotaron el pasado 6 de julio ante mi juego de boletas. Además de anularlas, desde luego, anoté al calce algunas consignas tremebundas. “El voto no debe someterse a las órdenes de quienes atentan contra la convivencia democrática”, escribí primero, y luego: “No hay por qué legitimar con el voto a los enemigos de la democracia”. Doy por hecho que los funcionarios de la casilla se rieron de mí, de mis votos nulos, con perfecta legitimidad. Hubiera sido preferible —me repito aún, castigándome— despertar otra especie de risa: la que inspiraron esos automovilistas de anagrama y tijeras que, puestos a divulgar un mensaje con el arma de las etiquetas rodantes, hicieron chistes más o menos ingeniosos y, muy congruentemente, los hicieron a costillas de quienes jugaron a la seriedad máxima con todo este asunto.



(Este artículo apareció en Mural pronto hará seis años. Me parece que, leído con la perspectiva del día de hoy, con las próximas elecciones ya muy a la vista, sigue conservando algún interés. Cuando lo escribí acababan de pasar las elecciones del 6 de julio de 2003. De los entonces candidatos a las presidencias municipales de Guadalajara y Zapopan, por no referir sino a ellos, pueden afirmarse y se han afirmado cientos de cosas. Y en muchos vehículos que aún circulan por la ciudad siguen leyéndose los anagramas que, unos más chuscos que otros, los automovilistas decidieron formar con los nombres y las consignas de quienes, hasta la fecha, se han resistido a observar de frente la evidencia de sus respectivas nulidades. Con todo y el décalage de seis años, quiero dedicar a mi amigo Juan José Doñán, enemigo del voto nulo, estos párrafos de quien ya cumple una década y media tachando, maltratando y anulando sus boletas electorales.)

9 de junio de 2009

Conversación con Víctor Cabrera en el Periódico de Poesía: segunda parte

CABRERA Acabas de mencionar un punto que me interesa y que tiene que ver con las polémicas. Es común encontrarte, en diversos blogs y foros de discusión en línea, no sólo comentando textos de otros poetas sino, muchas veces, señalando inconsistencias, contradicciones, corrigiéndoles la plana. Y es también común que, para replicar, en dichos espacios se recurra al denuesto, a la mofa y la agresión o de plano al silencio lapidario antes que a los argumentos. Visto lo cual, ¿qué tan necesarios y eficaces te resultan estos medios para emprender una reflexión, una discusión y un debate serio sobre asuntos poéticos?

DE AGUINAGA Aclaro: no incurro nunca en ese tipo de intervenciones cuando se trata de poemas. Yo suelo intervenir, siempre que me interese, ante cierta especie de artículos y textos que aspiran a ser críticos y que me parecen deficientes o abusivos. Y siempre intento moderarme y ser mínimamente correcto, no renunciando al sentido del humor, desde luego, pero sí evitando el argumento ad hominem y buscando ser propositivo. Me parece que algunos críticos, administradores de blogs y reseñistas del medio abusan de la intriga y el mero bateo de foul. Y una cosa es criticar y otra muy distinta es decir que no a todo, ¿verdad? En cuanto a la intriga, es obvio que no debe tolerarse; pero no según los principios o intereses de un gremio, porque sencillamente creo que los poetas de México no formamos ninguno, sino en razón de convicciones personales. Yo aspiro nada más a conversar sobre poesía —no sobre las aventuras o miserias de los poetas— y me sorprende que muchísimos poetas no sientan esa misma necesidad. Por otro lado, siento que, así como un poema se puede cargar de insinuaciones y de sugerencias, un artículo de crítica de poesía debe ser explícito y estar libre de arbitrariedades. Lo común, sin embargo, es que todo el tiempo estén usando la palabra individuos que hablan de tal o cual fenómeno poético en el mismo tono, con el mismo entusiasmo acrítico y la misma ceguera de quienes intentan demostrar la existencia de los ovnis y nos abruman con pruebas que solamente lo son para el que se dispone a entenderlas como tales. Es como si yo acomodara sobre una mesa tres pedazos diferentes de carne cruda y te dijera: "Éste, como es de carne de res y lo compré antier, es el precursor del segundo que te muestro, que compré ayer y es de pechuga de pato, que a su vez precede al tercero, de avestruz, que acabo de comprar hoy. En conclusión, la carne de res debe considerarse modelo y antecedente de las carnes de pato y avestruz". Pues bien: el primer trozo de carne sólo es el primero desde mi punto de vista, porque se ha dado el caso de que yo adquirí la carne de res antes que las otras dos; y éstas únicamente responden al presunto modelo de la primera carne porque las compré después, en un orden arbitrario, creyendo además en la palabra del carnicero, sin haberme tomado la molestia de ver cada ejemplo en su contexto, comprendiendo su propia necesidad y entendiéndolo en sus límites específicos, que son intransferibles e irrepetibles. Así las cosas, la estafa y el error imperan en muchos discursos aparentemente respetados y de sorprendente circulación en la red, y a mí me parece que no hay delito alguno en apartarse un momento y ver las cosas desde la periferia, formulando las preguntas y objeciones que vengan al caso. Después de todo, leer y escribir poesía no es otra cosa.

CABRERA ¿Crees necesario alentar una polémica seria en torno a la poesía? Específicamente, ¿sobre qué puntos?

DE AGUINAGA Tal vez no una polémica, porque no siempre hay diferencias concretas que dirimir, pero sí una suerte de conversación permanente, dotada no de un reglamente deportivo sino de una etiqueta, incluso de un código deontológico. Una conversación, quiero decir, en la que nadie tenga la obligación de participar, o no todo el tiempo; en la que se hable de cuestiones prácticas y valiosas, cuestiones de historia de la poesía y de crítica general, sí, pero también de prosodia, de dicción e imaginación poética. Una conversación en la que referirse in extremis a los gustos privados, a los pecados capitales o veniales y, en general, a los bajos impulsos de Fulano y Mengano esté ya no digamos prohibido, sino sencillamente abolido por la sensibilidad, ya que los argumentos contra el hombre siempre salen a relucir cuando al hombre de marras hay que descalificarlo a como dé lugar. Y, sobre todo, una conversación sin jerarquías ni moderadores. En lo personal, me impresiona y me abochorna recordar cómo, a los diecisiete o dieciocho años, yo creía tener una posición clarísima con respecto a Octavio Paz y Efraín Huerta, respecto de los Contemporáneos y del estridentismo, respecto de Vuelta y Nexos, pero eludía grandes bultos de métrica y acentuación, de verso y prosa, de cómo hacer crítica literaria y cómo no hacerla. Hoy, a los treinta y tantos, me veo recogiendo muchos de los tópicos y asuntos que desdeñé hace veinte años, juzgándolos entonces (equivocadamente) de poca importancia.


(Ya se puede leer en la página virtual del Periódico de Poesía la segunda parte de la entrevista que Víctor Cabrera me hizo el pasado mes de noviembre, charla de la que aquí se ofrece un fragmento. Hay que seguir esta dirección.)

2 de junio de 2009

La dignidad de la poesía

c. c. p. Baudelio Lara

Coronado de sí, blancas colinas, muslos
blancos, el poeta es un hombre
como todos: lleno
de flores amarillas.

Su destino ulterior no está
en la historia. Está
mudo el teclado de su clave sonoro.
Sus propios impasibles tegumentos.

(Ya conocéis mi torpe
aliño indumentario: nací
en Guadalajara, escribo
hablando.)

¡Cómo era, Dios mío! Compañero del alma,
¡cómo era! Tenía cabellos
color de bandera
a las cinco de la tarde.

Laatst houdbare datum: à consommer
de préférence avant le.
Mindestens haltbar bis Ende:
consúmase de preferencia antes del.



(La semana pasada este blog cumplió cinco años al aire. Atareado como estaba con el asunto Sicilia-Escalante, no me percaté del cumpleaños de mi criatura... Mea culpa. Hoy reparo el olvido publicando este poema de mi libro Por una vez contra el otoño, con el que gané cierto premio nacional cuyo nombre no mencionaré por simple instinto de conservación: como el poema, insisto, figura en dicho libro, y puesto que se trata de un poema-collage compuesto de retazos famosos de poesía moderna en castellano, prefiero no exponerme a que algún crítico no menos nacional me señale y, en última instancia, exija que renuncie al premio, al dinero y a la inmensa fama que ambos me han supuesto.)