24 de abril de 2006

La crítica literaria en siete libros

FUNCIÓN DE LA POESÍA Y FUNCIÓN DE LA CRÍTICA

Poeta y ensayista fundamental, si bien lo primero muy por encima de lo segundo, T. S. Eliot (1888-1965) desarrolló en varios libros de prosa crítica una importante serie de concepciones generales, ideas particulares y complejas visiones del hecho literario y de su contexto, es decir: de la cultura en su sentido más noble y menos espectacular. Bajo el título de Función de la crítica y función de la poesía recogió las conferencias que dictara entre noviembre de 1932 y marzo de 1933 en la universidad norteamericana de Harvard. Se trata de seis lectures, amén de una introducción y una conclusión, enriquecidas por dos prólogos (uno, el de la edición original, y el otro, el de la edición de 1964) y anotadas con seriedad, pero también con desenvoltura. “Por crítica entiendo aquí toda la actividad intelectual encaminada bien a averiguar qué es poesía, cuál es su función, por qué se escribe, se lee o se recita, bien —suponiendo, más o menos conscientemente, que eso ya lo sabemos— a apreciar la verdadera poesía”, declara desde la introducción. Eliot opinaba que la crítica es una facultad que puede operar lo mismo en la poesía que sobre la poesía, y entendía que “una interacción entre prosa y verso, como la interacción entre dos lenguas, es una condición de vitalidad en literatura”. En la poesía, por lo tanto, la facultad crítica se manifestará en verso; sobre la poesía, en cambio, la facultad crítica se manifestará en prosa. El pensamiento crítico y poético en la época isabelina, en la época de John Dryden, en la época de William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge, en la época de John Keats y Percy Bysshe Shelley, en la obra de Matthew Arnold y en la era moderna, sin dejar nunca el ámbito inglés, ocupan respectivamente las disertaciones del poeta-crítico por excelencia del siglo XX. La traducción del poeta español Jaime Gil de Biedma —publicada por Seix Barral en 1955 y rescatada en 1999 por Tusquets— es de una solvencia impresionante, y su prólogo es inteligente, profundo y esclarecedor, o sea ineludible.



LA EXPERIENCIA LITERARIA

Alrededor de 1941, ya de regreso en México, Alfonso Reyes (1889-1959) se dio a la tarea de revisar algunos ensayos redactados entre 1929 y 1933 (“Teoría de la antología”, “De la traducción”, “Aduana lingüística”, “Categorías de la lectura”, “Jacob o idea de la poesía” y “Las jitanjáforas”) para, juntándolos con otros de reciente factura, componer La experiencia literaria, importante volumen de 1942. Leerlo de corrido es tanto como procurarse un agradable provecho que, además, da para meses de relectura, estudio y reflexión, como siempre que se trata de Reyes. En cuanto al tema, los puros títulos de algunos ensayos (“Aristarco o anatomía de la crítica”, “Detrás de los libros”, “El revés de un párrafo”, “El revés de una metáfora”, “Sobre la crítica de textos”) bastan para entender La experiencia literaria como un libro de crítica literaria y sobre crítica literaria, y no sólo de literatura y sobre literatura. Formado en la escuela de Menéndez Pidal, y conocedor por añadidura de la estilística y de la romanística europea de su tiempo, Reyes era consciente de que hacer teoría, como hacer crítica, no era en modo alguno reducirse a opinar ni a trasmitir meras impresiones de lectura, sino apegarse a los textos y a los diferentes modos en que los textos van comunicándose de generación en generación, oralmente o por escrito, en tirajes de imprenta o de puño y letra. Huelga decir que “Aristarco o anatomía de la crítica” es, desde la óptica con que aquí se le juzga, el más importante de los trabajos reunidos en La experiencia literaria, y es verdad que se trata de una meditación abierta, lo mismo variada que sintética, nunca dogmática, de convincente lucidez y admirable fuerza pedagógica, en torno a la crítica en tanto anomalía necesaria o “criatura paradójica” de la invención verbal. Y es que la crítica saca fuerzas de su aparente anormalidad —es la hermana juiciosa de una familia que se quiere sentimental e intuitiva—, y hace como que juega siempre de visitante, como que se conforma con el papel del comparsa, cediéndole protagonismo a los géneros de literatura “creativa” y a final de cuentas afirmándose como puro diálogo, ya que no como pura escucha: “La crítica es este enfrentarse o confrontarse, este pedirse cuentas, este conversar con el otro, con el que va conmigo”.



CREACIÓN Y DESTINO

Autor de un clásico absoluto de la investigación literaria, El alma romántica y el sueño, Albert Béguin (1901-1957) fue, junto con Marcel Raymond, Georges Poulet y Jean Starobinski, uno de los principales críticos de la llamada Escuela de Ginebra, que aportó a los estudios universitarios de literatura francesa mucho más que una simple bocanada de aire fresco. Tal aportación vino a darse bajo la forma de una indagación, de una búsqueda excepcionalmente innovadora y sólida: la búsqueda, la indagación de la conciencia creadora. Tenacidad filosófica, profundidad psicológica, rigor filológico y sensibilidad en el estilo —nótese bien: la combinación de tenacidad, profundidad, rigor y sensibilidad, no el uso interesado según convenga de ninguno de los cuatro factores ni la influencia desigual de uno solo sobre los que resten— son, más que las herramientas, los auténticos atributos de Béguin como escritor y pedagogo. He aquí tres de las preocupaciones fundamentales de la metodología de Béguin: de qué se compone la identidad poética; en qué medida el yo del escritor se construye ante su obra y en ella misma; y hasta qué punto es preciso tener en cuenta, para efectos críticos, la biografía del escritor y la historia de su comunidad (dicho de otro modo, a partir de qué punto se vuelve necesario desestimar esa biografía y esa historia). Pierre Grotzer preparó una vasta edición de artículos y notas dispersas de Béguin bajo el título de Création et destinée (Seuil, 1973); años después, el Fondo de Cultura Económica la publicó en México en dos tomos, en traducción de Mónica Mansour (Creación y destino, 1986). Importa señalar que la tercera parte del primer tomo es, como reza el epígrafe, una “Crítica de la crítica”: en ella se revisa, se comenta y, en efecto, se critica —en parte o en todo— la obra de Marcel Raymond, Charles du Bos, Gaston Bachelard, Georges Poulet, Jean Rousset, Lucien Goldmann y Roland Barthes. Constan además algunos ensayos más generales a propósito del oficio filológico y una estupenda nota sobre las ediciones modernas de los Pensamientos de Pascal.



CRÍTICA Y VERDAD

Puede ser que ya no haga falta presentar a Roland Barthes (1915-1980). En vista de que su prestigio alcanzó gran intensidad mundial entre 1970 y 1990, lo cual es tanto como admitir que ha decaído un poco en los últimos quince años, puede ser también que otra vez haga falta presentarlo. Articulista desenfadado y noblemente gracioso en Mitologías, escrupuloso analista de textos en Sobre Racine y S/Z, teórico literario y lingüista en El grado cero de la escritura y Elementos de semiología, escritor más “autográfico” que autobiográfico en Roland Barthes por Roland Barthes, crítico de sí mismo en Lección inaugural, ensayista fragmentario y ecléctico en El placer del texto y Fragmentos de un discurso amoroso, Barthes pertenece más a la historia de la literatura que a la historia de la investigación académica o de la especulación estética (siempre y cuando se reconozca que, como en los casos de Kierkegaard o Nietzsche, no por formar parte de la primera deja de formar parte de las demás, y que su atractivo emana de la frontera misma en la que acertó a situarse). Crítica y verdad es un pequeñísimo libro en dos capítulos o, si se prefiere, la unión de dos artículos de alto voltaje, dada su vocación polémica y su origen coyuntural. Aparecido en 1966, el volumen es antes que nada la reacción de Barthes a los ataques de Raymond Picard vertidos en el panfleto Nouvelle critique ou nouvelle imposture. Irritado por el tratamiento que diera Barthes en 1964 a la obra de Jean Racine, Picard hizo en su libro una defensa virulenta de la filología tradicional y entabló en contra de la Nueva Crítica francesa una especie de querella inflamada. Con agudeza, con apasionamiento, con exactitud intelectual y profusión de citas y ejemplos, Barthes respondió a Picard y, en la medida que mostró las limitaciones del comentario de textos a la usanza tradicional y de “lo verosímil crítico”, presentó su manifiesto. Voraz lector de la teoría psicoanalítica, del pensamiento marxista y del estructuralismo lingüístico y antropológico, pero amante del teatro clásico y la novela moderna de Francia por encima de todo, Barthes encontró en Crítica y verdad la manera idónea de rebatir a un contrincante que insistió en presentársele como tal y, al mismo tiempo, sugerir la urgencia de una nueva epistemología para los estudios literarios. Obra del escritor argentino José Bianco, la traducción al español —que, dicho sea de paso, está como pidiendo a gritos una profunda revisión, incluso en materia de léxico y sintaxis— fue publicada por Siglo XXI en 1971.



CRÍTICA DE LA CRÍTICA

Introductor en Europa occidental de la teoría formalista rusa, el pensador y ensayista francés de origen búlgaro Tzvetan Todorov (1939) acaso es quien haya sufrido peor que nadie los malentendidos que afectan a la imagen pública de la investigación literaria contemporánea. Es frecuente oír que se le achaquen los defectos de la suma frialdad, la concepción demasiado “cerebral” de los fenómenos artísticos y, en síntesis, el excesivo intelectualismo y la inhumana despersonalización en materia de análisis textual. Todo ello, sin embargo, se revela falso tras la lectura de sus libros, incluso de los primeros y más “duros” de su bibliografía, como Introducción a la literatura fantástica y Poética de la prosa. Todorov es en realidad un prosista cálido, siempre consciente de su propia subjetividad, siempre apegado a su amor por la literatura y a la perspectiva humanista, pasiones con las que aprendió a contrarrestar las infecundas cuadraturas mentales que se le habían querido imponer, en su país natal, bajo la forma del más chato marxismo y, en Francia, bajo la forma del estructuralismo más geométrico y determinista. Crítica de la crítica, su libro de 1984 (publicado por Paidós en 1991, en traducción de José Sánchez Lecuna), es un libro de homenajes y diálogos no exentos, cuando hace falta, de distancia y escepticismo: diálogos francos, incluso entrevistas y correspondencias con Ian Watt y Paul Bénichou, y homenajes a los ya referidos formalistas rusos, a escritores-críticos como Bertold Brecht y Alfred Döblin, a críticos-escritores como Jean-Paul Sartre, Maurice Blanchot y Roland Barthes, a Mijaíl Bajtin, a Northrop Frye. En la línea de Bajtin, sin ir más lejos, Todorov propone la normalización de una “crítica dialógica”, paralelamente sensible al carácter intransitivo del hecho poético y a la escucha complementaria y activa de sus lectores. Escrito en la década en que Todorov comenzó a interesarse por la historia de las mentalidades, por el sitio del otro en dicha historia y por los problemas de la memoria individual en competencia con la memoria colectiva, Crítica de la crítica es un examen de conciencia y la ratificación explícita de un interés que, a pesar de las apariencias, no se ha degradado en la jerarquía de sus predilecciones.



ENSAYOS SOBRE CRÍTICA LITERARIA

Entre los críticos literarios de México, Antonio Alatorre (1922) tiene décadas ejerciendo al menos dos funciones extraoficiales, al margen de su trabajo propiamente dicho de aula y gabinete: por un lado es, desde la perspectiva más o menos “extranjera” de la comunidad literaria, el más importante de cuantos hayan seguido alguna formación académica y se desenvuelvan en medios universitarios; por el otro, y en función de lo anterior, es también el que mejor puede vincular ambos campos, el de los profesores y el de los escritores, y el que mayores libros de intersección haya publicado entre ambos conjuntos. No hace falta buscar muchos ejemplos para ilustrarlo: sus Ensayos sobre crítica literaria, publicados en 1993, aparecieron bajo el rótulo de una colección “literaria”, no “académica” (la de Lecturas Mexicanas, hoy del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, antes de la Secretaría de Educación Pública), y se han vuelto material de referencia lo mismo para lectores diletantes que para investigadores y filólogos de profesión. El secreto de Alatorre, por así decirlo, está en mezclar vitalidad y rigor en sus artículos (que no por estrictos dejan de ser amenos… o al revés) y en combinar datos de primera mano con reflexiones mesuradas, en un clima de modestia y desenvoltura. “Sé muy bien que no hay grandes novedades en estos ensayos”, asegura en la introducción al volumen. Y continúa: “No me pico de original. No descubro caminos críticos desusados. Ni sigo ni propongo un método. Mi lenguaje no tiene nada de técnico. Mi vocabulario es el de entre semana. Mi filosofía, el sentido común”. Feliz manera de subrayar lo contrario: la novedad, en Alatorre, tiene que ver menos con el descubrimiento que con la ratificación de un estilo; menos con la incómoda sorpresa del neologismo que con la frescura del habla cotidiana; menos, en fin, con las indescifrables galas de algún monarca exótico que con la sencillez de un maestro en la mejor disposición de conversar y entenderse con sus lectores.



BREVE HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA

Para disfrutar al máximo la Breve historia de la crítica literaria de Vernon Hall Jr. (1913) hace falta negociar primero con el autor. Su concepto de crítica literaria, en efecto, cubre sin demasiados resquemores los campos de la poética y de las ideas artísticas en general, amplitud que tal vez desoriente a más de un lector. Aceptada esta condición, que no es en todo caso abusiva, los treinta y tres capítulos de su libro (publicado en inglés en 1963 y vertido al español por Federico Patán López para el Fondo de Cultura Económica, que lo incorporó a su colección de breviarios en 1982) fluyen con serenidad, buen humor y genuino espíritu didáctico. Los capítulos de Hall bien pudieran agregarse a cualquier diccionario enciclopédico especializado en filología y estudios literarios: tal es la concisión de su prosa, tal su fiabilidad. Se trata, en suma, de un libro ideal para consultarlo, esto es: que se deja visitar de cuando en cuando sin exigir que la visita se prolongue, si bien estará siempre disponible para recorridos más largos o más lentos. Las ideas de Platón, Aristóteles, Horacio, los humanistas florentinos, Boileau, Pope, Jonson, Wordsworth y Coleridge, Goethe, Sainte-Beuve, Arnold, los novelistas franceses de fines del siglo XIX, los marxistas, los fenomenólogos, Freud, Eliot, la Nueva Crítica inglesa y demás pensadores o practicantes de la crítica literaria occidental de casi dos milenios y medio son resumidas por Hall con certeza y, sobre todo, sin excentricidades. Otras historias hay de la crítica literaria, más concienzudas en el manejo del microscopio, más detalladas en los índices y en la bibliografía consultada. La de Vernon Hall Jr. de seguro es la más divertida, la más hospitalaria.



(Ayer, en Guadalajara como en otras partes del mundo, se celebró el Día Mundial del Libro. Por esta razón, y con el título de Otro cantar. Invitación a la crítica literaria, se publicó un libro mío que fue regalado en librerías y centros culturales. La iniciativa de publicarlo fue del editor Avelino Sordo Vilchis, quien desde 2002 elabora un libro a estas alturas del año para ofrecerlo a quienes amen la lectura o quieran simplemente acercarse a ella. "La crítica literaria en siete libros" es el texto final de Otro cantar.)

17 de abril de 2006

La culpable amistad

Tal vez la diferencia principal entre la política y la cultura, o sea entre la polaca y la culturita, radique no en vulgares cuestiones metafísicas ni en sublimes asuntos de presupuesto, sino en la importancia y el valor que los actores de un campo y del otro le conceden al hábito de hacer amigos y conservarlos. Es de lo más normal pensar que la gente de la cultura, de inclinaciones presumiblemente artísticas y educación ateniense, cuando escribe “amistad” lo hace con A mayúscula, y venera de cuerpo entero ese concepto y esa noble práctica, mientras que a los patanes de la pública grilla partidista (fulanos de lo peorcito, según la opinión más extendida) eso de cultivar la solidaridad, el afecto desinteresado y otras naderías por el estilo viene importándoles poco. Lo cierto, sin embargo, es que cineastas, poetas y pintores no pierden ocasión de condenar los libros, películas o exposiciones de sus colegas (que desde luego no han leído, visto ni visitado) imponiéndoles el oprobioso estigma de que “algún amigo” los financió, promovió, premió y reseñó con elogios al mismo tiempo. Con lo cual se demuestra que la pobre amistad, lejos de ser una virtud entre artistas y homínidos afines, en realidad es una vergüenza y una mala palabra.

Entre los políticos, en cambio, nada está mejor visto que tener amigos, y el vicio que se verifica en dicho gremio, si acaso, es el de inventarse camaradas improbables. Con los amigos de los políticos ocurre lo mismo que con los collares de perlas en los bailes de gala: se trata de ostentarlos, no de alegar que son genuinos. Los llamados “amigos” de Vicente Fox ya sabemos quiénes resultaron ser. Los eventuales amigos de Felipe Calderón ya están asomando igualmente la cabeza. De los inconcebibles amigos de Roberto Madrazo vale más no hablar: no sea que alguien esté grabándonos, y así nos vaya. Que sus amigos resulten falsos no implica que también lo sean sus guardaespaldas.

Pero los más impresionantes, los más chimengüenchones, con toda seguridad son los amigos de Andrés Manuel López Obrador, alias López. Pero no me refiero a sus amigotes del billar, la cervecita, el chiste lépero y el abrazo fraterno, si es que los tiene, sino a los amigos que la señora Leticia Hernández (Dios la bendiga) y el ya mencionado Felipe Calderón le atribuyen: Hugo Chávez, Evo Morales y Fidel Castro. ¡A ver quién le mata esos reyes! No huelga recordar que la señora Hernández, vecina de la colonia Juan Manuel Vallarta y apasionada opositora de López Obrador, a quien atribuye las intenciones de arrasar con la Iglesia católica, patrocinar “el matrimonio de los homosexuales, la eutanasia y el aborto” y pactar “con la China comunista”, publicó en Mural el pasado 15 de diciembre una carta profundamente afín a los discursos de Calderón. Brindo por Leticia y Felipe. Si yo no fuera gente del “medio cultural”, o sea enemigo de las amistades, diría que aquí hay con qué armar una bonita relación de amigos para siempre.



("La culpable amistad" apareció en Mural el domingo 9 de abril.)