28 de julio de 2008

Preguntas y respuestas: el Premio Aguascalientes

Todavía con fecha del año pasado (diciembre de 2007) pero ya entrado, en realidad, el año en curso, la revista Viento en Vela dedicó su número 10 al Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, y en particular a los autores y libros premiados entre 2000 y 2007, o sea Jorge Fernández Granados (Los hábitos de la ceniza, 2000), Jorge Hernández Campos (Sin título, 2001), Héctor Carreto (Coliseo, 2002), María Baranda (Dylan y las ballenas, 2003), yo mismo (Reducido a polvo, 2004), María Rivera (Hay batallas, 2005), Dana Gelinas (Boxers, 2006) y Mario Bojórquez (El deseo postergado, 2007). Reproduzco a continuación el pequeño cuestionario al que respondí por iniciativa de los editores de la revista; otros materiales del número en cuestión pueden leerse por aquí o por allá, sin salir de internet, como el artículo introductorio de Alí Calderón o la reseña de Hay batallas, de María Rivera, escrita por Balam Rodrigo (en versión condensada).



¿Consideras que con el formato actual del Premio Aguascalientes se premia el mejor libro o una trayectoria?

Ignoro de qué “formato” estemos hablando. En mi caso, yo no creo tener ninguna “trayectoria” que merezca ser premiada, como no sea la cicatriz de una trayectoria de arma blanca en la mejilla derecha. Ese cuchillazo accidental, por lo demás, me lo infligió mi hermano cuando él tenía cinco años y yo tres, de modo que no me considero autor ni responsable del estrago. Yo concursé por el Premio Aguascalientes dos veces; la primera fue cuando lo ganó Héctor Carreto, en 2002, y la segunda fue cuando lo gané yo mismo, en 2004. No creo, la verdad, que mi “trayectoria” se haya vuelto digna del premio en los dos años que transcurrieron entre mi primer intento, fallido, y el segundo, exitoso.

¿Qué libros ganadores consideras relevantes? ¿Por qué?

De los que han ganado el Premio Aguascalientes, mi favorito es La zorra enferma, de Eduardo Lizalde (1974). También me gustan o han llegado a gustarme mucho El ser que va a morir, de Coral Bracho (1981), Mar de fondo, de Francisco Hernández (1982), El cardo en la voz, de Jorge Esquinca (1990) y De lunes todo el año, de Fabio Morábito (1991). Si me parecen “relevantes” es por eso: porque los he leído, porque me han gustado y porque han sido importantes para mí, al margen de lo que puedan significar para la historia objetiva de la poesía mexicana, si tal cosa existe.

¿Piensas que Reducido a polvo resume tus búsquedas, que es el libro que puede representar tu poética?

No. Nunca se me ocurriría pensar en esos términos a propósito de ningún libro mío. Ningún libro de poemas tiene por qué resumir nada. Mi “poética”, por lo demás, no existe, o en todo caso no existe como entidad abstracta en mi cabeza ni como entidad concreta en mis libros. Si de mis poemas cupiera deducir alguna poética, tendría que ser algún lector quien la identificara, la entresacara bajo su propio riesgo y la formulara por su cuenta, no yo mismo.

¿Crees que de alguna forma el Premio Aguascalientes pueda legitimar una obra?

No entiendo la pregunta. ¿Cuál obra? ¿El poemario ganador o la suma de poemarios del autor premiado? Si es lo primero, es evidente que sí; pero se trata de una legitimación social, no estética. El premio no garantiza que a todos y cada uno de los lectores les gusten los poemas del volumen ganador. Si es lo segundo, no lo creo: por muy bueno que sea un libro, que se le dé algún premio no supone que otros libros del mismo autor vayan a gozar del mismo prestigio.

¿Consideras que se puede hacer una radiografía precisa de la poesía mexicana a través de los libros ganadores del Premio Aguascalientes?

No. De ninguna manera. Si la “poesía mexicana” de verdad existe como tal, cosa que dudo, tomarle una radiografía no puede limitarse a reproducir el palmarés de ningún concurso. Es más: dicha radiografía ni siquiera estaría completa si registráramos todos los libros de poemas escritos y publicados por autores de México, ganadores o no de concursos pequeños, medianos y grandes. El cuerpo de una literatura (y su esqueleto, por lo tanto: aquello de lo que daría cuenta la radiografía) es de muy difícil delimitación, y para formarse una idea más o menos cabal de sus contornos hay que tomar en cuenta los libros editados, por supuesto, pero también los libros de autores extranjeros o de otras épocas que se lean en el momento determinado que se quiera estudiar, traducidos o en su lengua original, importados o nacionales, así como las revistas, las antologías, la crítica directa e indirecta, las polémicas y controversias, el rol de las editoriales, el rol de la enseñanza formal e informal y algunos otros factores que sería iluso tratar de referir en esta breve respuesta.

14 de julio de 2008

Un poema de Saint-Denys Garneau


DESIERTO MUNDO IRREMEDIABLE

En mi mano
El cabo roto de todos los caminos

Cuándo fueron abandonadas las amarras
Cómo fue que perdimos todos los caminos

La distancia infranqueable
Puentes rotos
Caminos perdidos

En los bajos del cielo, cien rostros
Imposibles de ver
La luz interrumpida de aquí allá
Un gran cuchillo de sombra
Pasa por en medio de mis miradas

De este lugar desligado
Qué llamada de brazos extendidos
Se pierde en el aire infranqueable

La memoria que interrogamos
Tiene pesadas cortinas en las ventanas
¿Por qué pedirle nada?
La sombra de los ausentes no tiene voz
Y se confunde ahora con los muros
Del cuarto vacío.

Dónde están los puentes los caminos las puertas
Las palabras no surten efecto
La voz no surte efecto

Voy acaso a tomar impulso en este hilo incierto
En este hilo imaginario tendido en la sombra
Encontrar quizás los rostros escamoteados
Y darme un gran golpe sordo
Contra la ausencia

Los puentes rotos
Caminos cortados
El comienzo de todas las presencias
El primer paso de nuestra compañía
Yace quebrado en mi mano.


(Este poema forma parte de Todos y cada uno. Poemas / Tous et chacun. Poèmes, libro recopilatorio de casi cuatrocientas páginas en el que, para decirlo familiarmente, poquito me faltó para traducir toda la poesía del clásico poeta quebequense Saint-Denys Garneau, nacido en 1912 y muerto en 1943. La edición, bilingüe y, a mi modo de ver, estupenda, corrió a cargo de Arlequín, en Guadalajara, y Écrits des Forges, en Quebec.)