8 de octubre de 2007

Doble sentido

Al ritmo que va el mundo, si es que a esto puede llamársele mundo, en poco tiempo sólo el gobierno de Israel será capaz de comprender y asesorar a Emilio González Márquez y a su secretario de Vialidad, José Manuel Verdín Díaz. Este último debe ser considerado el principal artífice —ya que no el principal responsable, mérito que corresponde a su jefe y máximo valedor— de la barbaridad imperdonable, pero nada original, que desde hace un par de semanas lleva el nombre de Viaducto López Mateos. El razonamiento es apabullante: ya que toda luz roja es culpable de frenar el incansable flujo de vehículos que da fama y justificación a la vía referida, nada mejor que trocarlas todas por luces verdes, y que Berlín Oeste se vaya despidiendo de Berlín Este, o la terrorífica Zapopan de la espantosa Guadalajara.

Barbaridad nada original, decía yo, porque resulta que los políticos de Kadima, visionario partido en el poder en Israel, han decidido emular a su entrañable fundador, el hoy vegetativo Ariel Sharon, y se han puesto a elevar muros divisorios entre su país y los numerosos enemigos de toda la vida, internos y externos, con tanta puntería que han terminado por edificarse una pared entre la mitad o hemisferio derecho del cerebro y la otra cavidad, también hueca, del hemisferio izquierdo. En efecto, el reportero español Juan Miguel Muñoz, en El País del pasado 10 de septiembre, informa que, al este de Jerusalén, el gobierno israelí está por terminar “una carretera, que unirá Ramala con Belén, propia del régimen del apartheid. En uno de sus lados circularán los israelíes”, explica; “en el otro, segregados por un muro, los palestinos. Los primeros podrán salir a cualquier pueblo o ciudad; los segundos, no”. Lo que no señala Muñoz es quién deberá circular por los carriles laterales, ya que los del centro son los que siempre acaban congestionándose, tanto en vialidad como en política.

Valga la digresión: a los narradores les fascina contar el cuento del doble o Doppelgänger, a tal grado que no hay escritor de ficción con cierta notoriedad, cuentista o novelista, que no lo haya hecho aún. Está un señor en su casa, tranquilo, y sale un rato a la calle (a comprar las tortillas, póngase) y ese rato le sirve para constatar que hay otro señor idéntico a él, y que además es él, que anda también por la calle, y que ha salido a comprar tortillas, y que se nota muy angustiado porque acaba de verse a sí mismo del otro lado de la calle. Tal es el doble, y a propósito de la palabra germana Doppelgänger nos ilustra la Wikipedia: “Significa, en lo esencial, compañero de caminata, o sea la persona que anda paso a paso con uno”.

El caso es que Verdín y Emilio parecen ver dobles o fantasmas por todas partes, y han echado mano del ejemplo israelí para segregar (con ese muro de alta velocidad que será López Mateos) a los de allá con respecto a los de acá, sin antes preguntarse de qué lado quedarán ellos cuando se grite: “¡Sálvese quien pueda!”



("Doble sentido" apareció ayer en Mural.)