11 de mayo de 2009

De una charla con Víctor Cabrera

Mi buen amigo Víctor Cabrera, poeta y editor, tuvo hace algunos meses la incomprensible ocurrencia de hacerme una entrevista para el Periódico de Poesía. Hoy, como no hay plazo que no se cumpla, la primera parte del diálogo en cuestión acaba de publicarse. Reproduzco una pregunta y la consiguiente respuesta y a continuación invito a los visitantes de mi blog a leer el texto completo en donde ha sido publicado...

CABRERA Como sabemos, un poeta suele ser, en realidad, un cúmulo de poetas; en este sentido, es notorio cómo, a lo largo de los años y de tus libros, tu poesía avanza, más que por el camino de la decantación de un estilo muy personal (la tan discutida voz, personal o íntima, del poeta), por dos vías complementarias. Una, digamos, más clásica o tradicional, más diáfana, también, y otra en la que asumes una poética más críptica o abstracta, emparentada, creo, con tradiciones como la francesa y con ciertas vanguardias.

DE AGUINAGA En realidad, la figura que yo emplearía es la de los viejos discos LP. De pronto pongo el lado A y de pronto el lado B. Personalmente, tengo la convicción de que se trata del mismo disco que cambio de cara. Pero es verdad que las variaciones pueden percibirse. Fíjate, te voy a contar: cuando, en 1993, empecé a trabajar en un poema extenso que publicó la UNAM en 1995, titulado El agua circular, el fuego, tuve la experiencia de hacerme consciente de cuestiones que me interesaban ya entonces, pero de las que no era yo muy sabedor y que más o menos explicaría así: El agua circular... es un libro de una sintaxis desbordada, compuesto en una poética de la acumulación, de la sobreimpresión, del extravío, y sin embargo, me interesaba que los poemas estuvieran hechos de un material nítido, ya que no claro. Escribiendo ese libro me di cuenta, haciendo un examen autocrítico, de que no estaba siendo claro, que ningún lector podría decir eso de mi poema: que la claridad fuera una de sus virtudes; sin embargo, yo sí quería trabajar con nitidez las figuras de mi libro, que la pronunciación de las frases fuera nítida, más allá de que temáticamente o a nivel de contenido quedara claro de qué se trataba el poema. Entonces, empecé a diferenciar entre ambas cuestiones, por un lado la claridad que, si te soy franco, no me interesaba gran cosa, y por otro lado la nitidez, como esa virtud más prosódica pero también más del orden de lo imaginario. Es decir, que aunque no sepas qué simboliza una figura, una metáfora, una imagen, sí la veas, la percibas con claridad. Digamos que lograr la claridad en la percepción, no tanto en el entendimiento: eso es a lo que llamo nitidez. Si por algún ideal he tratado de dejarme llevar en todos estos años es por ese. Más allá de que haya claridad en cuanto a contenidos y temas. Por ejemplo, El agua circular, el fuego, Cien tus ojos y Reducido a polvo son libros tal vez temáticamente poco claros.


La entrevista, vale decirlo, tiene un título que me divierte mucho: "Yo no estoy ni para dar la hora". Y se puede leer siguiendo este camino...

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