15 de julio de 2006

La realidad no será nunca

Carmina Estrada (editora), Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983), México: UNAM, Ediciones de Punto de Partida, 2005, 232 pp.

Mucho me temo que hay que desconfiar de las antologías. No soy desde luego el primero en advertirlo ni aspiro a ser quien dé por zanjada la cuestión. Me limito nomás a expresar una suerte de intuición, cuando no una especie de lugar común que, por ser precisamente común, casi nadie se atreve a manifestar como idea propia. Lo cierto, sin embargo, es que no nada más lo que uno inventa le acaba siendo propio. A decir verdad, las contadas y raquíticas iniciativas que alguna vez yo haya tenido sin inspiración o asistencia de otras personas me son tan propias como los temores y los deseos que, por transmisión hereditaria, contacto generacional o estimulante cercanía de individuos concretos, he absorbido por años con mínimas variantes, así en el campo de la poesía como en otros de alcance y envergadura menos dignos de ostentación.

Pienso en esto al concederme un respiro mientras releo Un orbe más ancho, la muestra de jóvenes poetas mexicanos que ha preparado Carmina Estrada para la UNAM a la insigne luz de la revista Punto de Partida, que tantos poetas de interés ha dado a conocer en treinta o más años de trabajo colectivo. Todavía recuerdo cuando, en 1987, por primera vez tuve noticia de dicha revista: en su Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco la mencionaba de paso al referirse a Ricardo Yáñez, quien ganó efectivamente un premio de Punto de Partida, y de quien Blanco afirmaba con esa desenvoltura un tanto expeditiva y malhumorada que me fue al poco tiempo alejando de su libro: “es indudablemente el mejor escritor que ha revelado esa revista”. Refiero esta lectura de mis quince o dieciséis años no tanto por nostalgia como por simple afán de constatación: los cuatro poetas comentados con cierto detenimiento por Blanco en aquellas páginas (David Huerta, Jaime Reyes, Ricardo Yáñez y Ricardo Castillo) me siguen pareciendo notables y, en casi todos los casos, no sólo dignos de relectura, sino de afecto duradero. Con todo, vuelve a llamar mi atención, ahora que de nuevo consulto la Crónica de Blanco, una lista de veintitrés poetas —excepción hecha de los cuatro que arriba enumero entre paréntesis— entre los cuales reconozco a muchos que no han publicado ningún poema en años, a otros de los que sólo me suenan los nombres, a seis o siete que no atino a recordar ni siquiera por alusiones indirectas y, con el debido respeto, a varios que se han mantenido en las nóminas largas de la poesía nacional, pero a cuyas obras preferiría no tener que remitirme. Justo es decir que algunos otros, los que más me interesan, figuraban ya entonces en el reporte de José Joaquín Blanco y siguen figurando ahora en aquello que, más abarcador, más minucioso y menos definido, se dio en llamar una vez (la) República de (los) Poetas.

Blanco presentaba esa lista un poco a la manera del fotógrafo que prepara un telón de fondo para destacar los contados perfiles (cuatro, en su caso) que de verdad le parecen relevantes. Hoy me parece honesto advertir que, si con dicha lista se confeccionara una muestra de la época, el resultado sería cuando menos irregular. Todo hay que decirlo: también es irregular el balance de antologías canónicas del espacio lírico nacional, como Poesía en movimiento (1966) y el Ómnibus de poesía mexicana (1971). Pero con muestras como la desconcertante Asamblea de poetas jóvenes de México (de Gabriel Zaid, como el Ómnibus, y aparecida en 1980) sucede que, a veinticinco años de distancia, no nada más los jóvenes han dejado razonablemente de serlo, como en el poema de David Huerta: también la vocación de los poetas, en la mayoría de los casos, ha desaparecido, y otros autores de la misma edad, que no tenían curul ni voto en semejante Asamblea, parecen ahora miembros incuestionables de su generación, ya que de generaciones debe hablarse cuando se tocan estos temas. Yo quiero pensar que no pasará lo mismo con Un orbe más ancho y otras antologías de los últimos tiempos, pero no puedo asegurarlo. En todo caso, quiero señalar también que yo no pienso en la durabilidad ni mucho menos en la intemporalidad cuando intento jerarquizar las exigencias que deben hacérsele a las antologías. A éstas hay que representárselas de veras, esto es: volver a leerlas en presente, haciendo un esfuerzo para trasladarse al momento en que fueron concebidas, editadas y leídas en un principio.

Sin duda lo primero que debe observarse a propósito de Un orbe más ancho es la discreción con que su editora, Carmina Estrada, resuelve aparecer en el volumen. Es ella quien firma el prólogo, en efecto, pero su nombre no aparece ni en la cubierta ni en la portada ni en la portadilla del volumen: para localizarlo hay que remitirse a la página legal, donde se da crédito a Carmina Estrada junto a su asistente, Rodrigo Martínez, y apenas por encima de la diseñadora y del ilustrador del forro. Se trata de un rasgo de modestia más bien inusual, habida cuenta del prestigio que suelen capitalizar quienes preparan muestras y antologías a menudo inferiores a ésta y ostentan el haberlo hecho: modestia, conviene subrayarlo, que se refleja con provecho en la organización misma de la muestra y en la solvencia editorial con que ha sido compuesta. Y es que Un orbe más ancho se deja leer con auténtica fluidez, y la razón hay que buscarla en que no se desgasta buscando parecerse a las rigurosas y exhaustivas antologías de consulta, que acostumbran fallar en donde tendrían que plantarse con mayor firmeza, ni a los meros libros colectivos, que son a veces conglomerados de poemarios individuales y a veces conjuntos de poemas autónomos, temáticamente afines, también de autores diversos. En cuanto a los rasgos diferenciales de Un orbe más ancho, el volumen parte del interés por “difundir la obra de nuevos escritores desde la trinchera de un proyecto de la Universidad Nacional Autónoma de México” y “obedece a la intención de mostrar un abanico de opciones diversas, un orbe extendido, un orbe de poetas jóvenes, digamos, reconocidos, pero que ensanche sus lindes hacia otros menos evidentes, a la vez que trascienda el universo de colaboradores habituales de la revista Punto de Partida”, en palabras de Carmina Estrada. Tales “nuevos escritores” tienen, según mis cuentas, entre 23 y 35 años, o están por cumplirlos en este 2006. Todos ellos colaboran con revistas o suplementos de México, hayan o no nacido en el país, y han escrito sus libros (todos cuentan por lo menos con uno, “publicado o en vías de publicarse”) dentro de un mismo ámbito de lecturas, estudios humanísticos, discipulados, talleres, becas, festivales, premios y editoriales, es decir: en el contexto de un medio literario más o menos homogéneo en cuanto a sus referentes externos u objetivos. Los otros referentes, internos o subjetivos, pertenecen a cada poeta en particular y no son cuantificables en términos de sociología literaria.

La mecánica del volumen puede resumirse así: Un orbe más ancho va sumando módulos de alrededor de cinco páginas (dichos módulos, desde luego, son los capítulos dedicados a cada uno de los cuarenta poetas elegidos) en los que, tras el nombre del poeta y una brevísima semblanza, se ofrece un puñado de poemas generalmente breves, o varios fragmentos de algún poema extenso. Los poetas aparecen ordenados bajo el criterio de la edad, partiendo del mayor, nacido en 1971, hasta el menor, nacido en 1983. En la medida que arranca de un explícito Punto de Partida, la muestra excluye, por así decirlo, a quienes no han colaborado en la mencionada revista, de modo que algunos poetas con relativa notoriedad que nacieron a partir de 1971, como María Rivera, Luigi Amara, Julián Herbert, Daniel Téllez, Rocío Cerón y Jorge Ortega, no están en Un orbe más ancho, o están por omisión, ya que la editora justifica sus ausencias en el prólogo. Por otro lado, el objetivo de no reducirse a los índices de Punto de Partida se traduce, ya que no en la incorporación de los poetas que acabo de referir, sí en la de otros que no habían figurado en El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela, 2002) ni en Árbol de variada luz. Antología de poesía mexicana actual, 1992-2002 (Rogelio Guedea, 2003), las dos antologías de referencia para este periodo hasta el momento.

Ahora bien, si yo me preguntara qué hacer con mi lectura de Un orbe más ancho, de qué manera sacarle algún rendimiento en términos de aprendizaje literario, debería sin duda comenzar elaborando una lista con los nombres de los poetas que me interesaron más entre los cuarenta que recoge la muestra. Confieso haber señalado algunos en el índice del ejemplar que leí; haber hecho, pues, una segunda lista dentro la primera, una lista de la cual tendré que hacerme responsable yo de la misma forma que la editora de Un orbe más ancho se hace responsable de la lista mayor, de la lista planteada en un principio, con sus cuarenta posibilidades. Mi lista se compone de doce poetas: Armando Ayala Ochoa, Víctor Cabrera, Luis Felipe Fabre, Carlos Vicente Castro, Luis Jorge Boone, Jair Cortés, Hugo García Manríquez, Hernán Bravo Varela, Óscar de Pablo, Eduardo Uribe, Jorge Solís Arenazas e Inti García Santamaría. Radiofónicamente hablando, cada cual trabaja en su propia frecuencia —y haber sintonizado esa frecuencia ya es bastante motivo de satisfacción—, si bien a todos parece importarles escribir mezclando referencias de las llamadas “cultas” con otras del habla y la vida cotidiana más callejera, combinar melancolía intimista con extraversión lúdica, trabajar en la exactitud formal tanto que suene a desenfado, unir la convicción literaria y el humor, la certidumbre del oficio y los titubeos de la identidad, el placer del ritmo y una ocasional desesperación ética.

Pero debo admitir que, si la muestra en sí misma presupone una lista verdadera, la mía es una falsa lista, ya que nada más cobra significado gracias al presupuesto de que aquélla existe. Al ordenar los doce nombres de mi pequeña selección, lo que hago no es apostar por ellos pensando en el futuro de la poesía mexicana (dichoso quien se atreva) sino decir en voz alta cuáles fueron los doce momentos en que mi lectura se volvió más gozosa, más divertida, más profunda. No es momento de acuñar porvenires. Subrayo estos versos de Paty Blake: “la realidad fue ayer / no es necesario el equipaje”, y los relaciono con éstos de Inti García Santamaría: “Voy entre futuros muertos, / entre próximos gusanos, / estoy entre semejantes”. Literalmente, no future. Si este signo es característico de Un orbe más ancho, si lo es en general de la nueva poesía mexicana o si lo es de toda juventud en toda época, yo entiendo que lo mejor es no determinarlo por ahora.




(Escribí este artículo para leerlo en la presentación de Un orbe más ancho en la Feria Internacional de Libro del Palacio Minería. Posteriormente apareció en el número 43 de la revista Luvina.)