13 de marzo de 2011

Empate

Murieron los capitanes de ambos bandos.
Los generales, por su parte, huyeron
al intuir un desenlace de catástrofe arcaica.

Los últimos en caer
lo hicieron sin heroísmo y sin angustia,
rozados apenas por un aire
que sólo de silbar envenenaba.

Ningún superviviente —que los hubo—
reclamó la victoria ni exigió más fama
que la del mutilado, la del paria, la del viudo.

Hoy, en los límites de la ciudad sitiada,
ya ni siquiera rondan buitres,
aunque sí un ruiseñor
silente a mediodía, pardo y gris en la tarde,
impar, solitario, ignorante de que vive.


(Acabo de publicar este poema en La Jornada Semanal.)