10 de junio de 2004

El tonto

Acaso el más urgente y decisivo, el único verdaderamente impostergable de cuantos problemas de orden moral deban encararse hoy en día, en esta precisa coyuntura histórico-social, en este crucero de pasiones e incertidumbre, sea el siguiente: ¿se vale llamar “tonto” a Hugo Sánchez? Dicho de otro modo: ¿puede haber justicia en hacerlo? ¿Puede haberla en cometer ese crimen de lesa majestad, importunando al prudente y difamando al virtuoso, al intachable? Nótese que hablo de llamarle “tonto”, que no de juzgarlo tonto en silencio ni de pensar al paso que tal vez lo sea, lo cual no supondría ninguna ofensa caracterizada. Llamarle “tonto” fue lo que hizo Rubén Omar Romano, futbolista ya retirado que jugó en el América, el Necaxa, el Puebla, el Veracruz, el Cruz Azul, el inestable León y mi sufrido Atlante, y es el actual entrenador del Morelia (como antes lo fue de los Tecos). Y me parece haberlo escuchado subrayar: “el tonto ése”, con su buena tilde prosódica.

Ya dijo Camus, al empezar El mito de Sísifo, que sólo hay un auténtico problema en achaques de filosofía: el problema del suicidio. Pero es inútil disimular: el suicidio no tiene por qué ser necesariamente un problema, y esto en la medida que sólo puede serlo como posibilidad, no como acontecimiento. Lo digo, entiéndaseme bien, con el respeto debido. Cuando es un acto ejecutado y verificable, inscrito en la sucesión de los hechos, el suicidio no puede resultarle un problema (ni en lo conceptual ni en lo pragmático) a su terrible y misterioso ejecutor. Quedan, por supuesto, las gentes de su entorno, que sufren el suicidio —la mayoría de las veces— pero tienen que declararse incapaces de comprenderlo en la medida misma que la experiencia directa los excluye. No hay por fuerza un “problema” del suicidio, en consecuencia. Y en consecuencia también, resuelta y pasada la eliminatoria, sólo queda en pie lo de llamar “tonto” al pesado Hugol.

Corren tiempos —los de una Copa del Mundo a la vuelta de la esquina— en que al futbol nadie parece dispuesto a negarle un título de grandeza cultural, gloria de las naciones, riqueza de los oprimidos o muletilla de los poetas. La cubierta de Letras Libres anuncia un expediente: “Pensar el futbol”, y Tierra Adentro enfila sin marca rumbo a la portería: “El futbol como espacio imaginativo”. Juan Villoro insiste, por principio, en que la inteligencia no puede faltar a la cita con el balón so pena de convertir al juego en mera estampida o bullicio inútil. Rodrigo Fresán apunta que Maradona, irracional y exorbitado, es una especie de maravilla natural que ha vivido en carne propia todo lo que Marlon Brando tuvo que procurarse a través de sus personajes: plenitud, fiereza, genio, chapuza y decadencia. Nadie se atreve a mirar de frente a la tontería, con o sin Hugo Sánchez dentro. Y yo sospecho que a Romano lo asiste la razón, ya que no la serenidad.

Debe asentarse que Romano, cuando fue jugador, lo fue de los que hacen de un partido algo digno de ser visto con lucidez, al margen de toda calentura patriótica o sed primaria de goles numerosos. Como es natural, ello no lo vuelve más correcto en sus declaraciones, que pueden calificarse todavía de amargas e intempestivas. Pero el hecho de haber jugado como jugó, acercándose a la defensa para facilitar el comienzo de las jugadas, enviando pases calibrados y ventajosos (muchas veces muy largos), elaborando paredes o triangulaciones en las afueras del área rival, cobrando tiros libres magníficos, vuelve a Romano —al menos ante mí— una voz fiable, merecedora de atención y crédito: una voz, como suele decirse, autorizada. En el polo contrario, mucho me temo que de Hugo Sánchez deba sostenerse una opinión adversa: vio contrincantes incluso en las propias filas, y como entrenador sigue viéndolos; trabajó siempre a su manera, combinando su innegable destreza con chocantes dosis de oportunismo, transa de callejón y madruguetes; nunca vio por encima de la grandeza personal, y se fingió víctima de un pueblo frustrado, y volvió a México dando lecciones irrisorias de “triunfador” y autógrafos con acento madrileño. Sin darse cuenta, hizo en verdad lo necesario (y mucho más) para que Romano dijera con razón lo que terminó diciendo.

No faltan quienes piensan que todo mexicano, por el solo argumento de serlo, tiene la obligación de corroborar las pretendidas razones de Hugo Sánchez. Como los voceros de la Presidencia de la República en pleno lío contra Fidel Castro, llaman a cerrar filas en torno a una causa ridícula. Negarse da igual que ser un resentido, un vendepatrias y un “cangrejo”. La causa de Romano, según ellos, no merece defensa: el tipo es extranjero, nunca fue campeón goleador (ni campeón de nada) y es algo proclive a la insolencia. Razones de más, añado yo, para encontrarlo simpático: simpático y desinteresado, porque no hay esperanzas de ganarle a uno que ya se jacta de ganarlo todo.



(Hace un par de años, el 19 de mayo de 2002, apareció en Público este artículo mío que hoy viene al caso por jugarse aquí en Guadalajara el primer partido de la final del campeonato nacional de futbol entre las Chivas y los Pumas de la UNAM, dirigidos estos últimos por Hugo Sánchez. Cuando me dio por escribir el artículo, pocos días antes del primer juego de la Copa del Mundo en Corea del Sur y Japón, Rubén Omar Romano llamó "tonto" a Sánchez... con justa razón.)

1 comentario:

L*! dijo...

Vaya, no sabe usted la alegría que me da saber que ha abierto una bitácora. Con lo que yo he buscado sus libros en algún sitio (sin éxito, pero así y todo...), eh.

Lástima que, eso sí, debería poner otro sistema de comentarios, porque éste va en detrimento de toda clase de opiniones que (aunque no siempre o necesariamente), suelen ser la fundamentación de estos espacios, por la interacción que generan y el modo en que retroalimentan el proceso de escritura.

(Es sólo una sugerencia, desde luego.)

En cualquier caso, le dejo un enorme saludo. Me ha dado muchísimo gusto llegar hasta aquí (por lo demás, ya lo había leído en red con algo sobre el fulbito que me había gustado mucho también, eh).

;))

L* (ésta es mi verdadera dirección, por si acaso)