Hablo un idioma sin labiodentales
ni paisajes fastuosos.
Puedo subirme a un árbol
y mirar desde ahí los predios de la eñe,
la expansión de la ese como un charco
de vinagre o espuma petroquímica,
el hábito encendido de la equis:
literales castillos en el aire.
No le perdono a casi nadie
que se lo adueñe, lo crea suyo,
le imponga su prosodia o apellido.
Lo quiero amordazar. Lo quiero
conmigo todo el tiempo.
Es un idioma un tanto ronco,
más parecido a un monumento
sin cabeza que a una cabeza
monumental. Todo lo ignora:
el nombre científico, el nombre
propio y sus propias reglas
de juego que no tiene quien lo juegue.
Lo que dice lo dice
como si fuera siempre a ser verdad.
Como si todo fuera
verdad. Como si algo lo fuera.
(Este poema está incluido en País de sombra y fuego, libro coordinado por Jorge Esquinca y prologado por José Emilio Pacheco que acaban de publicar Maná, la Fundación Selva Negra y la Universidad de Guadalajara.)
1 comentario:
Me gusta la resuelta manera de abordar tan íntimamente las letras, una por una
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