Mis pies miden treinta centímetros
y los de mi hermano el mayor treinta y dos.
RICARDO CASTILLO
Nadie que no calce del 30
sabe lo que significa estar solo.
Puede constatarse.
A las tiendas
llegan diez, quince pares de zapatos
de cada una de las otras tallas
y sólo un par del 30, y eso
porque los pies vienen de a dos
y nadie compraría un zapato solo
si así se lo vendieran.
Aunque yo sí lo haría.
Pagaría siete veces el izquierdo
en espera del par,
y el derecho, negado siete veces
y siete por setenta
imaginado,
se me presentaría en el sueño
como un padre,
como un ancestro de talones anchos
y empeines desmedidos,
como el pie y el zapato al mismo tiempo,
y me ataría con sus cordones
de la mano
para llevarme a donde hubiera gente
de pasos y pisadas comprensibles.
Calzar del 30 no da risa.
Tampoco es ningún drama.
Pero a veces hay directorios telefónicos
tirados en la calle
con datos de otras eras
o del armario salen cajas
de comercios que fueron liquidados
y uno se ve los pies, los interroga,
un poco los levanta con prudencia
y vuelve a dar con ellos en el suelo
y no adivina cuándo ni en qué sitio
hayan servido, hayan sido comunes,
hayan cabido en calcetines
o hayan roto invaluables corazones.
("Calzar del 30" se publicó en el número 14 de la revista Reverso.)
1 comentario:
Calzar del 30 es una manera redituable de colocar el pensamiento en los pies, ya que la soledad se concentra en la búsqueda de los pasos amplios.
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