Levanté la cabeza
y, al paso de las campanadas,
quise contarlas de una en una.
Conté cincuenta y cuatro
en cornisas y alféizares
y alambres de la luz.
Ya estaba oscuro,
por lo que habría cincuenta más
en los rincones, escondidas
o a punto de nacer, en huevos
rayados por el humo.
Los que venían a misa
ponían sus coches donde fuera
y en la plaza, cuadrada como siempre,
circulaban los ecos apagados
de un tiempo sin palomas, que dormían:
de un campanario a solas:
de cincuenta silencios o escondites.
("Palomas" apareció en el núm. 8 la revista Cultura Urbana, enero-febrero de 2006.)
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