27 de febrero de 2007

Cuatro maneras de comenzar el año








I

Siempre que pienso en la poesía de Jenaro Talens, cuando por algún motivo intento comprenderla o repasarla mentalmente, invariablemente recuerdo un poema de La mirada extranjera, libro de 1986, titulado “Solo”:



Si existe un cielo, llevará tu nombre,
vendrá despacio cada noche,
se sentará a mi lado, y con el resto
de lo que fue solícita ternura
quizá me ofrezca compañía.
Cómo negarme a su calor, si es todo cuanto queda.
Tendrá tus mismos ojos,
su claridad sin límites,
y el verde aroma que tu cuerpo exhala
como quien abre puertas en la oscuridad.
Si existe un cielo, el cielo serás tú,
tú, territorio cuya piel transito
mientras la muerte gira alrededor.



Se trata, para mí, de trece versos noblemente afectivos, emocionados. No ha de faltar quien los califique más bien de irracionales. Que un cielo venga por la noche a sentarse, como si se tratara de una persona, junto al que invoque su presencia, resulta efectivamente difícil de concebir. Sin embargo, en esa dificultad posible no cabría sustentar una supuesta dificultad general del poema (que, por el contrario, me parece intenso y transparente). Dos veces consecutivas en el poema se dice ; el insistente “nombre” de quien otorgará identidad al “cielo” es apenas ese pronombre, cuya realidad es algo más que gramática. Se diría entonces que, donde hubo cuerpo, donde hubo “solícita ternura”, donde hubo nombre, la frágil vibración y el amenazado calor de una sílaba, , “es todo cuanto queda”. No está de más advertir que todas las palabras de un título de Pavese, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, aparecen, reorganizadas, en la extensión del poema.

Es así como suelo acercarme a los ya por fortuna numerosos libros de poemas de Talens: poniéndome a la escucha de una emoción que asienta en la sombra sus puntos de partida (“como quien abre puertas en la oscuridad”) y va encontrando en el otro, en las constelaciones de la inagotable alteridad, el camino de su propia luz, quizá precaria, tanto más valiosa cuanto más arduo sea reflejarla o emitirla.

II

En el prólogo a Cenizas de sentido (poesía, 1962-1975), Jenaro Talens formuló, entre otras importantes afirmaciones, la siguiente: “Aunque nada de lo que he escrito puede desvincularse de una vivencia concreta, nunca he hablado de mí, pero siempre lo hice desde el único lugar del que me es imposible sustraerme, esto es, desde mí”. Zanjó con ello la enojosa reiteración de tópicos y lugares comunes por obra de la cual, en el ámbito de la poesía española contemporánea, se divide a los autores entre poetas “abstractos” o “experimentales” y poetas “de la experiencia”. Ridícula separación, especialmente cuando se comprende que, lejos de operar en términos descriptivos, en realidad es la base de un precepto y, peor aún, de una prescripción favorable al segundo grupo, el realista o de la “experiencia”, que así busca ratificar —valiéndose de una flagrante petición de principio— su dudosa existencia.

Lo cierto es que ningún poeta de valía puede aspirar a contar su vida, ni a contar a secas nada, si antes no ha percibido que la materia de su trabajo es, menos que sus anécdotas, el punto de vista desde donde podrá configurarse como sujeto. Quien así lo explica es el propio Talens al referirse a sus poemas: “Quiero decir que lo mío, si así hay que llamarlo, sería el punto de vista, nunca la anécdota argumental; el tono, no la melodía”. Cuestión de tono y de tonalidad emocional es, en efecto, la subjetividad poética, que al invocar para sí misma el apoyo de una perspectiva se sustrae del paisaje contemplado y se repliega en el espacio de la contemplación. En todo poema “se ven” cosas, pero en el punto desde donde pueden verse tales cosas no hay nada: está, solo, el acto de oír o de mirar. Acto, acción pura, el estricto decirse del poema es ajeno a la pasividad y al afán de conquista, simultáneamente: ni puede abjurar de su dinamismo contemplativo ni es capaz de absorber todas las palabras ni todos los cuerpos del universo. De ahí el título de un consistente y esclarecedor libro crítico de Talens: El sujeto vacío (2000).

En relaciones de igualdad e interacción, experimento y experiencia conviven en la poesía de Talens al grado que no es posible deslindarlos uno del otro pensando en sus “funciones”. En su caso, tanto la experiencia como el experimento corroboran que, pese a llamarse ineludiblemente yo, el poeta sólo puede trascender la primordial perplejidad humana dirigiéndose a ti. “Un poema nunca derribará un muro, pero sí puede hacer que alguien asuma como necesaria la tarea de intentarlo con sus propias manos”: en su ambigüedad, esta oración que yo entresaco de “Algo que no es una poética”, texto publicado por Talens en 1999, vale como si fuera una sentencia y como todo lo contrario de una sentencia, ya que su energía es la energía de la incertidumbre y el desconcierto. ¿Qué deberán intentar los lectores de Talens: escribir otra vez el poema o derribar el muro?

III

Por su edad, Jenaro Talens puede ser leído en paralelo con los llamados Novísimos de la poesía española, esto es: con el grupo de nueve poetas que José María Castellet reunió en su antología de 1970. Aquel volumen de los Nueve novísimos poetas españoles tuvo en efecto una repercusión tal que bajo su influencia todavía se pondera el peso de la promoción o generación de poetas que publicaron sus primeros libros en los últimos años de la dictadura franquista.

Sin embargo, es un hecho que, de los nueve Novísimos, al menos cuatro fueron cobrando notoriedad a medida que se apartaban de la poesía lírica (Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix y Ana María Moix) y que uno más, Pere Gimferrer, en el mismo año de 1970 ya no escribía sus poemas en castellano, sino en catalán. Desde luego, la “deserción” de Gimferrer no tuvo nunca el mismo signo que la de sus compañeros que se decantaron por el ensayo y la novela: Gimferrer, al cambiar de lengua, se ajustó a un deber de congruencia estética que no hizo sino favorecer su desarrollo como poeta en lo sucesivo. Pero es verdad, en cambio, que los cuatro Novísimos que se mantuvieron en las nóminas de la poesía escrita en castellano (Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Guillermo Carnero y Leopoldo María Panero) lo hicieron cultivando líneas de trabajo tan personales, distintas e intransferibles que, lejos de acentuar una indeseable cohesión de grupo, tendieron más bien puentes en dirección de otras poéticas que les eran contemporáneas. Pienso en las obras de Juan Luis Panero, Eugenio Padorno, Antonio Carvajal, José-Miguel Ullán, Aníbal Núñez, Antonio Colinas, Olvido García Valdés, Jaime Siles y el propio Talens, con quienes podría formarse otra serie —tal vez de mayor envergadura que la primera, incluso— de nueve poetas que ya eran jóvenes entre 1968 y 1975, años decisivos cuando se trata de lo que aquí se trata.

La diversidad, en síntesis, terminó siendo el verdadero patrimonio estético de aquellos poetas que iniciaron sus respectivas andaduras en las postrimerías del franquismo, y no el culturalismo ni el intimismo ni el coloquialismo. Culturalistas, intimistas y coloquialistas, todo esto lo han sido acaso al mismo tiempo los mejores poetas de cuantos aquí se han mencionado. Y es que, si en algo se asemejaran, justamente sería en la construcción de una nueva subjetividad, sin duda contradictoria en ocasiones, poliédrica y conflictiva, desde la cual fue vivida por primera vez una realidad ciudadana y sentimental entonces emergente. En lo social, dicha realidad se caracterizaría por el boom de las universidades como focos de acción intelectual, pero también de adoctrinamiento para el nuevo consumismo, por la conquista de nuevas posibilidades eróticas y por el inevitable retroceso, en el imaginario español, del protagonismo de Francisco Franco, lo mismo como figura de culto que como demonio aborrecido.

IV

Poeta, ensayista, profesor y traductor español, Jenaro Talens nació en Tarifa, en el extremo sur de la península ibérica (y de toda Europa), en 1946. Él mismo, en El sueño del origen y la muerte (1988), dedica un par de páginas a su ciudad natal, llamada Julia Traducta por los romanos, transpuesta la cual “Se abre como una noche un abismo sin límites / Un mar hecho de luz inabarcable”:



Supongamos
Esta ciudad pequeña al borde del océano
Y alguien que corretea por sus calles
Qué importa cuanto hiciese
Por no existir en los derrumbaderos
De un espacio indeciso
Cuya memoria no me pertenece
Aquí sólo se invoca por asociaciones
Mientras los lagos pierden su color
Y tú bajo los mármoles
Inventas otro nombre para la locura.



Casi al comenzar uno de sus primeros libros, Víspera de la destrucción (1968), Talens decidió colocar un poema, “Desde la ventana”, en el que un grupo de niños juega y, al jugar, es observado, por así decirlo, por el sujeto que pronuncia el texto. Entre los niños hay uno, “el más alto, y el más / inocente también”, que acaso es la misma persona que quien lo ve jugar: “Tiene mis mismos ojos y mi misma / boca y el mismo rostro / —borrosamente lo distingo— / y esa misma manera de actuar / de quien se sueña fuerte, / dueño de su destino”. Sobra decir que la sonoridad persistente de los versos refrenda la probable repetición o difracción del individuo que tiene la voz: “mis mismos ojos y mi misma / boca…” En todo caso, bien podría tratarse del mismo personaje que antes, en el poema sobre Tarifa o Julia Traducta, “corretea por sus calles”. Talens habrá dicho: “Siempre puse en mis escritos toda mi vida y toda mi persona”. Toda mi persona: todo mi personaje.

El primer libro de Jenaro Talens que se publica en México es Luz de intemperie. Y está bien que así sea, porque se trata de una muestra verdaderamente sustanciosa de los más de cuarenta y cinco años en que ha escrito poesía. Importa recordar que ha sido el propio Talens quien emprendió la selección y el acomodo de los textos: de admitirse que se trata de un poeta comprometido con una profunda reflexión acerca del yo, de la subjetividad artística y de la identidad poética entendida como espacio vacío y como zona de confluencias —idiomáticas, geográficas, disciplinarias—, debe aceptarse también que lo mejor ha sido invitarlo, con este libro, a que configure por su cuenta una imagen de su obra y, a la larga, de sí mismo.

Jenaro, el nombre de pila de Talens, quiere decir enero. Enero es el comienzo. Acercarse a la poesía de Talens en verdad es aventurarse a comenzar una y otra vez: comenzar a entenderlo todo (la identidad) preguntándose por casi todo (el mundo).



("Cuatro maneras de comenzar el año" es mi prólogo a Luz de intemperie. Antología personal de Jenaro Talens, libro recientemente publicado por la UNAM en su colección de Textos de Difusión Cultural.)

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