8 de marzo de 2012

Tres poemas de Adolescencia y otras cuentas pendientes

RESPUESTAS AL CUESTIONARIO PROUST

Ya no hay chapulines en los prados ni luciérnagas en la noche, pero ante la puerta de mi casa, todos los días, amanece un Valiant ‘75 de un rojo inverosímil. Cubierto de rocío, parece un pez radiante que hubiera saltado afuera del agua sin dar explicaciones. Después transcurre la mañana y al mediodía ya está irreconocible, como empañado de vulgaridad, sumergido en partículas nefastas y microscópicas.

¿Debo resignarme a que nadie me lo pregunte nunca? Mi color favorito, al menos en los primeros minutos del día, coincide peligrosamente con el rojo de un coche descontinuado y anguloso, comparable a un rinoceronte de laca obligado a vivir entre insectos ordinarios. El rojo, se diría, de unos calcetines infantiles que, al llegar a la edad adulta, sólo nos fuera permitido mirar, no poseer.

Proust inventó el famoso cuestionario tan sólo para responderlo a su antojo. Es fácil observar que a nadie le importaba un comino preguntarle cuál era su pintor favorito ni cuál su aroma predilecto. Pero él, desde su remota convalecencia, quería dejar bien claro que unos viejos envases de mermelada campestre le importaban más que todos los motores de combustión interna, más que todos los átomos a punto de fisión, más que todos los termómetros, telescopios y teléfonos juntos.



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Ocho días por semana
los Beatles me cantan en directo, porque tengo un hijo
que tiene cuatro hijos: Ringo y George, John y Paul,
formados en parejas
de un vivo y un difunto,
un mirlo y un pandero,
un Bentley negro y un agujero en el bolsillo.

Ninguno tiene
64 años: dos nunca
los cumplieron, dos
ya los rebasaron desde cuándo.
Y los cuatro,
aunque pudieran repartirse
de a dos los ocho días de la semana,
prefieren desafiar la lluvia
y el enero de Londres
en azoteas incomprensibles
gritándonos a todos que volvamos.



OTRA VEZ CON LO MISMO

Coincido, con alguna objeción, en que la vida
se va en un parpadeo.
Los años vuelan y pasan las generaciones
y uno lo admite porque sí,
con la mirada fija en ese tránsito.

El tiempo —nos han dicho—
no sabe más que irse,
pero también está frente a nosotros
como un caballo a media carretera.

Mejor no preguntarse
por qué, siendo tan breve un año,
tan milimétrica la escala
de la noche y el día,
ciertos lunes parecen infinitos,
interminables las mañanas de los martes
y robustos los miércoles en horas de oficina.

Todo en el tiempo es obvio,
como es obvio que hay tiempo
después del tiempo,
detrás, antes y abajo
y es trivial, y es fugaz, y mide nuestra muerte.


(Estos poemas forman parte de Adolescencia y otras cuentas pendientes, libro que acabo de publicar en la colección Práctica Mortal del CONACULTA.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta! Me encanta! Me encanta!

Anónimo dijo...

Hasta en Adolescencia se nota la falta de una energía, de un impulso vital, que solamente poseen los grandes poetas. Estos poemas muestran una carencia profunda del fuego de los versos de los grandes poetas a lo largo de la historia.