tag:blogger.com,1999:blog-71299102024-03-13T03:46:18.248-06:00Poemas y crónicas de Luis Vicente de AguinagaLuis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.comBlogger140125tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-34167080506315660212012-04-15T11:20:00.002-05:002012-04-15T11:26:06.434-05:00La víspera<blockquote>El vivero Rochford embarcó un cargamento de palmeras en el Titanic rumbo a los Estados Unidos. Las palmeras se hundieron con la nave en su viaje inaugural en abril de 1912.<br />GEORGE SEDDON, <em>El libro guía de las plantas de interior</em></blockquote><br /><br />Mil novecientos doce: aquí<br />no pasa nada, y lo absoluto<br />gobierna los muelles con el demorado rencor<br />de un viejo navegante borracho.<br />El trasatlántico despierta en olor de santidad<br />y como un ángel obeso, ante la bruma,<br />se hace transparente.<br /><br />No ha zarpado<br />y ya juguetea con el prestigio<br />de los buques fantasmas.<br /><br />No se ha dejado envolver —diríamos—<br />por los angostos pasillos de lo abierto.<br /><br />La primavera de Southampton<br />difícilmente abarca el júbilo del monstruo<br />que nace todavía. Toda la noche<br />pensó en aguas y en corales; todo el tiempo<br />sintió que delicadas vibraciones<br />recubrían su cubierta: el sueño<br />pasó de las aguas a los himnos<br />y en el coral burbujearon mieles consagradas.<br /><br />Mientras, ahí abajo,<br />un pulcro ejército de peones<br />lo rellenó de aceites y de almohadas,<br />de pararrayos y palmeras<br />notoriamente insólitas. ¿Quién dijo<br />que al abordar la nave, al ocupar los camarotes<br />arranca el Día Verdadero?<br /><br />Lo demás es historia, y la historia (se sabe)<br />no tiene poco de monótona: el <em>iceberg</em>,<br />los diarios, el olvido. Ante lo cierto<br />es mejor abstenerse: los pararrayos,<br />las almohadas, los aceites<br />flotaron<br />o calentaron la espera de los muertos<br />o dirigieron el brillo de la espuma,<br />y las palmeras<br />—desconocidas y flexibles, como un río—<br />iluminaron el óxido perpetuo de las algas.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRiSk4sWE-MHrCLm7S-xfhl8GAatrXJZGoDdDhpEh0BpeoBcI7QDjGrgDCl6apRriIILATtVeV_Tn1EKSdv_bSmCoOgAzoAApezazxIKadVjOk35tZqbGdBsZYO4ymEAqZcGEe/s1600/El+Titanic+antes+de+zarpar+de+Southampton.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 314px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRiSk4sWE-MHrCLm7S-xfhl8GAatrXJZGoDdDhpEh0BpeoBcI7QDjGrgDCl6apRriIILATtVeV_Tn1EKSdv_bSmCoOgAzoAApezazxIKadVjOk35tZqbGdBsZYO4ymEAqZcGEe/s320/El+Titanic+antes+de+zarpar+de+Southampton.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5731664481532469202" /></a><br />(Se cumplen cien años del hundimiento del Titanic. Hace algún tiempo, tal vez en 1995, escribí este poema que luego recogí en <em>La cercanía</em>, libro publicado el año 2000.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-38795211195259136972012-03-08T10:32:00.006-06:002012-03-08T10:52:36.525-06:00Tres poemas de Adolescencia y otras cuentas pendientesRESPUESTAS AL CUESTIONARIO PROUST<br /><br />Ya no hay chapulines en los prados ni luciérnagas en la noche, pero ante la puerta de mi casa, todos los días, amanece un Valiant ‘75 de un rojo inverosímil. Cubierto de rocío, parece un pez radiante que hubiera saltado afuera del agua sin dar explicaciones. Después transcurre la mañana y al mediodía ya está irreconocible, como empañado de vulgaridad, sumergido en partículas nefastas y microscópicas.<br /><br />¿Debo resignarme a que nadie me lo pregunte nunca? Mi color favorito, al menos en los primeros minutos del día, coincide peligrosamente con el rojo de un coche descontinuado y anguloso, comparable a un rinoceronte de laca obligado a vivir entre insectos ordinarios. El rojo, se diría, de unos calcetines infantiles que, al llegar a la edad adulta, sólo nos fuera permitido mirar, no poseer.<br /><br />Proust inventó el famoso cuestionario tan sólo para responderlo a su antojo. Es fácil observar que a nadie le importaba un comino preguntarle cuál era su pintor favorito ni cuál su aroma predilecto. Pero él, desde su remota convalecencia, quería dejar bien claro que unos viejos envases de mermelada campestre le importaban más que todos los motores de combustión interna, más que todos los átomos a punto de fisión, más que todos los termómetros, telescopios y teléfonos juntos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPnppm3hBzlzhfPO__w-sGCSzfA9ZvoqPW5vIP-Qf8unMENtfDY3K4GI202upHkVWrb1PDDP1W2RpX05if7m3-mR1CxQEVjhRAStmcXSVVs49PUk1aIDwu39zb45afQbD5yRg0/s1600/El+cuestionario+Proust.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 300px; height: 300px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPnppm3hBzlzhfPO__w-sGCSzfA9ZvoqPW5vIP-Qf8unMENtfDY3K4GI202upHkVWrb1PDDP1W2RpX05if7m3-mR1CxQEVjhRAStmcXSVVs49PUk1aIDwu39zb45afQbD5yRg0/s320/El+cuestionario+Proust.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5717568066976914754" /></a><br /><br />GET BACK<br /><br />Ocho días por semana<br />los Beatles me cantan en directo, porque tengo un hijo<br />que tiene cuatro hijos: Ringo y George, John y Paul,<br />formados en parejas<br />de un vivo y un difunto,<br />un mirlo y un pandero,<br />un Bentley negro y un agujero en el bolsillo.<br /><br />Ninguno tiene<br />64 años: dos nunca<br />los cumplieron, dos<br />ya los rebasaron desde cuándo.<br /> Y los cuatro,<br />aunque pudieran repartirse<br />de a dos los ocho días de la semana,<br />prefieren desafiar la lluvia<br />y el enero de Londres<br />en azoteas incomprensibles<br />gritándonos a todos que volvamos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJVIKFL9oAuuMpVoR8i6DVnDkcT0VtbvL8ylphAr8new_yCES2IndlbDh6ePNep22PMe8u3iiSYbtZY5jyjEfIEytBaEYF7VbzRgdfEjrbA88ux5hTBmbT2mjapS1orzzBAEEZ/s1600/The+Beatles+-+Rooftop+concert.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 246px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJVIKFL9oAuuMpVoR8i6DVnDkcT0VtbvL8ylphAr8new_yCES2IndlbDh6ePNep22PMe8u3iiSYbtZY5jyjEfIEytBaEYF7VbzRgdfEjrbA88ux5hTBmbT2mjapS1orzzBAEEZ/s320/The+Beatles+-+Rooftop+concert.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5717569622476053122" /></a><br /><br />OTRA VEZ CON LO MISMO<br /><br />Coincido, con alguna objeción, en que la vida<br />se va en un parpadeo.<br />Los años vuelan y pasan las generaciones<br />y uno lo admite porque sí,<br />con la mirada fija en ese tránsito.<br /><br />El tiempo —nos han dicho—<br />no sabe más que irse,<br />pero también está frente a nosotros<br />como un caballo a media carretera.<br /><br />Mejor no preguntarse<br />por qué, siendo tan breve un año,<br />tan milimétrica la escala<br />de la noche y el día,<br />ciertos lunes parecen infinitos,<br />interminables las mañanas de los martes<br />y robustos los miércoles en horas de oficina.<br /><br />Todo en el tiempo es obvio,<br />como es obvio que hay tiempo<br />después del tiempo,<br />detrás, antes y abajo<br />y es trivial, y es fugaz, y mide nuestra muerte.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpQvI5yROu18J9uLsmx4oZSXsak_eKTLCGXkSXbJ3aKHRs0cb1CzOLxskRrNJyGB2exqNMEUj7GzhVXjHM7qU7NUyCN89jPfr-dvPXzf-chBKxBbkLWErpwLXVglXKf8tOTnNT/s1600/Adolescencia+y+otras+cuentas+pendientes.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 206px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpQvI5yROu18J9uLsmx4oZSXsak_eKTLCGXkSXbJ3aKHRs0cb1CzOLxskRrNJyGB2exqNMEUj7GzhVXjHM7qU7NUyCN89jPfr-dvPXzf-chBKxBbkLWErpwLXVglXKf8tOTnNT/s320/Adolescencia+y+otras+cuentas+pendientes.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5717569887476588610" /></a><br />(Estos poemas forman parte de <em>Adolescencia y otras cuentas pendientes</em>, libro que acabo de publicar en la colección Práctica Mortal del CONACULTA.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-59738553291393848852012-02-01T10:36:00.005-06:002012-02-01T10:42:54.734-06:00Dos fragmentos de Séptico1<br /><br />Cómo voy a dormir<br />si el cortaúñas está solo.<br />Con qué voy a soñar<br />si no encuentro mi almohada<br />ni entiendo qué cosa sean las tres, las ocho y cuarto, el mes que viene.<br /><br />A ver quién me lo explica.<br />Esta cuchara estaba en su lugar;<br />ahora resulta<br />que la cuchara sigue donde mismo<br />pero ya no hay lugar en torno a ella<br />ni arriba, ni debajo, ni en mi boca.<br /><br />Ya no quiero fideos. Ya no quiero frijoles. Ya no quiero tortillas.<br />Le regalo mi postre al que me cuente<br />qué opinan de la vida los difuntos,<br />del día las estrellas,<br />la nuca de la frente.<br /><br />Cada sombra es un foco atrás de un cuerpo.<br />Cada grano de azúcar<br />trae debajo una hormiga.<br /><br /><br />11<br /><br /><blockquote><em>There’s no deal to be made<br />With the dawn</em></blockquote><br /><br />Con el amanecer<br />no valen tratos.<br />No parecemos importarle<br />ni en lo próspero<br />ni en lo adverso.<br />Todo en él se termina<br />sin que nada comience de seguro.<br /><br />Mejor la oscuridad.<br />Renuncio al día.<br />Vale más que la noche<br />no concluya, no dé punto final<br />a jadeos, a gemidos,<br />a la respiración de los que, por vivir,<br />nadan hasta el reverso de la sombra<br />y en las antípodas alcanzan<br />otra noche. Mejor<br />la estrella, observatorio en la neblina:<br /><br />que se apresure, que despierte,<br />que de plano trabaje doble turno<br />y no haya sol jamás,<br />desgarrado entre dos atardeceres.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglD3mMVL13ufg8h54DNL5tdVwXRfdtHulPi3_JG8k77m_p1CNI4z22E2Ul8lZ1lfB-1R_lJkz3awH1f8N6pJDyklF9BxpW4sNw7i7AqmdW9LCguly2sipLLWOA290YWF2aoOms/s1600/S%25C3%25A9ptico.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 234px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglD3mMVL13ufg8h54DNL5tdVwXRfdtHulPi3_JG8k77m_p1CNI4z22E2Ul8lZ1lfB-1R_lJkz3awH1f8N6pJDyklF9BxpW4sNw7i7AqmdW9LCguly2sipLLWOA290YWF2aoOms/s320/S%25C3%25A9ptico.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5704207912275624562" /></a><br />(Estos poemas forman parte de <em>Séptico</em>, libro recientemente publicado por la editorial Simiente.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-80406678722467341592012-01-13T13:07:00.007-06:002012-02-27T11:31:20.794-06:00¿Quién le teme a Daniel de Juanes?El pasado 25 de diciembre apareció, en la serie o "antología" llamada <em>#100peorespoemasmexicanos</em>, a cargo del poeta Mario Bojórquez, un poema titulado "La consentida del barrio", escrito por (o atribuido a) un poeta de nombre Daniel de Juanes. El poema es efectivamente malo, dicho sea desde un principio, y no es en todo caso el sitio que ocupe o deje de ocupar en dicha muestra lo que aquí se busca discutir. Se trata de un soneto de procacidad tan intencional que apenas podría divertir a nadie, menos aún escandalizarlo. Baste con señalar que la menos indigente de sus cualidades, en caso de que pueda emplearse aquí el sustantivo "cualidad", es el acopio de sinónimos de pene, que acaso logre sonrojar a una o dos monjas o motivar una sonrisa en quien recuerde, con su lectura, los tiempos idos de la escuela primaria y el placer infantil de repetir sin motivo alguno las famosas malas palabras. El texto, en todo caso, <a href="http://www.casidadelodio.blogspot.com/2011/12/100peorespoemasmexicanos-45-la.html">puede leerse aquí</a>.<br /><br />Además del poema, el <em>blog</em> administrado por Bojórquez incluyó una fotografía que, dado el contexto, debe interpretarse como el retrato de Daniel de Juanes. Ahora bien, quien observe la foto con detenimiento podrá observar que se lee al calce: "Photo: Mark Coatsworth". El trabajo de Coatsworth, fotógrafo canadiense, puede rastrearse por Internet con suma facilidad. Quien se tome la molestia de <em>googlear</em> a Coatsworth advertirá de inmediato que su especialidad son las fotos de músicos, particularmente rockeros. De ahí a descubrir que "Daniel de Juanes", el de la foto que antecede a su poema, es en realidad un punk de nombre artístico <a href="http://www.destroyersongs.com">Destroyer</a> media un simple paso.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8nKdRfSsKVjTEJ63Wj_NwOluKCwS7cQIbeN6PmK_OXg2bQJIHaDP-KJnYiU04ogevbeXWpFJYvVKSRe_sUZaQC2U8x0vjvPNgWTNXbdklpTJXJ784oq_RXTH9YsdktOvZaz8X/s1600/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+1.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 180px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8nKdRfSsKVjTEJ63Wj_NwOluKCwS7cQIbeN6PmK_OXg2bQJIHaDP-KJnYiU04ogevbeXWpFJYvVKSRe_sUZaQC2U8x0vjvPNgWTNXbdklpTJXJ784oq_RXTH9YsdktOvZaz8X/s320/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+1.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5697197018909363442" /></a><br /><br />Una cosa es verdad: el falso Daniel de Juanes, o sea Destroyer, es un hombre apuesto. El verdadero Daniel de Juanes debe ser considerablemente menos agraciado. Es una conjetura fácil de sustentar: si Daniel de Juanes fuera más guapo que Destroyer, podría entenderse que Bojórquez eligió la foto para molestar al poeta; si Daniel de Juanes fuera tan apuesto como Destroyer, pero distinto, Bojórquez nada más estaría confundiendo a uno con el otro. Pero ni el error ni el deseo de molestar son imputables a Bojórquez, quien ha jurado que detrás de su "antología" no está la mala intención, sino el rigor crítico ("El ingrediente de la maledicencia, el golpe bajo de la crítica que atropella los esfuerzos estéticos de un grupo o de un autor específico, es una motivación que no asume este trabajo necesario", ha escrito el responsable de la selección). Luego, suponer que Bojórquez cometió un error o se limitó a fastidiar a otro poeta es poco menos que una blasfemia.<br /><br />La otra posibilidad es que Daniel de Juanes no exista. Bojórquez, decepcionado por tan literal <em>muerte del autor</em>, habría buscado en la red hasta encontrar en las facciones del rockero canadiense una compensación para semejante vacío. Ello, sin embargo, implicaría otra enojosa blasfemia: la muestra de cien mediocres o malos o pésimos <em>poemas</em> mexicanos también sería una muestra de <em>poetas</em>, interpretación posible contra la cual Bojórquez mismo se ha manifestado. Pero si <em>#100peorespoemasmexicanos</em> es de verdad una muestra de poemas, no de poetas, ¿qué sentido tiene colocar antes de cada poema una foto de su autor y hasta sus nombres y apellidos? Darle rostro a Daniel de Juanes más bien confirma que la muestra es de poetas, no de poemas, y que la intención del antologador es descalificar a los creadores exhibiendo sus creaciones menos afortunadas.<br /><br />Pero si Daniel de Juanes no existe, ¿quién escribió "La consentida del barrio"? Difícil averiguarlo. En todo caso, el poema se había publicado antes en el número 38 de <em>Alforja</em> (otoño de 2006) y en <em>La luz que va dando nombre</em>, antología de poetas jóvenes de México publicada por Alí Calderón, Antonio Escobar, Jorge Mendoza y Álvaro Solís en 2007. Tanto en los últimos números de <em>Alforja</em> como en <em>La luz que va dando nombre</em> se reflejan los intereses, gustos, disgustos, amistades, enemistades, filias y fobias del grupo identificado con <em>Círculo de Poesía</em>, revista digital de literatura. Ello, sin embargo, no basta para sostener que Daniel de Juanes haya sido un invento de Bojórquez, Calderón o cualquier otro miembro, socio, cómplice, colaborador o amigo del grupo referido.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlkwDvNbVWyuVz5MeGSvt4ULyrOZqU0yh20L0Fn6r5asF0cmPImx-6FBEnB2XdHDkDxPMT4cN7YGpZIxF5xf6eA_xTvD_-eVnFs_xBIj63FTGucRqQeMpLtiwwrQTxT_a-XdUx/s1600/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+2.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 180px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlkwDvNbVWyuVz5MeGSvt4ULyrOZqU0yh20L0Fn6r5asF0cmPImx-6FBEnB2XdHDkDxPMT4cN7YGpZIxF5xf6eA_xTvD_-eVnFs_xBIj63FTGucRqQeMpLtiwwrQTxT_a-XdUx/s320/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+2.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5697199236208843986" /></a><br /><br />Hay un dato que, sin embargo, debe tenerse bien presente. Hace casi tres años, el 9 de marzo de 2009, varios poemas burlescos -todos ellos altamente ofensivos- fueron distribuidos entre poetas, editores y críticos del medio literario nacional en un mínimo de cinco mensajes de correo electrónico. Aquellos poemas, en aquellos mensajes, eran atribuidos a Daniel de Juanes (a excepción de uno, que algún tiempo después apareció en <em>Círculo de Poesía</em> firmado por otro poeta presumiblemente falso). Eran poemas con dedicatoria; sus víctimas eran David Huerta, Raúl Dorra, Julián Herbert, Gerardo Lino, Víctor Baca y Julio Eutiquio Sarabia. Justo es decir que tres de los poemas enviados en marzo de 2009 <a href="http://blogdeadmiradoresdedanieldejuanes.blogspot.com">ya se habían publicado en mayo de 2008</a>, poco después de que Alí Calderón exigiera que Armando Pinto, director de la revista <em>Crítica</em>, y Julio Eutiquio Sarabia, subdirector, abandonaran sus cargos y permitieran que otros miembros de la Universidad Autónoma de Puebla (de preferencia el propio Calderón, como en seguida sugirió Bojórquez, entrevistado por un diario poblano) tomaran el mando de la revista.<br /><br />De los poemas distribuidos aquel 9 de marzo, el único enviado sin firma (y, por lo tanto, sin la firma de Daniel de Juanes, aunque sí desde la misma dirección y a la misma hora) es una letrilla titulada "Ernesto Lumbreras, ¿poeta?" que habría de renacer un año y medio después, a fines de 2009. Cuando ese poema fue publicado en <em>Círculo de Poesía</em> el "autor" fue un tal Bulmaro Higuera. Entonces, ante las acusaciones de homofobia presentadas por Heriberto Yépez contra ese poema, contra sus eventuales autores y contra la revista que lo divulgó, Alí Calderón aseguró: "Un Bulmaro Higuera, vía e-mail, nos ofreció ese texto" (<em>Laberinto</em>, suplemento literario de <em>Milenio</em>, 14-XI-2009). La verdad es que veinte meses antes el poema de Bulmaro Higuera ya circulaba en otro mensaje de correo electrónico (recibido, entre otras personas, por Bojórquez y Calderón) como es verdad también que ni Bulmaro Higuera ni Daniel de Juanes aparecen como autores de otros poemas en la red o en catálogos de bibliotecas más o menos fiables. Es elemental concluir que Daniel de Juanes y Bulmaro Higuera son poetas imaginarios creados para enmascarar al verdadero autor o a los verdaderos autores de sus respectivos poemas.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSojfJZ1XmX7FrpfJWaS-CZLLK_qeJ97b3PyMZ_pRGPPkQb8YwWl6zVFZPw3WgY4FYvFfowZDSIFVHA5oaiky8vMJFI__DsBcz8ohL2gvP5oOM6C60aA0aW8xs8gthjMmSIuxO/s1600/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+3.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 180px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSojfJZ1XmX7FrpfJWaS-CZLLK_qeJ97b3PyMZ_pRGPPkQb8YwWl6zVFZPw3WgY4FYvFfowZDSIFVHA5oaiky8vMJFI__DsBcz8ohL2gvP5oOM6C60aA0aW8xs8gthjMmSIuxO/s320/El+supuesto+Daniel+de+Juanes%252C+3.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5697199449845357106" /></a><br /><br />Llego al fin de mi nota con este apunte personal: yo tuve una vez una pequeña discusión con Daniel de Juanes. Fue, cómo no, por correo electrónico. El tema de la discusión fue uno de sus poemas burlescos. Me dijo: "Tengo nombre, Daniel de Juanes, e identidad respaldada por el IFE". Me dijo: "Vine por un poco de justicia".<br /><br />IFE más, IFE menos, yo sigo creyendo que Daniel de Juanes no es nadie. No era nadie antes de que lo bautizaran con una botella de <em>bourbon</em>, en todo caso. En inglés, Jack es el mote de John, y John equivale a Juan, mientras que la preposición <em>de</em> y la terminación <em>-es</em> bien pueden remitir a la terminación inglesa <em>'s</em>. Juan de Danieles, Daniel de Juanes: Jack Daniel's. Apuesto su máscara contra la cabellera de Destroyer a que así es.<br /><em></em>Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com42tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-43093577357183561532011-06-17T10:53:00.007-05:002011-06-17T11:14:28.374-05:00Tario a piquePese al hecho de abundar en amores y en oficios, la vida de Francisco Peláez no ha conseguido eludir la austeridad de los resúmenes. Nacido en 1911, Peláez fue portero titular del club Asturias, pianista, viajero, astrónomo aficionado, propietario de un cine y —esto lo repetimos únicamente de oídas— místico del naturismo. Siendo muy joven, quizá entre los veinticinco y los veintinueve años de su edad, Peláez redactó (a la sombra de Dostoievski) una larga novela: <em>Los Vernovov</em>, que arrojó al fuego apenas hubo corregido la página final.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMKljC1WNEblBrp4B1qUWldHLilQa_xFrJ0ASBHqovgsQFR_YTW9anNXKzFiQXGbd7HWGOHhv_1dNfdNFLQ1R4anvmc2I_sb_VYuVz7E4FLxtYrypCwnsFmDgqYiZA0lzfBB3T/s1600/Francisco+Tario%252C+2.jpg"><img style="margin: 0px 10px 10px 0px; width: 200px; height: 164px; float: left; cursor: pointer;" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5619219434208466194" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMKljC1WNEblBrp4B1qUWldHLilQa_xFrJ0ASBHqovgsQFR_YTW9anNXKzFiQXGbd7HWGOHhv_1dNfdNFLQ1R4anvmc2I_sb_VYuVz7E4FLxtYrypCwnsFmDgqYiZA0lzfBB3T/s200/Francisco+Tario%252C+2.jpg" /></a><br />Se dice que Peláez cambió su nombre por el de Tario, o acaso llegó a ser él, que publicó <em>La noche</em>, su primer libro, en 1943. A diferencia de la biografía de Peláez, su gemelo antagónico, el expediente de Tario no cuenta escenas “vitales”. Con todo, una y otro suelen confundirse ante los ojos de la crítica: Tario es Peláez, y viceversa. Dispersa o agrupada en once libros —dos de los cuales fueron impresos muchos años después de la muerte de su autor—, la obra de Tario es festejada y codiciada a un tiempo. Festejada por el chispeante o melancólico, variable humor de su prosa magnífica; codiciada por su escasez, por su lejanía editorial. Peláez: la exuberancia; Tario: el ocultamiento.<br /><br />En 1951 apareció un libro de difícil clasificación (y extrañamente difícil de conseguir, para los lectores de hoy, si pensamos en los siete mil ejemplares de su primer tiro). Su título: <em>Acapulco en el sueño</em>. Fotografías de Lola Álvarez Bravo hacían el par a textos —diálogos, meditaciones, aforismos, relatos, poemas, transcripciones, falsificaciones— de Francisco Tario. Una serigrafía de Carlos Mérida cubría su portada. Fotografías de Lola Álvarez Bravo que alguna vez tuvieron por modelo al propio Tario. En el Sexto Curso Nacional de Literatura, celebrado en la ciudad de Guanajuato del 27 de noviembre al 1º de diciembre de 1995 y dirigido por el poeta David Huerta, cierto escritor de Guadalajara evocó la historia de una de aquellas fotografías. Yo reproduzco el testimonio que el pintor Sergio Peláez, hijo simultáneo de Francisco Tario y de Francisco Peláez, rindió a Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo hacia 1989. Para el caso es lo mismo:<br /><br /><blockquote>Estábamos mi hermano Julio y yo en la casa de la calle de Etla en la ciudad de México, y de pronto llegó una petición de mi padre desde Acapulco. Al conocer los artículos que nos pedía le enviáramos, mi madre y nosotros quedamos estupefactos. Mi padre acostumbraba en el furor solar de la costa acapulqueña vestir ligeras camisas de color turquesa, pantalones cortos y guaraches... o caminaba descalzo buscando la frescura de las calles [...] Y en ese contexto, su solicitud de un sombrero de ala ancha y un pesado traje gris de calle, con botonadura cruzada, nos pareció inconcebible. ¿Para qué necesitaba tal indumentaria? Tiempo más tarde nos mostró una de las fotografías de <em>Acapulco en el sueño</em>, en la cual así vestido, de anteojos oscuros, en la boca un puro y maleta en mano, posa en la proa de un barco que se hunde.</blockquote><br /><br />Pude hacerme una idea muy clara de la fotografía descrita. Tan clara, tanto, que un par de días después, bobeando ante un mostrador sin muchas ganas, desconfié al ver en la portada de un libro el retrato de un hombre casi familiar, extravagante: de sombrero, pantalón de pinzas, lentes ahumados, saco de botonadura cruzada y maleta en mano, miraba ¿qué? desde la cubierta de un velero en ruinas. Yo no tenía dinero para comprar ese libro (se trataba, para más señas, de una novela de Barry Gifford: <em>Puerto Trópico</em>) pero no tuve que hacer un gran esfuerzo para memorizar lo que verdaderamente me importaba.<br /><br />* * *<br /><br />Es un hombre alto.<br /><br />Nada hay, a primera vista, que nos informe sobre su estatura. De acuerdo. Pero, examinada la imagen detenidamente, diríamos que la grandeza del paisaje, más que oprimir a este hombre, le concede una estatura increíble.<br /><br />O, si somos exigentes, una estatura incómoda: ¿qué utilidades puede reportar el cuerpo —de fábrica divina, quién lo duda— de un héroe o semidiós en el exilio? ¿A qué servirá toda esa distancia entre la cabeza y los pies, cuando sobre la cabeza no hay más que un cielo extranjero y bajo los pies ningún terreno conocido? ¿A qué servirá el tamaño, por mitológico que sea?<br /><br />Porque hablamos de un héroe: su puño izquierdo, relajado aunque un tanto nervioso, añora evidentemente la consistencia guerrera del escudo.<br /><br />Porque hablamos de un exiliado: ahí están el traje y los anteojos, que buscan distraer de forma tímida, con un pudor ostentoso, la identidad de un hombre que al cabo será presa de gratuitos rencores y de suspicacias.<br /><br />Porque hablamos, en fin, de un hechicero: de un mago que finge gravedad pero sabemos a punto de la risa.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQL81zx7uqFHT6t_eUeO4FY_T0WQaV0YDYbr_RxtHInwNKlWHNwS1d9qHXTaeeN6odkzEHq_aUFdcPlBGxPbXKVAA0re0mPITMCSfhAmwl9Eg8CYz9BdhCkRDzCKhJ5BIyCbPx/s1600/Tario+a+pique.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; width: 238px; height: 320px; text-align: center; display: block; cursor: pointer;" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5619219694628055730" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQL81zx7uqFHT6t_eUeO4FY_T0WQaV0YDYbr_RxtHInwNKlWHNwS1d9qHXTaeeN6odkzEHq_aUFdcPlBGxPbXKVAA0re0mPITMCSfhAmwl9Eg8CYz9BdhCkRDzCKhJ5BIyCbPx/s320/Tario+a+pique.jpg" /></a><br />El paisaje comporta una suave inclinación, que no apreciarían los desatentos. Al fondo, muy atrás, discreta pero sabiamente visible, hallamos lo que debería ser la eterna horizontal del agua, y es una diagonal. Y si aquello no fuera el mar, que no puede no serlo, queda la rara tendencia de la maleta. Aferrado al puño derecho de su dueño, este baúl niega cualquier Ley de la Gravitación y prolonga la tensa oblicuidad del sujeto que nos ocupa. He aquí su hechicería, su magia.<br /><br />El barco náufrago envuelve de tristeza la imagen y reprime toda posible nimiedad. Un personaje de sombrero ladeado y cigarro entre los dientes puede carecer de importancia, pero ¿cómo sería banal o insípido un barco que se hunde? Y más aún: ¿cómo podríamos retirar, de un barco hundido, la tragedia? ¿Cómo lavar el llanto de una cubierta carcomida? Más que oponer su derechura al vértigo asesino de las tempestades, el mástil desciende como un heraldo celestial, como un rayo que se petrifica en la calcinación de sus víctimas.<br /><br />Hay, lo recordamos, un hombre. Es alto, acaso muy alto, y no pasará mucho tiempo en estas playas.<br /><br />* * *<br /><br />Joaquín Díez-Canedo hizo en 1951 la primera edición de <em>Acapulco en el sueño</em>. Tuvieron que pasar cuatro décadas para que alguien patrocinara una reimpresión. El mérito correspondió a la Fundación Cultural Televisa: en junio de 1993, veinte mil facsímiles de Acapulco en el sueño fueron despachados por los talleres de Reproducciones Fotomecánicas, S. A. de C. V.<br /><br />Veinte mil ejemplares, y <em>Acapulco en el sueño</em> (lo digo con un poco de tristeza y un poco de orgullo) es todavía un libro difícil de conseguir.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiqrwPB9zS1GQzdekWGcjtaqrmtax_5pGojjwoDwumnOc2UtVMEHeR3zDPzTIcxTqDWwJ1WdVi9ZGWK2CmgEq4w6jP97o7FXb-0OUvpAEE29VdvLvym3L680I85qLcXgpXtp3tp/s1600/Francisco+Tario%252C+3.jpg"><img style="margin: 0px 10px 10px 0px; width: 151px; height: 200px; float: left; cursor: pointer;" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5619221087943849666" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiqrwPB9zS1GQzdekWGcjtaqrmtax_5pGojjwoDwumnOc2UtVMEHeR3zDPzTIcxTqDWwJ1WdVi9ZGWK2CmgEq4w6jP97o7FXb-0OUvpAEE29VdvLvym3L680I85qLcXgpXtp3tp/s200/Francisco+Tario%252C+3.jpg" /></a><br />(Este año se cumplen cien del nacimiento de Francisco Tario, gran cuentista mexicano. "Tario a pique" apareció primero, si recuerdo bien, en el <em>La Cultura en Occidente</em>, suplemento literario (ya extinto, pese a las muchas y diferentes vidas que le tocó vivir) del periódico <em>El Occidental</em>. Después lo incluí en mi libro Signos vitales, que publicó la UNAM en 2005. Lo retomo ahora porque centenario rima con Tario.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-41549477853613757152011-05-22T14:50:00.007-05:002011-05-27T09:21:45.613-05:00Tres poemas en CríticaDE LA NADA<br /><br />Apareces,<br />te asomas de la nada,<br />y el sol, tras la tormenta,<br />parece respaldarte como un cómplice.<br /><br />Yo pienso de inmediato en otros tiempos:<br />recuerdo con ternura<br />la mirada inicial de aquel otoño<br />y desempolvo aromas, paisajes, ocurrencias<br />y charlas animadas ―dijera el novelista.<br /><br />Hoy, lo que son las cosas,<br />paso a tu lado sin mirarte,<br />cuidándome, ya que no el corazón,<br />sí ―no me culpes―<br />la bolsa del dinero.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipoFl8ilyy9gXAMDJMk4JiOyTLqakCxSSbdRvME14cwiqFx-6I0hEFgkDZdzRQ2-DVzVXqbxkKicifxUSCu1B7T6Dz5RqRIbTgrLAOVDhVqivwTJzpQE0f0mZlLLEOSB5PouY0/s1600/Francesca+Goodman%252C+3.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 315px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipoFl8ilyy9gXAMDJMk4JiOyTLqakCxSSbdRvME14cwiqFx-6I0hEFgkDZdzRQ2-DVzVXqbxkKicifxUSCu1B7T6Dz5RqRIbTgrLAOVDhVqivwTJzpQE0f0mZlLLEOSB5PouY0/s320/Francesca+Goodman%252C+3.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5609657338275398594" /></a><br /><br />JUST FOR THE RECORD<br /><br />Nunca he debido preguntarme<br />cómo ―en la práctica― llegaron<br />los astronautas a la luna,<br />las vueltas a la tuerca,<br />Dios al octavo día.<br /><br />Siempre mis dudas fueron otras.<br /><br />Comenzando por hoy en la mañana,<br />siempre ―que significa casi siempre―<br />me han urgido cuestiones de otra índole,<br />como qué da sosiego a los imanes,<br />por qué nos duele que se rompa un vaso,<br />cuándo la noche se hace madrugada,<br />qué hay tan incómodo en los tres<br />pies del gato,<br /> cuándo la madrugada<br />también es la mañana,<br />cómo ―en la práctica― llegaron<br />los pájaros al pico,<br />la serpiente al veneno,<br />el oro a la moneda fraccionaria,<br />las fortunas al índice de Forbes<br />y otras dudas acaso menos tontas<br />pero que, por pudor, mejor se olvidan.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-KbYBD6KQBwx39nJ5LZGxJODDJECOvqlgwGx5t10otVGCKtfG428oZz4OHIBvmRt3EVGEotbNue4xgLn0YhNSnF2zzAuKcGIxdeefmuS2kdVV8cSbZ_vc09C96WN-O9O1usSA/s1600/Francesca+Goodman%252C+6.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 315px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-KbYBD6KQBwx39nJ5LZGxJODDJECOvqlgwGx5t10otVGCKtfG428oZz4OHIBvmRt3EVGEotbNue4xgLn0YhNSnF2zzAuKcGIxdeefmuS2kdVV8cSbZ_vc09C96WN-O9O1usSA/s320/Francesca+Goodman%252C+6.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5609657485120252610" /></a><br /><br />A LA ESPERA<br /><br />Por ahora<br />no estoy muriéndome.<br />No estoy cantando<br />ni despidiéndome de nadie<br />ni llorando por gracias o de nada<br />ni compartiendo el pan o el vino<br />por ahora.<br /><br />Ya sé que no tengo razón,<br />que le pido al serrucho<br />que haga un árbol con trozos de madera<br />y al martillo, en silencio, que acaricie.<br />Pero en dónde, como no sea en la sombra,<br />puedo siquiera buscar luz<br />o nada más buscar<br />y encontrar, por ahora, lo que sea.<br /><br />Estoy a la espera de señales<br />claras, explícitas, rotundas<br />en el tiempo, en el agua, en una nube<br />o en los asientos del café:<br />señales que desmientan<br />que, hasta la fecha, nada<br />quiere decir ni ha dicho nunca nada.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXO6LbQIuyKqhC20vraXgZcukcFpfKZpFp7onf6BBAHH0uXggQ85oisgd1gPx_Gyo0GCkmZCFXeIEJ9l15xWt1W4wEjKFMbk3ctWZG5hG2vJQ4wsPovURcI-L6lCP-LVJi7a26/s1600/Critica+143.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 153px; height: 200px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXO6LbQIuyKqhC20vraXgZcukcFpfKZpFp7onf6BBAHH0uXggQ85oisgd1gPx_Gyo0GCkmZCFXeIEJ9l15xWt1W4wEjKFMbk3ctWZG5hG2vJQ4wsPovURcI-L6lCP-LVJi7a26/s200/Critica+143.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5609657969350540722" /></a><br />(Acabo de publicar estos poemas en el número 143 de <a href="http://criticabuap.blogspot.com/"><em>Crítica</em></a>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-30078208085832550362011-04-28T12:56:00.003-05:002011-04-28T13:06:38.634-05:00Xemaá-el-FnáLa relación de Juan Goytisolo con la plaza de Xemaá-el-Fná (es decir, la relación humana del ciudadano Juan Goytisolo Gay con la explanada céntrica de Marrakech, pero también la relación literaria de la obra de Juan Goytisolo con el universo antropológico y artístico de Xemaá-el-Fná) puede rastrearse a lo largo de cinco textos, en lo fundamental: el ensayo titulado “Medievalismo y modernidad: el Arcipreste de Hita entre nosotros”, recogido en <em>Contracorrientes</em> (1985); los dos artículos finales de un libro dedicado en su conjunto al mundo islámico, <em>De la Ceca a La Meca</em> (1997), llamados respectivamente “Los últimos juglares” y “Patrimonio oral de la humanidad”; el capítulo 8 de <em>La cuarentena</em> (1991) y, desde luego, la extraordinaria “Lectura del espacio en Xemaá-el-Fná”, pieza final de <em>Makbara</em> (1980). En otros libros y textos dispersos de Goytisolo (como, por ejemplo, en dos ensayos de <em>Crónicas sarracinas</em>, libro de 1981: “De Don Julián a <em>Makbara</em>: una posible lectura orientalista” y “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”) figuran valiosas menciones a Xemaá-el-Fná, pero los artículos y partes de novela citados más arriba son acaso los que abordan con mayor detenimiento y pasión el tema referido.<br /><br />En sí misma, la plaza de Xemaá-el-Fná parece un lugar trivial y, como afirma cierta guía francesa de turismo, <em>assez quelconque</em>. Y es que las virtudes mayores de la plaza no son del orden de lo urbanístico: ningún edificio de alto mérito arquitectónico la bordea ni está orientada, por sólo mencionar un punto de comparación ilustre, según las normas de la perspectiva parisiense. Los verdaderos atractivos de Xemaá-el-Fná pertenecen a la esfera de lo intangible, de lo fugitivo; tienen que ver con la cercanía del mercado principal del viejo Marrakech y con el incalculable flujo diurno de transeúntes que va marcando la explanada transitoriamente; se manifiestan, sin que haya manera de preverlos, entre los embustes de algún “encantador” de culebras mansas, las voces de los vendedores de jugo de naranja, el bullicio en torno a las mesas de comida popular y los ocasionales contadores de historias y vendedores de remedios punto menos que milagrosos.<br /><br />El interés de Goytisolo por Xemaá-el-Fná está vinculado con su particular visión de las tradiciones literarias europeas. El universo de Juan Ruiz y su <em>Libro de buen amor</em>, hecho de polifonía y goce verbal, mestizaje lingüístico y desenfado en la combinación de registros estilísticos, late aún, para el novelista barcelonés, en la plaza de Marrakech. El mundo en que, según Bajtín, se desenvolvió François Rabelais, desde la óptica de Goytisolo no se distingue del que conoció el Arcipreste y es a la vez el mismo de Xemaá-el-Fná y de la novela moderna, de James Joyce a Guillermo Cabrera Infante y Julián Ríos.<br /><br />En el octavo capítulo de <em>La cuarentena</em>, por lo demás, Xemaá-el-Fná se tiñe apocalípticamente —y, más aún, se inunda— de sangre vertida en Irak y Oriente Medio en la llamada Tormenta del Desierto, esto es: en la “petroguerra infame” (Carlos Fuentes <em>dixit</em>) emprendida por George Bush padre al comenzar la década de 1990 y proseguida por George Bush hijo al comenzar el siglo XXI. Xemaá-el-Fná es, por lo tanto, además de un símbolo de humanidad efervescente, moderno y arcaico, un enclave político en la imagen del mundo que arrojan las obras de Goytisolo. El poder evocador propio de la plaza resulta del contrapeso entre su vitalidad intrínseca y su vulnerabilidad ante las agresiones de la intolerancia, la voracidad inmobiliaria y las modas impuestas por el consumismo, que tratan de hacer preferibles los estacionamientos de coches por encima de los andadores públicos.<br /><br />En el nombre de Xemaá-el-Fná está probablemente la palabra <em>fana</em>, que significa muerte o aniquilación y es empleada en el vocabulario sufí para designar el éxtasis místico al que aspira el derviche. Muerte y aniquilación, en suma, son conceptos relacionados con dicha plaza: nociones no por fuerza positivas ni negativas, pero sí en todo caso vinculadas al intercambio frenético y bullicioso de narradores, mercaderes y mercachifles, como un trasfondo implícito de la vida y el movimiento.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMHzw326jmnJ-ca6-JHXumJsfa6sTy_7zvNvHcCD0t1i23wtVLV1exPm3Oc7lKV7M5z1HPhsk2PXRHsyt6y47ycASJwPB1KhdZdK4YR1krFxwkwQyO1Af8E9dxdSDFHrlxXg1H/s1600/Xema%25C3%25A1-el-Fn%25C3%25A1.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 214px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMHzw326jmnJ-ca6-JHXumJsfa6sTy_7zvNvHcCD0t1i23wtVLV1exPm3Oc7lKV7M5z1HPhsk2PXRHsyt6y47ycASJwPB1KhdZdK4YR1krFxwkwQyO1Af8E9dxdSDFHrlxXg1H/s320/Xema%25C3%25A1-el-Fn%25C3%25A1.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5600697412376084498" /></a><br />(Estas páginas conforman un capítulo, el correspondiente a la letra equis, de mi libro de 2005: <em>La migración interior. Abecedario de Juan Goytisolo</em>. Lo retomo ahora con motivo del atentado suicida que ha tenido lugar en la terraza del café Argana, en Marraquech, en plena Xemaá-el-Fná.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-3354881773238692192011-03-13T20:18:00.002-06:002011-03-13T20:22:43.660-06:00EmpateMurieron los capitanes de ambos bandos.<br />Los generales, por su parte, huyeron<br />al intuir un desenlace de catástrofe arcaica.<br /><br />Los últimos en caer<br />lo hicieron sin heroísmo y sin angustia,<br />rozados apenas por un aire<br />que sólo de silbar envenenaba.<br /><br />Ningún superviviente —que los hubo—<br />reclamó la victoria ni exigió más fama<br />que la del mutilado, la del paria, la del viudo.<br /><br />Hoy, en los límites de la ciudad sitiada,<br />ya ni siquiera rondan buitres,<br />aunque sí un ruiseñor<br />silente a mediodía, pardo y gris en la tarde,<br />impar, solitario, ignorante de que vive.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsN3mciB7FRr0Xmvp1z4xtb1sUIrmJp7fB7X23mhlSfj8XNBPTVgyV_3FsP89pQd-ZRYOcXtpZyY5S7E71lMFHM3RHeyXUS8we_mZLe6Jelc0SgtcTAuFDOeVsaHqL-AGvGd6k/s1600/En+el+campo+de+batalla.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 203px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsN3mciB7FRr0Xmvp1z4xtb1sUIrmJp7fB7X23mhlSfj8XNBPTVgyV_3FsP89pQd-ZRYOcXtpZyY5S7E71lMFHM3RHeyXUS8we_mZLe6Jelc0SgtcTAuFDOeVsaHqL-AGvGd6k/s320/En+el+campo+de+batalla.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5583755153615540098" /></a><br />(Acabo de publicar este poema en <a href="http://www.jornada.unam.mx/2011/03/13/sem-aguja.html"><em>La Jornada Semanal</em></a>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-80404306179968583712011-02-28T10:46:00.004-06:002011-02-28T11:15:19.747-06:00La licenciatura en letras hispánicas de la Universidad de Guadalajara: crónica, teoría y mitoNo es imposible que algún día se narre la historia, más que de la Universidad de Guadalajara (U. de G.), del concepto que, a lo largo del tiempo, se han formado a propósito del <em>alma mater</em> los diferentes actores de la sociedad local. Para decirlo de otro modo, llegará el día en que se narre no tanto <em>qué</em> ha sido la U. de G. a lo largo del tiempo sino <em>cómo</em> han llegado los jaliscienses a verla y comprenderla. En el caso de la idea o representación social de la otrora Facultad de Filosofía y Letras, la ignorancia y el prejuicio han jugado en contra suya desde siempre, a veces bajo la forma de la caricatura ociosa (el alumno de nuevo ingreso descrito como un púber desorientado, el estudiante más veterano como un “dinosaurio” sin horizonte alguno y el profesor como un <em>hippy</em> recalcitrante) y a veces, aún con mayor crueldad, bajo la forma del menosprecio y el desdén laboral.<br /><br />Hoy más o menos dispersa o transformada en los departamentos de Sociología, de la División de Estudios de Estado y Sociedad, y en los de Letras, Historia y Filosofía, de la División de Estudios Históricos y Humanos, ambas del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), la vieja Facultad es un asunto del pasado y, al mismo tiempo, un recuerdo todavía fresco, indispensable cuando se trata de comprender la noción que se tiene de la literatura, de las vocaciones artísticas y humanísticas y, en términos más amplios, de la transmisión del idioma y la enseñanza de la investigación lingüística y filológica en una sociedad como la jalisciense. Porque no era otra su vocación: en la Facultad se buscó desde un principio educar a los alumnos en la investigación y discusión de textos (literarios, filosóficos o históricos) así como en el entendimiento y la didáctica del idioma. De idéntica manera, el siempre arduo tejido social en que una lengua, un comportamiento antropológico, una tradición filosófica o una literatura cobran sentido formó parte integral de sus programas y planes educativos desde su fundación.<br /><br />Aquí no me referiré a las carreras de filosofía, historia y sociología de la U. de G. ni a la muy fugaz, ya desaparecida, de biblioteconomía. El tema del presente artículo es la licenciatura en letras hispánicas ―o nada más letras, a secas, para los íntimos― desde su origen, en un contexto inusualmente literario, hace más de cincuenta febreros, hasta el día de hoy. Es de suponerse que mi propia experiencia como alumno, egresado y profesor de la carrera inclinará mis afirmaciones a favor o en contra de una institución que, al margen de organigramas, estatutos y denominaciones típicas de la burocracia contemporánea, se ha conservado por espacio de cinco décadas, ora prestando atención a los intereses y necesidades de aspirantes y alumnos, ora desatendiéndolos; ora modernizándose a empellones, ora de buena gana.<br /><br />FUNDACIÓN MÍTICA, FUNDACIÓN LITERARIA<br /><br />La enseñanza de la literatura en la universidad pública del Estado existe formalmente desde 1957. La noche del 5 de febrero de aquel año, Agustín Yáñez, a la sazón gobernador de Jalisco, pronunció en el paraninfo universitario el discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras, que llevó ese nombre hasta que, a mediados de los años 90, la reforma de la U. de G. desembocó en la reorganización de las antiguas escuelas y facultades en los nuevos departamentos, divisiones y centros universitarios. No está de más recordar que aquel 5 de febrero se conmemoró en todo el país el primer centenario de la Constitución de 1857.<br /><br />Cinco meses atrás, el 14 de septiembre de 1956, <em>El Informador</em> se hizo eco de la sesión que celebrara un par de días antes el Consejo General Universitario. Bajo un título que no dejaba lugar a dudas, “Es ya un hecho la Facultad de Filosofía y Letras”, el diario anticipaba la fundación de la escuela en términos que valdría la pena reproducir <em>in extenso</em>. Ya se verá que las misiones que se le asignaron entonces a la naciente Facultad no han perdido ―no totalmente, al menos― vigencia:<br /><br /><blockquote>Las finalidades concretas de la Facultad de Filosofía son:<br /><br />1.- Conferir los grados académicos de Maestro y en su caso de Doctor, en las diferentes especialidades que en ella se estudien.<br /><br />2.- La docencia de alta cultura que impartirá a través de sus clases.<br /><br />3.- La formación de investigadores por medio de sus Seminarios, Centros de Estudios o Institutos.<br /><br />4.- La preparación del profesorado para las Escuelas Preparatorias y Normales del país, así como para la misma Universidad.</blockquote><br /><br />Finalidades, las cuatro arriba enumeradas, que dejan intuir la realidad social y académica en la que vino a insertarse la facultad entonces fundada. Del primer punto se infiere que las carreras de aquella escuela no llevaron, en un principio, el nombre de licenciaturas (propiciando con ello un equívoco que, hasta cierto punto, se mantiene hasta nuestros días, ya que los egresados de la primera época de la facultad se titularon directamente como maestros, no como licenciados). Del segundo punto se deriva que la noción de “alta cultura” parecía naturalmente vinculada con la enseñanza de la historia, la filosofía y la literatura, presupuesto que hoy se juzgaría tan rebasado como la misma ilusión de “alta cultura”. Del tercer punto se deduce que la instauración de la facultad suponía o prefiguraba la posterior creación de áreas y entidades en que, por extensión y ramificación, la escuela de Filosofía y Letras pudiera extenderse. Del cuarto punto, en fin, se comprende que una de las prioridades de la facultad (y, a través de la misma, de la universidad toda) era la formación de pedagogos no sólo de nivel superior, sino elemental, medio y medio superior. Es evidente, pues, que ya se impartían entonces clases de literatura en otras escuelas y facultades de Jalisco, no sólo universitarias, como la Escuela Normal y la originalmente llamada Facultad de Jurisprudencia, y que Filosofía y Letras nacía con finalidades muy específicas del orden de la especialización, con lo cual se le apartaba de cualquier propósito recreativo en el campo de la “cultura general”.<br /><br />En cuanto al primer punto, el referido a la titulación de maestros y doctores, huelga decir que, si bien las denominaciones actuales difieren poco de aquéllas, los contenidos asignados a esos dos rangos no tienen casi nada que ver con los de ahora. Entre los considerandos para la fundación de la facultad que debió tomar en cuenta el Consejo General Universitario, presidido por el entonces rector, Guillermo Ramírez Valadez, constaba uno que despeja cualquier duda contemporánea respecto al significado que las palabras <em>maestro</em> y <em>doctor</em> tenían en la U. de G. de 1956. Dice lo siguiente:<br /><br /><blockquote>Que habiéndose organizado el grado de Bachiller, por acuerdo de ese H. Consejo Universitario, del 5 de septiembre de 1955, es indispensable estructurar el segundo grado universitario: de MAESTRO en los términos a que se refiere el Documento número UNO, dejando la puerta abierta […] para crear en el futuro nuevas Maestrías y en su oportunidad los DOCTORADOS, con las especialidades de Filosofía, Letras e Historia.</blockquote><br /><br />En este sentido, Filosofía y Letras nació como una escuela de grado, por así decirlo, que sólo a mediano plazo lo sería también de posgrado. En la medida que no se había previsto, como desembocadura específica para las carreras propias de la Facultad, el grado de <em>licenciado</em>, sino el de <em>maestro</em>, este último fue presentado a su vez como un escalón académico superior al que podían optar lo mismo quienes antes habían obtenido el de <em>bachiller</em> como aquellos que se habían formado en la Escuela Normal. Con el tiempo, la denominación de maestría fue juzgada incorrecta y en su lugar se instruyó que la carrera de letras fuera entendida y cursada como una licenciatura, con lo cual nació —rigurosamente hablando— la licenciatura en letras.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRdRC3LavskV5D93OKhy0Nj3kteI2rW23mf2ae4Nlal0aN2C34xVTsNAcC7lIf6pPS1ATKSC9z5kMKeprp7bmoKTGak_91xtEkODLZTRmcHJdfTMlEhSG69ELgtPjSYtJSbFES/s1600/Agust%25C3%25ADn+Y%25C3%25A1%25C3%25B1ez.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 200px; height: 179px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRdRC3LavskV5D93OKhy0Nj3kteI2rW23mf2ae4Nlal0aN2C34xVTsNAcC7lIf6pPS1ATKSC9z5kMKeprp7bmoKTGak_91xtEkODLZTRmcHJdfTMlEhSG69ELgtPjSYtJSbFES/s200/Agust%25C3%25ADn+Y%25C3%25A1%25C3%25B1ez.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5578788209337037938" /></a><br />Yáñez, en su alocución de aquel 5 de febrero, se refirió a la facultad que fundaba como a un “santuario” que a la vez fuera un “taller”. El primer símil, de tipo religioso, presupone cierta noción de la literatura como actividad sagrada (el estudioso de las letras, al hacer propio el espacio de un santuario, es percibido como un clérigo, y en su perfil se recupera el sentido antiguo de la clerecía, de tan decisiva importancia en el nacimiento de las lenguas y literaturas románicas) mientras que al segundo símil, de orden laboral, corresponde la noción complementaria de la literatura entendida como un oficio. Del recogimiento en silencio al trabajo y al aprendizaje físico, Filosofía y Letras cumpliría, en la progresión de sus diferentes niveles, con dos funciones paralelas y complementarias: la de la preservación y la de la crítica o, si se prefiere, la de la lectura y la del debate.<br /><br />Importa subrayar que Agustín Yáñez, el novelista, presidió aquella ceremonia en presencia de importantes agentes y promotores de la cultura mexicana posterior a la Revolución. Ahí estaban, por ejemplo, el político, intelectual y artista José Guadalupe Zuno y el escritor y jurista Salvador Azuela, director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, en años posteriores, director del Fondo de Cultura Económica. Desde luego, se contaba entre los asistentes el profesor Adalberto Navarro Sánchez, a quien algunos de sus discípulos, más por deducción que por confirmación documental, atribuyen la redacción del discurso que Yáñez leyera: Navarro Sánchez había sido, en todo caso, uno de los instigadores originales del proyecto, y fue durante décadas uno de los profesores más apreciados de la carrera de letras.<br /><br />He aquí dos extractos especialmente significativos del discurso que Yáñez pronunciara esa noche. El primero es el íncipit mismo de su alocución; el segundo remite a los párrafos en que Yáñez asocia el concepto de universidad con el de revolución. Acaso el bucolismo de la primera cita ―el santuario, el campo de cultivo, el taller― no sea del todo incompatible con el progresismo de la segunda:<br /><br /><blockquote>Ninguna especie de celebración conviene mejor con el espíritu de la Reforma y del Pensamiento Liberal Mexicano, cuyo centenario conmemora hoy la Patria, que abrir a la inteligencia una morada libre, a la par santuario para su culto ―cultivar es fructificar― y taller, donde conjuguen pensamiento con trabajo, según el blasón universitario de Jalisco.<br /><br />Universidad y Revolución fueron y deben ser conceptos estrechamente afines. […] Si la Revolución es proceso, devenir inestancable, también la Universidad es latente inquietud que jamás se satisface, búsqueda incansable de nuevos principios, de rumbos desconocidos, de hombres y métodos; por esta inquietud que le es propia, la Universidad guarda una actitud alerta, a la expectativa de los mejores, de los más altos valores.</blockquote><br /><br />Resulta llamativa, por decir lo menos, la estrategia retórica de Yáñez: puesto que la Universidad es como una criatura y un reflejo de la Revolución, la primera debe mantenerse tan viva como la segunda. De igual forma, dado que la Reforma es (en este orden, más que de ideas, de creencias políticas) el mayor antecedente de la Revolución, luego la Universidad es, ya que hija de una, nieta de la otra. La tradición liberal mexicana, si ha de aceptarse la ecuación de Yáñez, presidía por lógica la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras y la situaba en la vanguardia del movimiento revolucionario.<br /><br />TIEMPO TRANSCURRIDO<br /><br />La presencia en aquel acto solemne de Nabor Carrillo y del ya mencionado Salvador Azuela, rector de la UNAM y director de la Facultad de Filosofía y Letras de aquella institución, respectivamente, no era casual en modo alguno. Como bien recordara Juan José Doñán en 1997, al cumplirse cuatro decenios de la fundación de marras, la UNAM prestó el modelo de su propia facultad y alentó a muchos de sus profesores para que impartieran algunos de los primeros cursos de la nueva escuela. Importantes pensadores y renombradas figuras de la literatura nacional viajaron con este motivo a Guadalajara:<br /><br /><blockquote>Con el patrocinio intelectual y la colaboración profesional de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la flamante dependencia arrancaba con los mejores augurios; un brillante grupo de maestros huéspedes, proveniente de aquella institución (José Gaos, Luis Villoro, Rosario Castellanos, Sergio Fernández, Antonio Pompa y Pompa, entre otros), al lado de varios de los más notables humanistas tapatíos (José Ruiz Medrano, José Cornejo Franco, Arturo Rivas Sainz, Salvador Echavarría, Adalberto Navarro Sánchez…), constituyó su base magisterial.</blockquote><br /><br />Arrancó entonces, por así decirlo, la doble historia de la facultad. Por un lado, la historia de sus mejores docentes (de planta e invitados) y sus alumnos más notables; por el otro, la de los vicios, lagunas y desfallecimientos que fueron haciéndose visibles con el tiempo. Cuando, en 1959, Yáñez dejó el gobierno estatal, la presencia de los Gaos, Villoro y Castellanos ya se había confirmado como un don exterior apenas transitorio.<br /><br />Al poco tiempo, “algunas de las eminencias locales se retiraron cuando ideólogos udegeístas las tildaron de <em>mochos</em> y <em>reaccionarios</em>”, en palabras de Doñán, quien sostiene que las “plagas” que debilitaron a la facultad fueron, en las décadas de 1960 y 1970, la supuesta vanguardia estudiantil e intelectual de un socialismo excluyente y, en las décadas de 1980 y 1990, los planes de la “reforma universitaria” y de la “red universitaria”, que propiciaron la “disolución [de Filosofía y Letras] en un laberinto de divisiones y departamentos”. Pero también es verdad que de la facultad han egresado investigadores, profesores, escritores y periodistas culturales que, como el propio Doñán, en cierta forma dan lustre a la escuela donde se formaron. Es el caso de universitarios como Ernesto Flores, Luz Elena Gutiérrez de Velasco, Sara Poot Herrera, Ricardo Yáñez, Arturo Suárez, Raúl Bañuelos, Arnulfo Eduardo Velasco, Dante Medina, Carmen Vidaurre, Silvia Quezada, Marco Aurelio Larios, Luis Medina Gutiérrez, Ángel Ortuño, Silvia Eugenia Castillero, Cecilia Eudave, Víctor Ortiz Partida, Teresa González Arce, José Israel Carranza, Felipe Ponce, Carlos López de Alba, Cristina Preciado, Hugo Plascencia y muchos otros, cuyo prestigio, lejos de agotarse, se intensifica fuera de la facultad, en ámbitos editoriales y académicos del país y del extranjero.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSiKq6Qvpc4ujvuya5Keu-irCPsLCZJHjUB9EeA4Dd6RgJmXmgPGOcy3xanTjrfl0aKVNt4q59N72qZg4bgEASBq185yDegpA8IuX9NdwqBa1Euj1kaICc3fb38Od1bIiCdXcp/s1600/Manuel+Rodr%25C3%25ADguez+Lapuente.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 200px; height: 188px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSiKq6Qvpc4ujvuya5Keu-irCPsLCZJHjUB9EeA4Dd6RgJmXmgPGOcy3xanTjrfl0aKVNt4q59N72qZg4bgEASBq185yDegpA8IuX9NdwqBa1Euj1kaICc3fb38Od1bIiCdXcp/s200/Manuel+Rodr%25C3%25ADguez+Lapuente.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5578790112158720466" /></a><br />El primer director de Filosofía y Letras fue José María Díaz de León. También fueron directores de la facultad profesores como Manuel Rodríguez Lapuente y Carlos Fregoso Gennis. Rodríguez Lapuente dirigió Filosofía y Letras de 1982 a 1987, y diez años después, en 1997, declaró que de buena gana “le daría marcha atrás a la creación de departamentos y en todo caso, [se] pronunciaría por una verdadera selección de profesores, ya que desgraciadamente hay muchos maestros chafas”.<br /><br />Por lo que se refiere a las instalaciones, Filosofía y Letras primero estuvo en Tolsá número 75, “en el edificio que a la postre sería la Escuela de Música de la U. de G.”, ulteriormente demolido. Posteriormente, de 1964 a 1985, estuvo en la calle de Guanajuato, donde hoy en día tiene sus dependencias el Departamento de Trabajo Social. En esa misma zona, pero en la esquina de Avenida de los Maestros y Mariano Bárcena, está la sede actual.<br /><br />Hace tres años, el 6 de febrero de 2007, Álvaro González publicó en <em>Mural</em> un reportaje centrado en los festejos del cincuentenario de la Facultad (o, más precisamente, de la carrera de letras). En ese artículo se recogieron experiencias, datos y precisiones importantes para comprender el sitio del hoy Departamento de Letras en el mapa universitario y en el presente sociocultural de Guadalajara y de Jalisco. Por ejemplo, Guadalupe Sánchez Robles, jefa del departamento, afirmó entonces que “a la escuela le costó mucho tiempo darse cuenta de que no es una fábrica de escritores”, y el poeta y editor Felipe Ponce fue crítico al subrayar que la escuela “está aislada” y que, más allá de los límites de su propio edificio, no tiene “producción editorial, cursos, talleres, nada".<br /><br />Hoy en día, la licenciatura en letras hispánicas consta en la oferta de un centro universitario temático (el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, CUCSH) y otro regional (el Centro Universitario del Sur, CUSUR) de la Universidad de Guadalajara. Es evidente que la carrera ofrecida en el CUCSH debe arreglárselas (a diferencia de la ofrecida en el CUSUR, todavía muy joven) con el prestigio y, al mismo tiempo, con la mala fama que, poca o mucha, tiene para extraños y propios. En todo caso, la situación de la licenciatura es muy distinta que hace quince o veinte años: ya no está confinada, como sí lo estuvo durante décadas, al solo turno vespertino, y ahora es una carrera con más demanda que oferta de vacantes, por lo que actualmente los alumnos que ingresan deben pasar por filtros de selección que antaño no cabía imaginar.<br /><br />En cuanto a los posgrados literarios que ofrece la U. de G. al ser preparado este artículo, uno (la Maestría en Estudios de Literatura Mexicana, registrada en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad, PNPC, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, CONACYT) depende del Departamento de Letras y es, por lo tanto, una opción interesante para los licenciados en letras que se decantan por la investigación universitaria. Según el portal del CUCSH en internet, “el Departamento de Letras es una instancia académica constituida por cuarenta profesores de tiempo completo y uno de medio tiempo, agrupados en cinco academias: Academia de Filología, Academia de Metodología, Academia de Disciplinas Teórico Prácticas, Academia de Literatura Europea y Academia de Literatura Hispanoamericana”. Es igualmente, cabe añadir, un espacio vivo, donde la discusión, la controversia y el desacuerdo ya no son mal vistos, donde cada vez más profesores y alumnos han estado matriculados en instituciones foráneas (con la diferencia cualitativa que va implícita en ello) y, en particular, donde la lengua escrita y hablada sigue apasionando a los mejores elementos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8GjxAk2OTcEL09eVNRj2iqe_BJKtUX7nKLMONMT8nadorUb5PRxmxrVt5HKSZz284AtGX2zVxQR4iauiNAf0QJw-jU9JuNZx-87cz3Rs7IhY3dtMPcKIN6Z4-6ju8O1pmIc7i/s1600/%2527Estudios+Jaliscienses%2527%252C+n%25C3%25BAm.+83.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 149px; height: 200px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8GjxAk2OTcEL09eVNRj2iqe_BJKtUX7nKLMONMT8nadorUb5PRxmxrVt5HKSZz284AtGX2zVxQR4iauiNAf0QJw-jU9JuNZx-87cz3Rs7IhY3dtMPcKIN6Z4-6ju8O1pmIc7i/s200/%2527Estudios+Jaliscienses%2527%252C+n%25C3%25BAm.+83.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5578786786529156306" /></a><br />(Acabo de publicar este artículo en el núm. 83 de la revista <em>Estudios Jaliscienses</em>, del Colegio de Jalisco. El número en su totalidad, coordinado por Sofía Anaya Wittman, está dedicado a la historia de la educación artística en la Universidad de Guadalajara.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-50264437550802229782010-12-30T17:07:00.006-06:002010-12-30T17:33:18.082-06:00Algunas décimas de 2010Por simple diversión, agrupo unas cuantas décimas escritas a lo largo del año en circunstancias diversas. Primero va ésta que hice a comienzos de noviembre, cuando -al comentar la publicación de las memorias de Ricky Martin- un amigo nos recordó que <em>puto</em>, en latín, significa "niño bonito":<br /><br /><blockquote>Si al niño, cuando es bonito,<br />lo propio es decirle “puto”<br />y al macho, en cambio, si es bruto,<br />ni “marica” ni “jotito”<br />(aunque sueñe con un pito<br />fragante como una fruta),<br />¿se ha de aceptar sin disputa<br />que la mejor señorita,<br />si más niña y más bonita,<br />también ha de ser más puta?</blockquote><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQ4L7XHORdfP60kLu05BUsIRYE6wpnEUQPjWQLJWhGr9JCNGkBeqjemiqEPRp7qMTuJsN0uuplVEmh4DAHnMITyGix7BmOrGL1QnDoDL01KGVlu_rd4sqX_vmvJOceK_5Zfsp4/s1600/Ricky+Martin%252C+%2527Yo%2527.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQ4L7XHORdfP60kLu05BUsIRYE6wpnEUQPjWQLJWhGr9JCNGkBeqjemiqEPRp7qMTuJsN0uuplVEmh4DAHnMITyGix7BmOrGL1QnDoDL01KGVlu_rd4sqX_vmvJOceK_5Zfsp4/s320/Ricky+Martin%252C+%2527Yo%2527.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5556622048927981858" /></a><br /><br />Después va esta especie de tríptico (su título es "Tumba de J. E. P.") compuesto el día que José Emilio Pacheco recibió el premio Cervantes. Como se recordará, ese día se le cayeron literalmente los pantalones a Pacheco delante de todo el mundo.<br /><br /><blockquote>Detente al pasar, hermano:<br />la Fama quiso -¡ay, dolor!-<br />ungir, pues no al escritor,<br />sí al trasero mexicano.<br />En mí, el prestigio mohicano<br />del último combatiente<br />se pierde junto al sonriente<br />ademán del enemigo<br />que, fingiéndose mi amigo,<br />me aplaude pelando el diente.<br /><br />No me faltan pantalones<br />para exigirte respeto...<br />Me vi, eso sí, en un aprieto<br />cuando enseñé los calzones<br />ante Juan de los Borbones<br />y otros reyes europeos.<br />Lo bueno es que, siendo feos,<br />disfrazaron mi jactancia:<br />¡la foto llegó hasta Francia<br />de mis <em>chones</em> y escarceos!<br /><br />A ti, viajero de quiosco,<br />te ruego, por caridad,<br />que lleves a tu ciudad<br />mi verso, aunque suene tosco.<br />Cuando como, no conozco<br />(por más muerto que me veas).<br />No me alabes; no me leas.<br />Lo acepto: rimo muy mal.<br />¡Sólo dame, por vía oral,<br />mantequillas y jaleas!</blockquote><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgIZwXtCUe3TdNEcaH_a8eaA-LZaLDCEkSj1iWWHVnA2RMJoWPsmIuNlaf94YCx0VqpzHYJJhIBYCDbTbzxkIl7X4ji0QB8P_4BV8oZJZ86ZAHt15e8J6nTPfeN-W92Gh_3Ald/s1600/Jos%25C3%25A9+Emilio+Pacheco+se+queda+sin+pantalones.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 207px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgIZwXtCUe3TdNEcaH_a8eaA-LZaLDCEkSj1iWWHVnA2RMJoWPsmIuNlaf94YCx0VqpzHYJJhIBYCDbTbzxkIl7X4ji0QB8P_4BV8oZJZ86ZAHt15e8J6nTPfeN-W92Gh_3Ald/s320/Jos%25C3%25A9+Emilio+Pacheco+se+queda+sin+pantalones.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5556622230153812546" /></a><br /><br />Por último, dos décimas escritas con motivo del esperpéntico <em>affaire d'État</em> que suscitaron ciertas declaraciones de Joaquín Sabina respecto a la llamada "guerra contra el narcotráfico" en México. Ridículas fueron -recuérdese bien- las reacciones del presidente de la República y su secretario de Gobernación, y francamente grotescas las paces que firmaron Sabina y Felipe Calderón comiendo y bebiendo en Los Pinos para sellar un supuesto "pacto de caballeros".<br /><br />La primera décima se titula "Joaquín Sabina va y viene":<br /><br /><blockquote>Desayunos con el Sub,<br />meriendas con Calderón...<br />Tan dulce alimentación<br />lo trae cambiando de club:<br />hoy se gasta en vaporrub<br />lo que antaño en coca y ron<br />y se almuerza, el muy bocón,<br />todo un senecto festín.<br />¿Cómo es el mundo, Joaquín,<br />sin los huevos ni el jamón?</blockquote><br /><br />La segunda, "Diálogo en la cumbre":<br /><br /><blockquote>El “pacto de caballeros”<br />entre Felipe y Sabina<br />se consumó en la letrina<br />con saludo de agujeros.<br />Los analistas rancheros<br />condenaron el encuentro:<br />“No de afuera, no de adentro;<br />no de izquierda ni derecha…<br />¡Lo que apesta, pa’ su mecha,<br />nos llega del mero centro!”</blockquote><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi44F08hOojeMCIdMKRxXBRY7lpJr3so3Xukd-X_ZNUxav3Z-qeMkB3n4ZH9ROh3pNbcTm8pPwREWTksvdk1y0dp73rXidHoYP6sEeIL4v7bBCdDP9z8efjlYoT1Swd-B4OHXOZ/s1600/Joaqu%25C3%25ADn+Sabina+rumbo+a+Los+Pinos.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 226px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi44F08hOojeMCIdMKRxXBRY7lpJr3so3Xukd-X_ZNUxav3Z-qeMkB3n4ZH9ROh3pNbcTm8pPwREWTksvdk1y0dp73rXidHoYP6sEeIL4v7bBCdDP9z8efjlYoT1Swd-B4OHXOZ/s320/Joaqu%25C3%25ADn+Sabina+rumbo+a+Los+Pinos.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5556622446485208706" /></a><br /><br />En fin... Son apenas algunas, las menos comprometedoras, de las décimas burlescas que me dio por hacer en el transcurso del año.Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-26356699118499949762010-12-12T20:36:00.003-06:002010-12-12T20:49:03.914-06:00Años de furia<blockquote>...<em>j’avais dix-sept ans et, avide de toute forme d’excès et d’hérésie, j’aimais tirer les dernières conséquences d’une idée, pousser la rigueur jusqu’à l’aberration, jusqu’à la provocation, conférer à la fureur la dignité d’un système</em>.<br />E. M. CIORAN, “Weininger: lettre à Jacques Le Rider”</blockquote><br /><br />Columbia Records, una de las sucursales fonográficas de Sony Music, ha puesto a circular por estas fechas* un álbum doble titulado <em>Metal Works 73-93</em>. Trabajos en metal —o, si usted gusta, metaleros: obras metaleras— de uno de los grupos más grandes en la historia de las guitarras enloquecidas, los tambores apresurados y las voces delirantes: Judas Priest. No se trata, según la compañía productora, de un “Best of...” o cosa parecida, sino de un grueso recalentado conmemorativo que la propia banda seleccionó y puso en marcha. Sea lo que sea, <em>Metal Works</em> cumple su función primordial: uno lo compra y lo desempaca y lo revisa y los diques de la memoria ceden infaliblemente.<br /><br />Entre 1982 y 1983 los muchachos equiparon sus carros con poderosos estéreos, dejaron que sus melenas cayeran hasta los hombros y se juntaron alrededor de la pista de hielo del hotel Hyatt. Sus himnos de batalla fueron “Blackout”, de Scorpions, “The Number of the Beast”, de Iron Maiden, y “Breaking the Law”, de Judas Priest. La generación anterior había imitado a su modo las violentas costumbres de <em>The Warriors</em> (una película hoy heroicamente descontinuada) y se organizó en bandas que ni en la elección de sus propios nombres consiguieron sacudirse una horrenda herencia biempensante: Roller Skating y los Winners, por ejemplo. Ellos, nuestros guerreros, nuestros vándalos de la holgura y las <em>chemises</em> Lacoste, a diferencia de quienes vendrían a reemplazarlos, a diferencia de quienes ahora nos ocupan, escuchaban a The Police y a Men at Work. Oh brecha de los tiempos. (Para entender o recordar correctamente los panoramas descritos, el lector debe remitirse un momento a las entonces arboladas y enteramente residenciales colonias tapatías de Chapalita, Residencial Victoria, Ciudad y Jardines del Sol, La Calma, Las Águilas y anexas.)<br /><br />La moda del <em>heavy metal</em>, por aquel entonces, caducó tan repentinamente como entró en vigor. Yo pasé mi primera tarde en la secundaria cuando 1983 finalizaba y <em>Thriller</em> de Michael Jackson trepaba en las listas de popularidad (así se dice, aunque nadie consulte esas listas ni sean en realidad tan importantes). Después, ya pasado el fervor por “Beat It”, las compañías discográficas multinacionales proyectaron un segundo <em>boom</em> del rock pesado. Nacieron grupos como Twisted Sister, Quiet Riot, Mötley Crüe y Ratt, tan veleidosos como endebles, pero que nos sirvieron (a tres o cuatro amigos y a mí) para saber que había otros grupos de carreras y propuestas más sólidas, más brillantes (por oscuras), más deleitables. Conocimos, pues, a Motörhead, a Deep Purple, a Black Sabbath, a AC/DC, a Dio... Y a Judas Priest.<br /><br />Debo confesar que no todos mis amigos compartían mi devoción por este grupo. En realidad, sólo uno de ellos, Jorge Macías, admiraba tanto o más que este servidor a Judas Priest. En un viaje a la frontera, Jorge consiguió los primeros discos, entre olvidados y míticos, del Sacerdote de Judas o Sacerdote Judío o Judas el Sacerdote (nunca fuimos muy buenos para la traducción): <em>Rock-a-Rolla</em>, <em>Sad Wings of Destiny</em>, <em>Sin After Sin</em>, <em>Stained Class</em> y <em>Hell Bent for Leather</em>, grabados entre 1973 y 1978. Escucharlos era como penetrar los arcanos de un culto minoritario; gracias a ellos comprendimos la esencia de <em>Point of Entry</em> (1981), disco injustamente vilipendiado; gracias a ellos nos familiarizamos con la vocación inquieta y cambiante del grupo, y asimilamos con facilidad las guitarras sintetizadas de <em>Turbo</em> (1986); gracias al conocimiento de aquellos discos, finalmente, pudimos reprocharle a Judas Priest la obstinación de no tocar en vivo canciones anteriores a 1977 (con la excepción honrosísima de “Victim of Changes”).<br /><br />Debo confesar también que no he escuchado todavía <em>Metal Works 73-93</em>. Nada más con leer los títulos de las canciones y hojear el folleto incluido (fotos, comentarios de los integrantes del grupo y reproducción de las portadas originales de sus discos) tengo para sentirme recorrido por escalofríos adolescentes. Ese temor, que no dudaría en calificar de antiguo, es con el que amenazan las heridas amorosas que no han cicatrizado. Es el temor de revivir una pérdida, de lamentar nuevamente las razones de una separación. Tal vez convenga dejar que la memoria embellezca o disuelva o magnifique las líneas de un rostro que pudo no ser tan hermoso.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXrqfsl8QOu1Cd2QgeV5Rgf57AwovbO3FPy56qg5mhaNgOdVw-d_WHi4f0V3NBDdX-bbTiYld5FczO-OKqhCVnqV07Ay7P8sYkhobibrbJKZu6_667Fy3Tm0h58wxWywEdtO5D/s1600/Judas+Priest%252C+%2527Metal+Works+73-93%2527.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 314px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXrqfsl8QOu1Cd2QgeV5Rgf57AwovbO3FPy56qg5mhaNgOdVw-d_WHi4f0V3NBDdX-bbTiYld5FczO-OKqhCVnqV07Ay7P8sYkhobibrbJKZu6_667Fy3Tm0h58wxWywEdtO5D/s320/Judas+Priest%252C+%2527Metal+Works+73-93%2527.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5549993356715850882" /></a><br />*Escribí este artículo en 1993 y lo publiqué, no sin ver cómo se fruncía más de un ceño, en el suplemento <em>Nostromo</em>, del diario <em>Siglo 21</em>. Años más tarde lo desenterré para, con algunos retoques, incluirlo en mi libro <em>Signos vitales: verso, prosa y cascarita</em> (UNAM, 2005). Hoy lo retomo ante la noticia de la gira de adiós de Judas Priest, programada para el año entrante. Ya se ve que incluso el más pecaminoso de los prestes acaba jubilándose...Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-11606735663593561192010-12-03T10:10:00.003-06:002010-12-03T10:14:49.861-06:00Delito de propiedadHablo un idioma sin labiodentales<br />ni paisajes fastuosos.<br />Puedo subirme a un árbol<br />y mirar desde ahí los predios de la eñe,<br />la expansión de la ese como un charco<br />de vinagre o espuma petroquímica,<br />el hábito encendido de la equis:<br />literales castillos en el aire.<br /><br />No le perdono a casi nadie<br />que se lo adueñe, lo crea suyo,<br />le imponga su prosodia o apellido.<br />Lo quiero amordazar. Lo quiero<br />conmigo todo el tiempo.<br /><br />Es un idioma un tanto ronco,<br />más parecido a un monumento<br />sin cabeza que a una cabeza<br />monumental. Todo lo ignora:<br />el nombre científico, el nombre<br />propio y sus propias reglas<br />de juego que no tiene quien lo juegue.<br /><br />Lo que dice lo dice<br />como si fuera siempre a ser verdad.<br />Como si todo fuera<br />verdad. Como si algo lo fuera.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDhqNZeAo0M_OH43IjNcWGonwZxmyYeiaQFIj00oaAhQfndZ_ycZ4E3BWeZ9XOHm7IVObKk41Lj-hECyNk1mCcxV7e0qMCaNShLc_X7ppuE68s4TqwhvRAcnwtqgg1gN1I7uQP/s1600/Pa%25C3%25ADs+de+sombra+y+fuego.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 149px; height: 200px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDhqNZeAo0M_OH43IjNcWGonwZxmyYeiaQFIj00oaAhQfndZ_ycZ4E3BWeZ9XOHm7IVObKk41Lj-hECyNk1mCcxV7e0qMCaNShLc_X7ppuE68s4TqwhvRAcnwtqgg1gN1I7uQP/s200/Pa%25C3%25ADs+de+sombra+y+fuego.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5546489235167372226" /></a><br />(Este poema está incluido en <em>País de sombra y fuego</em>, libro coordinado por Jorge Esquinca y prologado por José Emilio Pacheco que acaban de publicar Maná, la Fundación Selva Negra y la Universidad de Guadalajara.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-26156897346534682392010-11-11T20:48:00.005-06:002010-11-11T20:55:01.930-06:00Dónde buscarmeNo, por desdicha, en Ur de los Caldeos,<br />ruina de adobes inmolados<br />en la sombra lunar de un tiempo infértil.<br />No buscarme tampoco entre las víctimas<br />del pasado, el presente y el futuro,<br />aunque argumentos no me falten<br />y hasta me sobren quejas y reproches.<br />Eso, mejor: sencillamente<br />no buscarme.<br /><br />Mucho menos debajo de la cama<br />o atrás de las cortinas:<br />no estoy en contra de ocultarme,<br />pero me sé proclive al estornudo<br />y mis pies los descubren<br />incluso los radares más ineptos.<br /><br />En los jueves hay algo que no haría<br />sospechar la existencia de los viernes.<br />Recorre la semana;<br />búscame ahí, en ese doblez<br />indemostrable, y piensa<br />que lo mejor será, quizás, no encontrar nada.<br />Encontrar algo en Ur, en Menfis, en Cartago<br />puede acarrear pequeñas maldiciones.<br />Mi ciudad, a su modo, ya está en ruinas.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmSiVvQmNRAkQJPwe0xnwexl6dyvMSN8npOPggCMcYMlKYInIEA-HseGl3fCpgpXOkGnnJ4XW6CRdFl4hEb3GKlETP27ixd9eGXI8QIZfe8JY-bp2QD7H-5LgXcoLKpqpTIXc7/s1600/Ur.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 349px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmSiVvQmNRAkQJPwe0xnwexl6dyvMSN8npOPggCMcYMlKYInIEA-HseGl3fCpgpXOkGnnJ4XW6CRdFl4hEb3GKlETP27ixd9eGXI8QIZfe8JY-bp2QD7H-5LgXcoLKpqpTIXc7/s400/Ur.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5538491257113701858" /></a><br />(Acabo de publicar este poema en el número 16 del suplemento mensual <a href="http://www.lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas/wp-content/PDF/16.pdf"><em>Guardagujas</em></a>, de <em>La Jornada de Aguascalientes</em>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-48129841572290241702010-10-27T09:25:00.002-05:002010-10-27T09:36:59.110-05:00Adolescencia<blockquote><em>Je parle à mes amis lointains dont l’image trouble<br />Derrière un rideau de vacarme de cataractes<br />M’est chère comme un espoir inaccessible<br />Sous la cloche d’un scaphandrier<br />Simplement dans la solitude d’une clairière</em><br />CÉSAR MORO</blockquote><br /><br />El sol, traste de bordes oxidados,<br />gira, si la mañana está de humor,<br />a setenta y ocho revoluciones<br />por minuto.<br />Tiene grabada una canción por lado<br />con trompetas de Händel ―irrisorias―<br />y guitarras endebles de hace un siglo.<br />Alguna vez fue un dios,<br />como todas las cosas y las fuerzas,<br />pero no hay dios que valga en cierta edad<br />ni redención posible a los catorce,<br />quince años.<br />Y este sol yo lo miro en esos tiempos,<br />y lo puedo mirar porque no arde.<br /><br />Siempre adoramos dioses obsoletos.<br />El dios que veneramos<br />lo amamos ya vencido,<br />con fracturas de tibia y peroné<br />o diademas horribles de princesa ultrajada.<br />El futbolista de la foto,<br />Jürgen Klinsmann,<br />hace diez años que se corta el pelo<br />y en otros diez no tendrá pelo.<br />Bajo el colchón, revistas calcinadas:<br />esas damas de antaño<br />suman hoy, cuando menos, cuarenta primaveras<br />y el doble de visitas al quirófano.<br /><br />No parece mentira<br />que pasen veinte o veinticinco años:<br />parece la más fiel de las verdades,<br />verdad como el azúcar en un postre<br />o el polvo en las persianas de la sala…<br />Con estas moralejas<br />hay fábulas por miles, por milenios:<br />más azúcar, más polvo,<br />más años y mayor la urgencia<br />de cantarlo sin dicha y con falsete,<br />mejor ―de ser posible― con traje azul marino<br />y versos escandidos con metrónomo.<br /><br />El que suscribe, triste de reír<br />sin más alternativa,<br />se declara insoluble<br />por veinticuatro pulsaciones<br />como mínimo,<br />por lo que duren estos folios<br />―lado A, lado B―<br />de vejez achacosa y prematura,<br />sin otro fin que ahorrar lo suficiente<br />y reponer el gajo que faltaba<br />en la epopeya, la oratoria<br />patriótica y demás<br />aficiones del héroe jubilado.<br />Siempre amamos ―lo dicho― al dios cuando se aleja.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqHkqGuBItoiMsn_fx-w0YNWJWYiK9D1JMQnn6rgG0gZwz1NuooNCOmeDhZSQgRtcOXi0oI1-ra65C9l1wmYC2HHn1vhXsiZJq2du-iLvWi1pbylGy1XQ4u7Ai6ViumUI0lMyL/s1600/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+140.bmp"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 317px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqHkqGuBItoiMsn_fx-w0YNWJWYiK9D1JMQnn6rgG0gZwz1NuooNCOmeDhZSQgRtcOXi0oI1-ra65C9l1wmYC2HHn1vhXsiZJq2du-iLvWi1pbylGy1XQ4u7Ai6ViumUI0lMyL/s400/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+140.bmp" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5532734612772703586" /></a><br />(Acabo de publicar este poema en el número 140 de <a href="http://criticabuap.blogspot.com/"><em>Crítica</em></a>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-1857447627468361222010-09-29T11:32:00.003-05:002010-09-29T11:40:53.531-05:00Cajas de resonancia<blockquote><em>para Gil Goldstein</em></blockquote><br /><br />En la vida interesa lo que no es muerte.<br />En la vida interesa lo que no es vida<br />ni muerte. Así,<br />en Desdémona importa lo que no es<br />anémona. En la vida<br />interesa lo que no<br />interesa.<br /><br />♦<br /><br />Las palabras dicen<br />palabras. En el amanecer<br />está dicho el resto<br /><br />del día, pero en las palabras<br />del amanecer sólo está dicho<br />ese momento. Las palabras<br /><br />no están dichas. Las palabras<br />pudieron ser nuestras. Las palabras<br />lo fueron.<br /><br />♦<br /><br />Lo que trae una mano.<br />Lo que una mano<br />trae, lo que reduce, hay otra<br />que lo espera, que se ahueca<br />por ello y que se vuelve<br />mano al llenarse de su nada.<br /><br />El paso que no doy<br />me tiene con dos pasos pendientes.<br /><br />El pez que no sujeto<br />me hace andar mares duplicados,<br />caminos que figuro al extender cada pierna<br />y luego no recorro, y luego entre mis dedos<br />no está el pez.<br /><br />Lo que una mano<br />da, lo que una pide,<br />a eso renuncia. Pide<br />y espera<br />y busca<br />otra mano, y llenarla de su nada.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgpSVAia7YNTmjdOYOxti6vBtAfpvLIpdE5Fds8UNtVzsXOM04iRwCET14TgVeMcMJODckSAW6Xjp-fbGLM96ZKlb7BPUMBfQVPqeq61sOt_X3oILFsWFFimTMz6BfilVhHZdm/s1600/Pl%C3%A1stica+T%C3%B3nica+-+Exposici%C3%B3n.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 215px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgpSVAia7YNTmjdOYOxti6vBtAfpvLIpdE5Fds8UNtVzsXOM04iRwCET14TgVeMcMJODckSAW6Xjp-fbGLM96ZKlb7BPUMBfQVPqeq61sOt_X3oILFsWFFimTMz6BfilVhHZdm/s400/Pl%C3%A1stica+T%C3%B3nica+-+Exposici%C3%B3n.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5522375315684479282" /></a><br />(Escribí este poema corrigiendo uno anterior al grado de convertirlo en otro. El primero se llamaba "Nuevas cajas de resonancia" y apareció en la revista <em>Parteaguas</em>. Éste se llama simplemente "Cajas de resonancia" porque tales cajas, por lo dicho anteriormente, ya no tienen gran cosa de nuevas. En todo caso, el nuevo, éste, formó parte de la exposición <a href="http://www.ocioenlinea.com/contenido/m%C3%BAsica-pintada-escrita-y-esculpida">Plástica Tónica</a>, que se pudo visitar en la galería Vértice de Guadalajara el mes pasado. En la foto, mi poema es el texto de la derecha, junto al cuadro de Fernando Sandoval.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-81057225289038611352010-09-10T12:28:00.004-05:002010-09-10T12:44:22.923-05:00Qué hacer con el verano<blockquote>...niño sobreviviente<br />de los espejos sin memoria<br />y su pueblo de viento:<br />el tiempo y sus encarnaciones<br />resuelto en simulacros de reflejos.<br />OCTAVIO PAZ, <em>Pasado en claro</em></blockquote><br /><br />El de la izquierda es Víctor, mi hermano. Han pasado tres décadas: la foto es de 1973 o, cuando mucho, de 1974. Me dicen que yo, el de la derecha, tengo aquí alrededor de dos años. Puede ser —ya que se trata de conjeturar, y puesto que “alrededor de dos años” no significa dos años exactos— que ni siquiera los haya cumplido aún. Atrás queda el mar y al fondo se perfila un brazo de tierra no muy prominente, quizá el extremo contrario de una bahía que no acabo de reconocer. Pensando en mis dos años, y tomando en cuenta que tal vez no he regresado al preciso lugar de la fotografía, no tengo en realidad manera de saber dónde revientan esas olas. Porque una franja blanca, que imagino espumosa, junta el brazo de tierra con el mar que hay detrás, menos alto que un par de niños en calzoncillos: un mar que, a nuestras espaldas, ni Víctor ni yo podemos ver aunque seguramente nos envuelve, nos amenaza o nos atrae. De modo que revientan olas.<br /><br />“No es agua ni arena / la orilla del mar...” Parece mentira que la espuma, que no es por un momento agua ni aire, y nunca es tierra, baste para unir dos moles tan formidables como el continente y el océano. (Doy por sentado, así, que la imagen remite al Pacífico y a cierta playa indistinta de Jalisco, Nayarit o Colima.) El mar, que todavía juzgo infinito, no sería en mi niñez más inconcebiblemente grande que la extensión de la tierra. Dos infinitos, pues, al cabo razonables en su inmensidad. La espuma, en cambio, es una especie de infinito reducido: cabe de pronto en el cuenco de las manos y luego se constata que las manos no alcanzan, y sus límites resultan sin embargo lógicos o abarcables para la vista. Tal vez porque la espuma sea no tanto infinita en el espacio como infinita en el tiempo: se forma gracias a un ritmo binario de rompimientos y recogimientos del que no se conocen —vale decir— las puntas, o sea el inicio y el término. Mejor aún: la espuma no es un infinito espacial ni temporal, sino material. En la espuma se concentra y se dispersa el infinito de la materia, o se concentra dispersándose. Orgullosa, la espuma es una exaltación del agua y es, por ello mismo, un <em>devenir</em> que trasciende (hasta negarlo) el <em>ser</em> del agua. La espuma es una orilla. Es lo contrario de un espacio; no se deja poseer ni habitar, así fuera de modo instantáneo. Es una frontera que, al separar dos territorios, deja de pertenecer a ninguno. A nadie. A nada.<br /><br />Mi hermano apoya las manos en el barandal. Hay un poema de Octavio Paz —no recuerdo cuál exactamente, pero se puede leer al comienzo de <em>Ladera este</em> o al comienzo de <em>Salamandra</em>— en el que aparece, copiado en letra cursiva, este viejo proverbio chino: “No te apoyes, si estás solo, contra la balaustrada”. Mi hermano no está solo. Yo tengo un codo recargado en el mismo barandal y me pongo la mano izquierda frente a la ceja del mismo costado, acaso rascándomela o buscándome la frente. Los calzones me quedan grandes. Pero, si regreso a la mano y a la frente, puedo citar otro poema del mismo Paz —ya se ve que soy todo un enfermo de literatosis, que diría Juan Carlos Onetti— que por estos días he vuelto a leer, interrogado por cierta reportera con motivo del Día del Padre y de la imagen que del <em>pater familias</em> rinden las letras mexicanas: <em>Pasado en claro</em>. En ese poema, en ese libro, Paz consagra diez versos de un conjunto más vasto a la que resultará con altas probabilidades la más intensa y desgarradora evocación del padre (contando la no menos conmovedora, sólo que más extensa y discursiva, de Jaime Sabines) que haya en el <em>corpus</em> de la poesía hecha en México:<br /><br /><blockquote>Del vómito a la sed,<br />atado al potro del alcohol,<br />mi padre iba y venía entre las llamas.<br />Por los durmientes y los rieles<br />de una estación de moscas y de polvo<br />una tarde juntamos sus pedazos.<br />Yo nunca pude hablar con él.<br />Lo encuentro ahora en sueños,<br />esa borrosa patria de los muertos.<br />Hablamos siempre de otras cosas.</blockquote><br /><br />Yo, sin embargo, no pienso en esos versos. Pienso en éstos: “Desde mi frente salgo a un mediodía / del tamaño del tiempo”. Desde la foto, mi propia frente me aconseja qué hacer con el verano, ya que pronto acabará el mes de junio: abrirlo, proyectarlo en mi cuerpo y en mis recuerdos, superponerlo a veranos anteriores y ocultarlo bajo ese mismo pasado, y proyectarlo de nuevo en un cuerpo que ya no es el mío, en recuerdos que me arriesgo a ya no tener si no los hago “del tamaño del tiempo”.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTAr0dQ6zI84kTZ7LybVkF5S0tsuOGLWPAUrsMjiwAEIgFdJbzm9f0Bnoh8jwOp_7L5TLTiNWK8UMFVkln6YdMvS7rvrAGDIScfHXzv6sQLl-3AVdMoulrFeR1jfUa1Lr_27-w/s1600/Qu%C3%A9+hacer+con+el+verano.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 241px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTAr0dQ6zI84kTZ7LybVkF5S0tsuOGLWPAUrsMjiwAEIgFdJbzm9f0Bnoh8jwOp_7L5TLTiNWK8UMFVkln6YdMvS7rvrAGDIScfHXzv6sQLl-3AVdMoulrFeR1jfUa1Lr_27-w/s320/Qu%C3%A9+hacer+con+el+verano.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5515338502881541154" /></a><br /><br />Que mi hermano es mayor que yo, y que ya entonces lo era, es un hecho que dicta y corrobora la evidencia más obvia: él no cupo entero en la foto. De sus pies, que se quedaron al margen del rectángulo, no puedo afirmar nada: son la pura inminencia y, por este motivo, son también el indicio más claro de que hay algo afuera de la imagen. Ese <em>afuera</em> es lo que vuelve ya no digamos verosímil o convincente, sino en verdad real toda pintura o escultura, todo poema o relato que se precie de serlo. Paradójicamente, que haya un afuera es lo que garantiza o posibilita que alguien pueda “meterse” a la pintura, la escultura, el poema o el relato. La foto a la que me refiero no es quizá lo que otras personas llamarían —con suma reverencia— una Obra de Arte, pero sí contiene algo así como un germen de lo que para mí suponen las verdaderas obras de arte: un germen de vacío, en este caso. Un lugar donde guarecerse que también es una forma de la intemperie. Un germen, sí, un aviso: algo de lo que mi hermano se ríe, algo que miro yo (el que soy en la foto, sin duda con un principio de sonrisa) en el objetivo de la cámara.<br /><br />El barandal, extrañamente, no va más alto que la cintura del niño de la izquierda. Puede ser que los adultos, en ese corredor, merezcan otra balaustrada: el travesaño que los fotografiados tienen detrás de la nuca, el primero, y sobre la coronilla, el segundo. A la derecha de la imagen, apenas insinuada, espera en la sombra una escalera.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhC1k3OLRpoKjxpou1t7qbyNehfN-b4gyXMiU9HrXbpTKwQeB9s_SyTzIx-2slD67sUNuNO-4p1z0wae8bemNlGY4aM-3ytTy_NbY911SjBApry1A7Aiei8PnioO0ZJswOckRNf/s1600/'Signos+vitales%27+(car%C3%A1tula).jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 220px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhC1k3OLRpoKjxpou1t7qbyNehfN-b4gyXMiU9HrXbpTKwQeB9s_SyTzIx-2slD67sUNuNO-4p1z0wae8bemNlGY4aM-3ytTy_NbY911SjBApry1A7Aiei8PnioO0ZJswOckRNf/s320/'Signos+vitales%27+(car%C3%A1tula).jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5515342028696314738" /></a><br />(Este pequeño ensayo, que originalmente apareció en <em>Mural</em> hace unos años, forma parte de mi libro <em>Signos vitales</em>, publicado por la UNAM en 2005. Lo retomo ahora por vil y vulgar nostalgia.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-18302506722942042822010-08-25T14:07:00.003-05:002010-08-25T15:08:55.843-05:00Paseo Dahlmann-Quijano<blockquote>...don Quijote quiere darnos música, y no será mala, siendo suya.<br />CERVANTES, <em>Don Quijote</em>, II, 46</blockquote><br /><br />Jorge Luis Borges declaró alguna vez que las novedades le importaban menos que la verdad. “He cumplido sesenta y tantos años”, dijo literalmente hacia 1965; “a mi edad, las coincidencias o novedades importan menos que lo que uno cree verdadero.” Tiempo atrás, Borges había comenzado sus “Magias parciales del <em>Quijote</em>” (artículo de 1949 recogido en <em>Otras inquisiciones</em>, libro de 1952) por el mismo rumbo: “Es verosímil que estas observaciones hayan sido enunciadas alguna vez y, quizá, muchas veces; la discusión de su novedad me interesa menos que la de su posible verdad”. Ambos dichos, con la ironía propia de tales cosas, implicaron sin embargo —eran años, aquéllos, que anunciaban ya el <em>boom</em> de la narrativa experimental— una estricta y profunda novedad en su momento. Preferir la verdad, por vieja o manoseada que parezca, en lugar de la innovación formal, que puede no trasponer una lucidora superficie o apenas engrosar el inventario de los errores humanos, resulta para empezar una toma valiente de partido y viene a ser, en los mejores casos, el distintivo más genuino de la mejor creación artística. Imaginar o inventar porque no queda otro remedio, poniendo la invención y la imaginación al servicio del aprendizaje y de los esfuerzos que lleva implícitos, tiene que ser por fuerza diferente que imaginar o inventar porque sí, al margen de la necesidad. Y en la buena literatura se inventa porque no queda otro remedio, porque hace falta conocer o entender algo y porque nada más la ficción vale ahí como herramienta, como asidero, como salvación.<br /><br />A propósito de uno de sus cuentos, “El Sur”, Borges afirmó en el prólogo a la segunda parte de <em>Ficciones</em> (edición de 1956): “es acaso mi mejor cuento”. Acto seguido esbozó, de modo no menos escueto, una misteriosa interpretación del texto: “básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo”. Todo esto es bien sabido por lectores abundantes de Borges, de manera que recordarlo no es por supuesto inventar nada. La historia que se narra en “El Sur” es la de Juan Dahlmann, “secretario de una biblioteca municipal” atenazado por “los años, el desgano y la soledad” y condenado estúpida, brutalmente a morir por un accidente doméstico.<br /><br />He dicho: condenado a morir. Lo cierto es que Dahlmann sobrevive al accidente, o sueña que no muere. Dahlmann, al salir del hospital, decide convalecer en el campo, en la llanura: en el Sur del título. Antes de llegar a su finca de provincia, Dahlmann se detiene a comer en un “almacén”, esto es: en una fonda o cantina popular. Unos borrachos le buscan pleito, y la circunstancia lo empuja por último a no rechazar ese combate de navajas que tal vez lo matará definitivamente. Leves detalles de la escena (como el hecho de que lo llame por su nombre un aparente desconocido) marcan al sesgo el entendimiento que, sin formarse del todo, tiene Dahlmann de su propia experiencia. El “otro modo” en que puede leerse la narración —ya se adivina— es heroico y fantástico: el protagonista <em>corrige</em>, al agonizar, la muerte hospitalaria y chapucera que le reservó un mero accidente, y procede a morir en cambio por su arrojo y con plena conciencia. “La segunda lectura”, como habrá comentado Emir Rodríguez Monegal, “puede ser fantástica: en vez de morir peleando un duelo a cuchillo en el Sur, Juan Dahlmann muere antes, y realmente, en la sala de operaciones, mientras delira con el imposible retorno a sus raíces.” Quedaba por decir, en efecto, que Dahlmann es un apasionado lector de relatos costumbristas, habitados por cuchilleros tremendos y valerosos.<br /><br />No mencioné al azar, líneas arriba, el ensayo de Borges titulado “Magias parciales del <em>Quijote</em>”. Por mucho que lo desdeñara en charlas intempestivas, Borges amaba el <em>Quijote</em> de Cervantes y lo criticaba en ese tono que muchos han juzgado poco menos que irrespetuoso y en exceso impaciente, cuando no avasallador, pero que no es en el fondo más que pura interrogación, deseo de conocimiento —sincero al cabo, aunque descortés— y, en consecuencia, verdadero impulso de conciliación. La sola historia de Juan Dahlmann, como yo quiero demostrarlo, prueba con elementos conmovedores la necesidad que Borges tuvo de comprender y, mejor aún, de acercarse a la novela mayor de Cervantes y de la entera modernidad occidental. En muchas ocasiones (la práctica del juego infantil, sin ir más lejos, apunta en esta dirección) lo mejor no es tanto analizar un objeto como reproducirlo a escala y de manera sintética para entonces aproximársele con propiedad. Y así como hace falta ver contra un fondo negro una taza de café para entender, por el humo, que todavía está caliente, así también el modelo sintético es entendido por su contraste y su proximidad con el original que representa. El esfuerzo que Borges emprendió para comprender el <em>Quijote</em> acaso llegó a su punto más hondo cuando el argentino escribió “El Sur”.<br /><br />Hablo, sin más, de leer el <em>Quijote</em> como si fuera “El Sur”. Hablo también de leer “El Sur” como si fuera un modelo comprensivo del <em>Quijote</em>. Un hidalgo más o menos entrado en años, llamado probablemente Alonso Quijano, Quijana, Quesada o Quijada, que añora la valentía de ciertos caballeros novelescos y resuelve, aconsejado por el delirio, salir al campo en busca de aventuras, acaba teniendo mucho de Juan Dahlmann. Al comenzar el <em>Quijote</em>, apenas en el capítulo IV de la primera parte, Quijano es apaleado hasta el cansancio por un mozo de mulas “que no debía de ser muy bien intencionado” y que, justo es decirlo, no hace más que aprovechar un tropezón de Rocinante, caballo del hidalgo. De aceptar el “otro modo” en que puede interpretarse la historia de Juan Dahlmann, y convenido el paralelo Dahlmann-Quijano, valdría conjeturar que don Quijote muere (por culpa, ya se ha dicho, de un accidente) al empezar la novela que lleva su nombre. Y que, al agonizar, es dado al personaje reanudar su aventura en una especie de prórroga, una suerte de vida extraordinaria, si bien ha de vivirla en presencia de gente vulgar y de negocios triviales que su fantasía transformará en personas eminentes y deberes insoslayables. También le será dado el privilegio de hallar un formidable amigo, Sancho, que asistirá por fin a su muerte de héroe.<br /><br />Deseoso de leer “un ejemplar descabalado de las <em>Mil y una noches</em>” que recién ha conseguido, Juan Dahlmann descuida el paso y sufre un accidente quizás mortal. Su pasión de lector, como a don Quijote, lo habrá condenado trágicamente. Pero las invenciones y los delirios de su lecho de muerte, y el intenso deseo de no morir sin gloria, y la imaginación en suma, lo habrán salvado como salvaron a su insospechado ancestro manchego.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgc0ii9IMZE6_vcmv9DugtuHVtr5DzeKKWbpB118mvuoXLEpP9-pMkCsDyQaXi7uLvTUKC3NBT0kTJGo9TPIMOIcflAflRuFntQVYMEsX7SuJ49E7QROQzPp0Gr8rwWQrd2i25v/s1600/Jorge+Luis+Borges.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 202px; height: 292px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgc0ii9IMZE6_vcmv9DugtuHVtr5DzeKKWbpB118mvuoXLEpP9-pMkCsDyQaXi7uLvTUKC3NBT0kTJGo9TPIMOIcflAflRuFntQVYMEsX7SuJ49E7QROQzPp0Gr8rwWQrd2i25v/s320/Jorge+Luis+Borges.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5509441705588792482" /></a><br />(Publiqué hace más de siete años, en enero de 2003, este artículo en <em>Mural</em>. Hoy lo retomo con el pretexto de los 111 años del nacimiento de Borges, festejados ayer.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-72678446503251785482010-07-17T14:05:00.002-05:002010-07-17T14:14:09.619-05:00De rostros, olores y humores<blockquote>Enrique G. Gallegos, <em>Poesía mayor en Guadalajara. Anotaciones poéticas y críticas</em>, Guadalajara: Secretaría de Cultura de Jalisco, col. Páginas de Poesía, 2007, 45 pp.</blockquote><br /><br />Si no difícil, es cuando menos laborioso acumular una verdadera bibliografía crítica sobre la poesía de Jalisco. Las antologías abundan, cómo no, pero sus prólogos y anexos apenas logran interesar a quienes buscan algo más que vagas justificaciones e insípidos motivos geográfico-cronológicos. Por un presumible afán compensatorio, los autores de antologías tienden a presentar alegatos a favor del texto por el texto mismo y otros refranes que no logran distraer a sus lectores de la pregunta más elemental: ¿por qué limitarse a representar la poesía de Jalisco si Jalisco, al igual que las demás entidades de la república, ni siquiera en lo político es verdaderamente autónomo, ya no se diga en lo literario y lo lingüístico, además de que rara vez las obras poéticas llegan a relacionarse a fondo con la realidad administrativa del espacio en que fueron escritas? Nada es más fácil que reducir al absurdo la noción de “poesía de Jalisco”: ¿es jalisciense un poema escrito en la colindancia de Zapotitlán de Vadillo, Jalisco, y Comala, Colima, pero todavía “en la parte de acá”? Y, en caso de serlo, ¿qué se gana con dejarlo asentado?<br /><br />Enrique G. Gallegos, en su <em>Poesía mayor en Guadalajara</em>, elude para empezar la cuestión jalisciense, por así decirlo, y decide centrarse con toda cordura en la ciudad que se menciona en el título. Como toda ciudad, Guadalajara es un organismo concreto, no un plano expuesto en las oficinas del Gobierno estatal, como sí lo es Jalisco. La cohesión propia de una ciudad, tanto en lo social como en lo urbanístico, se da por descontada con la existencia misma del asentamiento, y es posible llegar a pie desde San Juan de Ocotán hasta Tonalá (o, si se prefiere, de Puerta de Hierro a la colonia Jalisco: de poniente a oriente, del “coto” millonario al “fraccionamiento” paupérrimo) sin abandonar las calles en favor de otras vías de acceso. Ésa es la cohesión que, a primera vista, Gallegos ha querido explotar: la que permite ir de Ricardo Castillo a Raúl Aceves, de Ricardo Yáñez a Patricia Medina y de Raúl Bañuelos a Jorge Esquinca —y éste, que conste, no es el orden en que irán citándose y escalonándose tales nombres en <em>Poesía mayor en Guadalajara</em>, sino el orden aleatorio en que yo he redactado esta frase— sin apartarse de la ciudad en que dichos poetas han coincidido en los últimos años.<br /><br />Al comenzar decía que no es cómodo elaborar una verdadera bibliografía crítica sobre la poesía más o menos reciente de autores avecindados en Guadalajara o, en general, en todo Jalisco. No lo es porque no existen, fuera de las antologías, ni panoramas ni libros de texto, ni monografías ni estudios pormenorizados que al mismo tiempo sean accesibles, razonablemente fáciles de consultar y cotejar, y estén bien escritos (o por lo menos libres de improvisaciones parlanchinas, juicios temerarios y “opiniones” rebeldes a la sintaxis y a un mínimo sentido de la información). Sólo queda resignarse a merodear en alteros de tesis casi siempre decepcionantes, revisteros cada vez menos alentadores y hemerotecas en las que la reseña de poesía fue convirtiéndose poco a poco, desde mediados de los años 90 del siglo pasado, de género escaso en material raro y de material raro en ausencia perfecta. Lo que sí ha conocido un auge muy revelador en <em>blogs</em>, correos electrónicos en cadena y presuntos “grupos de discusión” en internet ha sido la difamación, ora injuriosa, ora calumniosa, tan profunda y edificante como siempre.<br /><br />Ante semejante pobreza, saludar la publicación de <em>Poesía mayor en Guadalajara</em> es lo primero que debe hacerse, ya que se trata de un libro manejable y ordenado que, a pesar de los defectos que sin duda lo vuelven cuestionable, no tiende al insulto ni al disparate. Lo componen, en apariencia, seis textos, pero en realidad es oportuno contar nueve: seis ensayos en torno a la poesía de Patricia Medina, Ricardo Yáñez, Raúl Aceves, Ricardo Castillo, Raúl Bañuelos y Jorge Esquinca, respectivamente, más una nota inicial o “Advertencia”, una “Presentación” y un epílogo titulado “Convergencias, divergencias” (y no, al revés, “Divergencias, convergencias”, como asegura el índice). A la “Presentación” del volumen le corresponde acotar el objeto, a saber: la obra de los poetas referidos, en consideración de la “trayectoria que avala su importancia”, del hecho de presidir “grupos que privilegian, fomentan y comparten ciertas formas de concebir y hacer poesía” (fenómeno constatable hoy por hoy, desde mi perspectiva, en el caso de Medina; ya superado en los de Yáñez, Bañuelos y Esquinca; y harto improbable tratándose de Aceves y Castillo) y porque “también se han constituido en centros de poder e influencia gubernamental, mediática y social” (afirmación, esta última, que no sé si me irrita o me divierte, por descabellada). En cambio, al epílogo le toca desmentir algunos de los presupuestos de la introducción, entre otras cosas porque Gallegos pone tierra de por medio y asegura que su propia materia de análisis, la que nadie sino él decidió perfilar e interrogar, la misma en cuya “resonancia” Gallegos había escuchado el “clamor inmediato de la poesía”, le “deja” de golpe “una sensación ambivalente”:<br /><br /><blockquote>Si bien por momentos encuentro poemas que atraen por sus imágenes, contenido, ritmo, pulcritud y plasticidad, la confabulación del lugar común, el descuido, el exceso o defecto retórico, el desgaste semántico y el prosaísmo parecen confirmar la imposibilidad del “gran autor”.</blockquote><br /><br />Si la insatisfacción de Gallegos parece justificada en un principio, también cabe preguntarse hasta qué punto ha sido el propio ensayista quien, después de convocar a la reunión, ha resuelto sabotearla con exigencias que sólo competen a sus muy personales expectativas, no a las probables aspiraciones de sus invitados. Amigable con Bañuelos, propenso a impacientarse con Esquinca y tibio, cuando no indeciso con Medina, Yáñez, Aceves y Castillo, Gallegos únicamente parece hallarse a gusto consigo mismo, con su búsqueda particular (en el estilo ajeno, quiero decir) del equilibrio sin rigidez, la emoción sin cursilería, la reflexión sin frialdad, la originalidad sin afectación y la simplicidad sin lugar común, ideales abstractos que por lo visto no han llegado a realizarse aún en poemas de los autores estudiados. Gallegos toma incluso la triple decisión de no citar ninguna fuente indirecta de consulta, de no relacionar a los poetas de su <em>corpus</em> entre sí ni con otros poetas de otras épocas o lugares y de no consignar las fechas de publicación de las obras a las que se refiere. Percibo en esto, de parte del crítico, un propósito que sólo puedo calificar de más artificioso que humanístico: el de configurar un escenario <em>ad hoc</em> para enseguida colocarse, ya preparada la cámara fotográfica, en primer plano; propósito que, de verse confirmado, haría de <em>Poesía mayor en Guadalajara</em> un libro cuyo interés radicaría no tanto en la valoración de los poetas analizados como en el protagonismo del analista.<br /><br />En este orden de ideas, importa subrayar que <em>Poesía mayor en Guadalajara</em> da inicio con una especie de profesión de fe, una suerte de pliego deontológico en el que se van acumulando, sin orden aparente, párrafos que son en realidad aforismos o apuntes lapidarios en torno a la crítica de poesía. Se trata de asertos más bien sibilinos, de ingrata dilucidación, como es el caso del primero de todos ellos: “La crítica sólo adquiere sentido cuando se equivoca; cuando acierta, el poema no mereció la pena”. La cita es ejemplar: Gallegos no aclara en qué circunstancia puede considerarse que un texto crítico adquiera o pierda “sentido” ni en qué puedan consistir sus equivocaciones o aciertos, de modo que aceptar o rechazar el aforismo es tan arbitrario como el acto mismo de formularlo. En otros casos las proposiciones de Gallegos parecen comprensibles, pero su verdad es tan evidente que uno teme que se trate de meras obviedades, como en la última declaración: “La crítica debe ser pública. Lo otro es el chisme, el rumor, la calumnia, el infundio y las envidias. El crítico siempre tiene rostro, olores y humores, pero sobre todo acude al llamado de una vocación” (y todo el mundo está de acuerdo, pero apenas tiene caso estarlo).<br /><br />Me atrevo a pronosticar que <em>Poesía mayor en Guadalajara</em> no dejará contento a nadie: algunos de sus lectores tendrán que ir en busca de información complementaria y otros no acabarán de hallar suficiente claridad expositiva en sus páginas. Con todo, Enrique G. Gallegos ha corrido el riesgo de colocarse ahí donde ni el magisterio escolar ni la mera promoción de las novedades editoriales tienen la menor importancia. Para mí, ejercer la crítica literaria por obligación académica es tan improductivo como practicarla por atavismo periodístico, de tal suerte que Gallegos me parece un escritor auténticamente digno de atención. Queda por esclarecer si la vocación y el apasionamiento personal bastan para obviar otras urgencias más humildes del trabajo crítico.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlofXz79YlOITZNDe6cDtWE_2KKJo0vfl7HtbXx0lsZkXP8LMkV5ZXqaYz2M_5NqZqnABUgo3A-ZR_lX22eEuRfZMaze4h1E6crTDsdU-ovaCIQkkio30aAaJTGvjLnC6Ikw7e/s1600/Enrique+G.+Gallegos,+%27Poes%C3%ADa+mayor+en+Guadalajara%27.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 213px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlofXz79YlOITZNDe6cDtWE_2KKJo0vfl7HtbXx0lsZkXP8LMkV5ZXqaYz2M_5NqZqnABUgo3A-ZR_lX22eEuRfZMaze4h1E6crTDsdU-ovaCIQkkio30aAaJTGvjLnC6Ikw7e/s320/Enrique+G.+Gallegos,+%27Poes%C3%ADa+mayor+en+Guadalajara%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5494955427260078354" /></a><br />(Acabo de publicar esta reseña en el número 25 de la <em>Revista de Humanidades</em> del Tec de Monterrey.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-88542635756779404782010-07-03T21:06:00.004-05:002010-07-17T14:16:27.102-05:00Verdadero corazón, corazón verdadero<blockquote><em>al entregársele a Miguel León-Portilla<br />el premio Juan de Mairena</em></blockquote><br /><br />Puede suponerse que recibir a Miguel León-Portilla en el recinto principal de la Universidad de Guadalajara y escucharlo con atención y gratitud es no solamente lógico y normal, sino incluso predecible, tratándose de un profesor de reconocimiento universal, autor de libros decisivos para la formación de una conciencia, de un criterio y de un gusto sin los cuales resultaría imposible comprender el México de nuestro tiempo. Lo que no parece tan predecible, sin embargo, es rendirle homenaje <em>desde la poesía</em>, es decir: no tanto desde la conciencia, el criterio y el gusto histórico, etnográfico y lingüístico, sino desde un saber, un hacer y un sentir específicos de la palabra rítmica, de la imaginación, la emoción y el conocimiento propios de la lírica.<br /><br />Ello es precisamente lo que hacemos ahora: escuchar en Miguel León-Portilla lo que hay en él de profundo estudioso de la poesía, lo que hay en él de profesor de poética y de historia de lo poético, lo que hay él de traductor de poemas, lo que hay en él de poeta. En efecto, las jornadas del tercer Verano de la Poesía en Guadalajara llegan esta noche a su punto culminante con la entrega del premio Juan de Mairena, y será el profesor, antropólogo, historiador, traductor y poeta nacido en 1926 quien reciba este año dicho reconocimiento simbólico, materializado en una obra de arte.<br /><br />Entregado en Guadalajara en tres ocasiones, con ésta, el premio Juan de Mairena es un regalo humilde y concreto, no un fasto de alfombra roja ni un ceremonial de vaguedades. En un tiempo y en una sociedad proclives al entretenimiento pasajero, a la desmemoria y al sensacionalismo, el premio Juan de Mairena se concibe como una mínima defensa de la palabra, el entendimiento y la cultura en sus más entrañables acepciones.<br /><br />Juan de Mairena, el personaje y <em>alter ego</em> de Antonio Machado, era un poeta modesto y un apasionado profesor de retórica y poética. El premio que lleva su nombre ha sido creado para celebrar la enseñanza de la poesía. Quienes han recibido este premio (Ernesto Flores y Raúl Bañuelos, en 2008 y 2009 respectivamente) son poetas notables pero también, y ante todo, maestros, editores o coordinadores de talleres, promotores entusiastas y amigos, en síntesis, de la poesía entendida como tradición y como vocación, como arte y como estilo de vida. Darle a Miguel León-Portilla el premio Juan de Mairena es ofrecérselo a un <em>poeta docto</em>, al discípulo de Ángel María Garibay, al experto en describir e interpretar los códices del antiguo mundo náhuatl, al divulgador de los entrañables consejos familiares conocidos como <em>huehuehtlatolli</em>, al traductor en verso libre del <em>Nican mopohua</em>; es ofrecérselo, en fin, al sabio que sonríe con la palabra en la punta de la lengua.<br /><br />Mundialmente famoso por sus aportaciones al conocimiento del idioma y la literatura náhuatl, Miguel León-Portilla es un auténtico trabajador de la palabra. No es exagerado afirmar que León-Portilla es un profesor genuinamente venerado por sus discípulos, como tampoco lo es que se trata de un ensayista primordial y un traductor de poesía de importancia máxima en el orbe de la literatura mexicana contemporánea. Es, también, quien más énfasis ha puesto en la dimensión ética de la poesía tal y como la entendían y practicaban los antiguos mexicanos. Recuérdese, por ejemplo, el llamado “Poema de Temilotzin” (en la traducción, claro está, de León-Portilla):<br /><br /><blockquote>También yo he venido,<br />aquí estoy de pie:<br />de pronto cantos voy a forjar,<br />haré un tallo florido con cantos,<br />¡oh vosotros amigos nuestros!<br />Dios me envía como un mensajero,<br />a mí transformado en poema,<br />a mí Temilotzin.<br />He venido a hacer amigos aquí.</blockquote><br /><br />Añádase a esto la conclusión a la que llegan los poetas o <em>cuicapique</em> reunidos en el hondo y rico “Diálogo de la flor y el canto”, sin duda el mayor documento que se conserva respecto a la noción que nuestros antepasados llegaron a formarse de la poesía. Convocados por el señor Tecayehuatzin para conversar en sus jardines de Huejotzingo en algún momento del siglo XV, los interlocutores de aquel diálogo comparten ideas a propósito de la vida, su extremada fugacidad y sus placeres intermitentes, y al hacerlo hablan siempre de “la flor y el canto”, esto es: de la poesía. Es el mismo Tecayehuatzin quien da término al diálogo evocando “el sueño de una palabra” y desgranando una bella metáfora: la del maíz, dorado alimento en la juventud, adorno rojizo en la vejez. Tecayehuatzin lo redondea todo enunciando la finalidad última de la poesía, gracias a la cual<br /><br /><em>¡Sabemos que son verdaderos<br />los corazones de nuestros amigos!</em><br /><br />Esa verdad cordial —a nosotros nos consta— suele cobrar su mejor forma en las frases, en las palabras de los poemas. Con esa verdad, con ese corazón por delante de cualquier otra cosa, queremos acoger esta noche al maestro y al amigo.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQDK_fIFqBWvPB9cSALhR0rua3H8Pe6MCtNxEd9zG0JDzaDUqjiCsxQCXAo66uQyodIrnxI1VpYZeEYT1xd8mvUUr_l0A0ZkzIm6Q0LFfYfV2GRD25JmvpHz5lDUiBYltBLkCt/s1600/Miguel+Le%C3%B3n-Portilla,+Joao+Rodr%C3%ADguez+y+Luis+Vicente+de+Aguinaga.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 197px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQDK_fIFqBWvPB9cSALhR0rua3H8Pe6MCtNxEd9zG0JDzaDUqjiCsxQCXAo66uQyodIrnxI1VpYZeEYT1xd8mvUUr_l0A0ZkzIm6Q0LFfYfV2GRD25JmvpHz5lDUiBYltBLkCt/s320/Miguel+Le%C3%B3n-Portilla,+Joao+Rodr%C3%ADguez+y+Luis+Vicente+de+Aguinaga.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5489867486858231922" /></a><br />(El pasado viernes 25 de junio, Miguel León-Portilla recibió en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara el premio Juan de Mairena. La entrega del premio, como es costumbre, formó parte del Verano de la Poesía en Guadalajara. Esto es lo que leí esa noche.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-50221213627676592572010-06-16T11:46:00.003-05:002010-06-16T12:06:23.925-05:00El centro de la equisCabe imaginar, suponer o postular a dos jugadores ante un par de tabletas de cartulina. O acaso a tres jugadores. O acaso a uno solo. Cabe imaginar o suponer que uno de ellos, cualquiera, el único, el que primero ha tenido el atrevimiento, ni ungido ni señalado, en modo alguno definido por instancias previas, gloria o poder, cualquiera, toma un dado negro, un dado blanco, y los arroja simultáneamente con el fin —todavía incomprensible— de marcar una posición original. Mueve, siguiendo la suma de los dados, una ficha, la de color azul, por el eje vertical de una tableta, llamada la Tabla del Vacío. Desciende, si arrojó un ocho, hasta el casillero de <em>lo justo</em>. Lanza otra vez los dados y merece un siete: <em>lo múltiple</em>. Recibe de lo más alto de la misma columna este verbo conjugado: <em>discierne</em>. Cambia de tableta y reanuda la operación. Está en la Tabla del Deseo, por la que desliza una ficha roja. Con el siete desciende hasta <em>la energía</em> y avanza, con el doce, hasta <em>el entusiasmo</em>. Puede así formular un “mandato”: <em>Lo justo de lo múltiple discierne la energía del entusiasmo</em>. A lo que se agrega: <em>en doce versos</em>.<br /><br />Este “mandato” no significa en verdad nada. El jugador lo escucha sin traducirlo, sin querer comprenderlo. Trata de ajustarse a la pura conminación: trata de respetarla, ciñéndose a una exigencia duplicada: el aprendizaje de una carencia, por una parte, y el impulso de recubrirla o de colmarla, por la otra. Vuelve a tomar los dados. La inminencia del vacío, el apremio del deseo: ambos retos, ambos temores, ambas incitaciones lo llevan a requerir una memoria —explorando, con ello, un laberinto: explorándolo, estructurándolo y extraviándose, al recorrerlo, en él. Lo explora sabiendo que un mandato le ha sido impuesto, un mandato cuya satisfacción tendrá la forma de un poema en doce versos o “frecuencias rítmicas”. Se le presenta un Libro de la Memoria (el ya mencionado laberinto) y en él cuatro zonas o capítulos que irán abriéndose por voluntad manifiesta del jugador: Tiempo, Espacio, Persona y Experiencia. Le parece que un primer verso, no por <em>lo justo de lo múltiple</em> ni por <em>la energía del entusiasmo</em>, sino por el verbo <em>discernir</em>, conjugado en presente y en tercera persona del singular, debe salir del capítulo Persona y seguir el catorceno de sus veintiséis rumbos: “el + sustantivo”. Los dados le devuelven un dos, el blanco, y otro dos, el negro. Ese dos repetido es un verso del Libro de la Memoria: “el aliento desencadenado que ritma la tormenta”. La forma y el tono de la frase, y el imperativo del mandato, le hacen elegir de nuevo la Persona y seguir, en ese capítulo, el cuarto rumbo: masculino, singular, tercera persona. Lanza un cuatro y un uno: “su sombra, anticipándose a su paso, lo protege”. Lo que parecía destinado a ser el sujeto de la frase: “el aliento desencadenado...”, resulta su complemento. Invoca otros nombres, elige diferentes entradas, junta los doce versos, les da una puntuación y cumple, a su modo, al modo ajeno del azar y la congruencia objetiva, la congruencia de los instintos, con el mandato:<br /><br /><blockquote>El aliento desencadenado que ritma la tormenta:<br />su sombra, anticipándose a su paso, lo protege.<br />Hoy me palpo el mentón en retirada,<br />siento el redoble con que me convocan a tierra de nadie<br />y el poema asciende y cubre con sus dos alas el abrazo de la noche y el día.<br /><br />¿Quién sabe sentir lo que siente?<br />No hay que llorar: ¡silencio!<br />Al fondo del dominio personal<br />todos han intentado, encontrado, perdido.<br />Todos caen y caen y van perdiendo el bulto en la caída.<br /><br />Si vas despacio, el tiempo va detrás de ti, como un buey manso.<br />Lo mejor es un sueño, completamente borracho, sobre la arena.</blockquote><br /><br />Pierre Reverdy, en dos ocasiones; César Vallejo, Olga Orozco y Octavio Paz; Fernando Pessoa, Antonio Machado, Novalis, William Butler Yeats y Gonzalo Rojas; Juan Ramón Jiménez y Arthur Rimbaud. Con este <em>once</em>, audaz alineación que no por ser inusitada es menos lógica, el jugador confirma que la poesía y las máquinas —o, más precisamente, la operación mecánica y la operación poética— pueden, a veces, congeniar. Congeniaron ya, por supuesto, en la “máquina de trovar” o aristón poético de Jorge Meneses, personaje inventado por Juan de Mairena, personaje inventado por Antonio Machado. Congeniaron también, con diferente propósito, en el Anapoyetrón de Pierre Émile Aubanel, físico y lingüista imaginado por Salvador Elizondo. En palabras de Jorge Meneses, la máquina de trovar es una especie de instrumento de medición que “no registra en cifras, no traduce a lenguaje cuantitativo la lírica ambiente, sino que nos da su expresión objetiva, completamente desindividualizada, en un soneto, madrigal, jácara o letrilla que el aparato compone y recita con asombro y aplauso de la concurrencia”. La máquina de Aubanel, por el contrario, fue diseñada con el fin de “hacer reversible el proceso por el que la energía del poeta se concentra en el poema”. El aristón captura la energía o denominador común de un grupo de personas y compone, con ese impulso, un texto al gusto de todas ellas; el Anapoyetrón, por su parte, descompone los textos ya existentes para condensar la energía que fue necesaria para componerlos.<br /><br />En este sentido, <em>La máquina del instante de formulación poética</em>, esto es: el trabajo de “reconstrucción” que ha preparado Ricardo Castillo, la máquina propiamente dicha y los textos que la describen, funciona tanto por fisión, aislamiento y clasificación de ciertos componentes verbales —los versos de su Libro de la Memoria o banco central de unidades rítmicas, de frases— como por fusión y configuración de nuevos poemas. Hereda su optimismo constructor de la máquina de Meneses, que tiende a generar poemas, y resulta inimaginable sin la resignada trituración de la máquina de Aubanel, que tiende a restituirlos al vacío y a la nada. Como en estas notas, en el trabajo de Castillo (no es válido llamarlo apenas “libro” ni “juego”) el caos tiene un papel determinante. De ahí las dificultades que supone su presentación.<br /><br />En efecto, la presentación de <em>La máquina del instante de formulación poética</em> supone a la vez una dificultad material y otra que se diría de fondo, si bien la primera no se vuelve con ello superficial. Por una parte, la máquina existe como CD-ROM interactivo y como juego de mesa. Por la otra, es a la vez un artefacto lúdico y un dispositivo de reflexión estética muy profundo y brillante. No hay sino el gusto de cada quien para solventar la primera dificultad: yo he preferido el juego de mesa, con sus tabletas y sus dados concretos, corpóreos, “tridimensionales”. Otro es el dilema de fondo, que hace de la máquina un bello pasatiempo, un oráculo a veces perturbador y siempre generoso, un instrumento pedagógico (“Claro está que su valor, como el de otros inventos mecánicos, es más didáctico y pedagógico que estético”, decía ya Machado acerca de la máquina de trovar) y una “humilde mansión” cuyas recámaras, pasillos y escaleras corresponden a la ingeniería del “conocimiento poético”, a su alternancia de limitaciones formales y aperturas a lo ilimitado.<br /><br />Sugiere también Machado que su máquina de trovar, por más que opere siempre, sin excepción, de modo completamente impersonal, es en el fondo una máquina de sentir. No, desde luego, porque la máquina sienta nada; pero sí porque sus funciones posibilitan la expresión de afectos conocidos y la irrupción de afectos ya menos frecuentes, más complejos. La máquina, entonces, no es en todo analítica: es, en la constitución de los poemas que le dan coherencia y prestigio, sintética. Lo mismo puede afirmarse de la máquina de Castillo, que —según el propio “reconstructor”— es un tenue reflejo de otro aparato, esbozado por un tal Ximénez y anulado, por sí mismo extinguido en el apogeo de su funcionamiento. Así, la máquina de Ximénez, arquetipo de la máquina de Castillo, debe catalizar la “inexpresable nada” (Ungaretti) desapareciendo en ese vacío que precipita. Y es por ello, como la de Machado, una máquina de sentir: la experiencia viene a ocultar en ella el método que pudo suscitarla. El transcurrir, el discurrir y la sucesión desaparecen al provocar el instante.<br /><br /><em>La máquina del instante de formulación poética</em> se compone, pues, de un relato: <em>X</em>, un sustancioso glosario y un juego de mesa. El relato es, en importantes proporciones, fantástico: a medida que se acerca el final, su marcada vertiente de “sobrenaturaleza” toma el rumbo de un clímax que sólo puede ser el de la desaparición mágica del aparato. Tanto el glosario como el juego de mesa contribuyen a la doble composición —calculada e incalculable— del trabajo entendido como totalidad.<br /><br />Me gustaría subrayar, por último, la importancia de los mandatos en el funcionamiento de la máquina. En ellos, por disposición del azar, que incide sobre un par de cuadrantes nocionales muy próximos al Tarot: las antedichas Tablas del Vacío y del Deseo, quiere sustituirse o representarse la urgencia de la inspiración, ese apremio que algo ajeno al poeta lo mueve a conocer de pronto una forma peculiar de atención, una extraña receptividad que implica la disolución de la persona como entidad activa, dueña de su voluntad, capaz de proponer, emprender o comenzar algo. Sobra decir que tal disolución es la gran ausente, o cuando mucho el comparsa ilustre o convidado de piedra, callado y más o menos vergonzante, de un amplio sector de la investigación literaria contemporánea. El trabajo de Ricardo Castillo es, entre muchas otras cosas, una rehabilitación poderosa, imaginativa y sonriente de la inspiración como fenómeno estricta y específicamente —no, en cambio, exclusivamente— ligado a la creación verbal. En mi lectura, el mandato es aquí el nombre que recibe la conminación o mandamiento silencioso (l’injonction silencieuse) que para un poeta francés, Jacques Dupin, es condición, característica y naturaleza, en diferentes etapas, del trabajo poético. La inspiración está en el centro de la equis, en la inicial misteriosa de Ximénez, en el vacío propulsor de todo acontecimiento poético genuino.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcSQ6wDKLHLwRZUTtzywCMuh11tDl2Mg31Y71ZuHBONSzoDP-ln3ueCifR2w1pVnBBDnhX7nGU4yec9n8Usv1ZtmqI9Z8zBW0FhSlc3JM40g9lxQg9YakEdB2oyQrjITtfp9yc/s1600/Ricardo+Castillo,+%27La+m%C3%A1quina+del+instante+de+formulaci%C3%B3n+po%C3%A9tica%27.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 235px; height: 312px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcSQ6wDKLHLwRZUTtzywCMuh11tDl2Mg31Y71ZuHBONSzoDP-ln3ueCifR2w1pVnBBDnhX7nGU4yec9n8Usv1ZtmqI9Z8zBW0FhSlc3JM40g9lxQg9YakEdB2oyQrjITtfp9yc/s320/Ricardo+Castillo,+%27La+m%C3%A1quina+del+instante+de+formulaci%C3%B3n+po%C3%A9tica%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5483418344160550098" /></a><br />(Si calculo bien, hace ocho años leí estas notas en la presentación de <em>La máquina del instante de formulación poética</em>, de Ricardo Castillo. Después, en 2004, incluí el texto en mi libro <em>Lámpara de mano</em>. Ahora lo recobro porque de alguna forma viene a completar o enriquecer cosas dichas en la entrevista con Castillo que había publicado en este <em>blog</em> hace no muchos días.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-8301976481567054042010-05-27T10:50:00.004-05:002012-03-08T11:07:16.230-06:00Avanzar al sesgo<a href="http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=1324&Itemid=77">ENTREVISTA CON RICARDO CASTILLO</a><br /><br />Es común asociar el nombre de Ricardo Castillo (Guadalajara, 1954) con cierta especie de vandalismo literario no desprovisto de ingenuidad que sacudió los hábitos y jerarquías estéticas de una década, la de 1970, y los comienzos de la siguiente. Refiriéndose a determinado ambiente o microclima poético, Evodio Escalante ha declarado que “la publicación de <em>El pobrecito señor X</em> de Ricardo Castillo tuvo el efecto de una bomba en una tranquila reunión de comensales”. Dicho ambiente o plácida reunión, desde luego, es el mismo en el que Octavio Paz alcanzó una posición de predominio definitivo y en el que despuntaron, también definitivamente, algunas figuras del Medio Siglo mexicano (Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, Carlos Fuentes) y otras de la generación vinculada con la Casa del Lago (Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Juan García Ponce, Inés Arredondo, Jorge Ibargüengoitia, Fernando del Paso).<br /><br />En efecto, el <em>Señor X</em> de Castillo hizo las veces de abanderado —no siempre con el consentimiento de su autor— en muchas batallas de la contracultura nacional, curtida en la necesaria rememoración de Tlatelolco ’68 y el no menos importante apoyo a los numerosos movimientos que tomaron forma tras la matanza. La primera edición del poemario en 1976, así como su posterior y más conocida reedición junto con <em>La oruga</em> en 1980, conserva todavía un aura simbólica de agente provocador y artefacto peligroso en los textos y opiniones de críticos, profesores y aficionados en general a la poesía. Con todo, es un hecho que semejante reputación de <em>angry young man</em> o “niño malo” acabó empañando la correcta lectura de aquel volumen y de los que vinieron después, al grado que una de las mejores y más recientes publicaciones de Castillo (me refiero a <em>Borrar los nombres</em>, de 1993) ha sido muy escasamente leída entre los mismos críticos, profesores y aficionados.<br /><br />En la siguiente conversación, sostenida en diversos momentos de abril y mayo de 2004, en vísperas del quincuagésimo cumpleaños del poeta, son abordados en forma oblicua y sesgada los poemarios conocidos de Ricardo Castillo (los ya mencionados <em>Borrar los nombres</em>, <em>La oruga</em> y <em>El pobrecito señor X</em>, además de <em>Concierto en vivo</em>, de 1981, <em>Como agua al regresar</em>, de 1982, y <em>Cienpiés tan ciego</em> y <em>Nicolás el camaleón</em>, de 1989) y se hace mención directa del estupendo relato y juego de mesa titulado <em>La máquina del instante de formulación poética</em>, editado en 2001. No está de más advertir que <em>La máquina…</em> es un trabajo inteligente y sofisticado, amén de agradable y profundo, que plantea en la práctica muchas de las cuestiones tratadas a continuación (es decir, muchas de las cuestiones fundamentales de la expresión lírica moderna). Inteligencia, sofisticación, amenidad y profundidad que confirman algunas de las ideas que ya circulaban a propósito de Castillo al tiempo que rectifican y enderezan otras —la natural brutalidad, el presunto salvajismo del poeta— que ya no tiene caso defender ahora, por falsas e inoperantes.<br /><br /><em>Recuerdo haber leído hace algunos años una declaración tuya que me impresionó mucho. Decías entonces que tu primer libro,</em> El pobrecito señor X, <em>nació a partir de una idea concreta: la de componer una especie de cómic o historieta urbana en verso. Y que tus otros libros también respondían a esquemas narrativos más o menos identificables:</em> La oruga y <em>la ópera-rock (o, en su defecto, el disco conceptual de cuatro lados),</em> Concierto en vivo <em>y el espectáculo de rock en directo,</em> Como agua al regresar <em>y la novela,</em> Nicolás el camaleón <em>y el guión de cine... ¿Qué relación profunda percibes entre las formas típicas de la narración y tu propio trabajo lírico?</em><br /><br />En el caso del <em>Señor X</em>, como lo veo en este momento, no es que haya “nacido de la idea” de hacer el cómic, sino de haber encontrando en el tono de lo que iba escribiendo esa sugerencia de composición. Al margen del interés puramente rítmico y sonoro que, según yo, tira de más adentro en una situación creativa inicial, creo que desde un principio hay una intención narrativa que ciertamente abarca todos los poemarios que mencionaste, lo cual se debe —supongo— a que mi ingreso a las letras está determinado por el acento experimental. Un gusto generacional por hacer la critica del mundo y, en este caso, la crítica del Poema. Sin embargo, esa relación profunda entre la narración y el trabajo lírico me gustaría encontrarla (y si no encontrarla, sí al menos verla aludida) en la necesidad narrativa misma, no tanto porque brinde la posibilidad de contar un argumento sino por el problema (o acertijo) que plantea una historia cuando se trata de contarla poéticamente. Creo que en todos los poemarios antes mencionados hay una intención, sin duda no exenta de fallas, por homologar el canto y el cuento. Sin embargo creo que lo que verdaderamente pesó y determinó la escritura de tal o cual poemario (con tal o cual “modelo” narrativo) tuvo que ver, de entrada, más con el gusto por el verso y el poema que con cualquier voluntad anterior por estructurar una narrativa x. Del ritmo del verso, de su música, se deducía el resto. Creo que el poema y los poemarios se hacen a partir del verso, y sobre todo <em>desde</em> sus partículas. Antes que pretender cualquier narratividad, pretendía hacer primero un poemario que fuera una entidad rítmica y sonora. Al margen del diseño del verso en términos visuales, creo que siempre asocié —a la hora de escribir— el poema y la experiencia oral. Me parece que siempre he escrito versos prestando atención especial a lo que en ellos suena. “El verso lírico que nada cuenta y el cuento que nada canta podrían relativizar sus contenidos y complementarse”, me dije, tal vez ingenuamente.<br /><br /><em>Y ahora, casi treinta años después del</em> Señor X, <em>¿volverías a decirlo?</em><br /><br />De algún modo, al margen de cualquier diferendo (que los hay) entre éste y aquel sujeto de casi treinta años menos, sigo (¿o seguimos?) creyendo que la lírica puede ser narrativa, a condición de que la historia contada por ella sea de una consistencia particular, consistencia que tal vez entiendo ahora de manera diferente que hace veintitantos años, pero en la que sigue estando presente la exigencia narrativa encubierta, velada. No para desarrollar las certezas de un relato y hacerlas evidentes, sino para dotar de un mecanismo a un texto que se sostiene en una historia desaparecida. Hay en el instante lírico una historia presente a modo de vestigio, quiero decir: presente por las marcas de su ausencia. Hay una historia que no está, una historia que, además de estar ausente, se encuentra fugitiva. Como te decía, nunca quise contar una historia, sino narrar los contornos, los límites, de un hueco producido por ese relato que se nos escapa. La historia de un acento, de un latido, de una sílaba, eso que no podemos entender como relato pero que forma parte de un relato que no podemos conocer. Lo que no se puede narrar es el sentido de la poesía, digo ahora yo, tal vez ingenuamente otra vez. Creo que en poesía cualquier afirmación, por penetrante o maliciosa que sea, corre el riesgo de ser tan sólo una ingenuidad, si la contrastamos con el puro acontecimiento poético.<br /><br /><em>En este sentido, ¿te sigue pareciendo que canto y cuento son categorías afines y, por lo tanto, “fusionables” en una sola?</em><br /><br />Me parece que nada cuenta tanto como el verso lírico, pero su historia es de una exigencia narrativa propia de la poesía.<br /><br /><em>Si no recuerdo mal,</em> El pobrecito señor X <em>contiene treinta y dos poemas, es decir: uno por cada una de las páginas que solían tener las historietas, que se publicaban en cuadernillos de treinta y dos páginas. Esto significaría, desde mi punto de vista, que incluso la forma exterior del poemario en tanto esquema convencional sufrió, de tu parte, modificaciones o manipulaciones que lo hicieron aproximarse al otro esquema, el de la historieta. ¿Te parece que la tarea del poeta debe afectar incluso a la forma exterior de los libros, a su composición global, al orden y el número de sus textos?</em><br /><br />En realidad lo del número de páginas fue casual. Las modificaciones o manipulaciones que hubieran podido existir se dieron en realidad en la edición de la secuencia, en cuanto a idear un orden que de manera sugerida y sugerente permitiera (como mínimo, a mí) seguir adelante en la lectura, con cierta ligereza característica del cómic: estampas aisladas entre sí, pero vinculadas por una misma lente, por un mismo tipo de “dibujo”. Por lo que me preguntas acerca de si el poeta debe o no intervenir incluso hasta en la forma exterior de sus libros, creo que no tiene por qué ser forzosamente así; no, al menos, como si fuera un deber. Pero me parece legítimo considerarlo y aun empeñarse en conseguirlo. Y el poeta, por lo que toca a la forma interior del libro, no es que deba intervenir en ella o afectarla, sino que, en sentido estricto, no tiene otro remedio que afectarla: el poeta es lo que estorba en el poema, por más que, sin él, nadie nos recordaría la proximidad e inminencia de la poesía.<br /><br /><em>Al oírte hablar de tal o cual tipo de "dibujo", naturalmente, infiero que hablas de tal o cual estilo... Y la palabra</em> estilo <em>viene de las artes gráficas: el estilo es la punta o punzón de plata o acero que sirve para grabar láminas. En este sentido, me parece muy elocuente que hables en términos visuales o propios de las artes visuales y, en este caso, gráficas... ¿Te parece que uno de los rasgos característicos de tu generación sea precisamente la cercanía con las artes visuales populares, como la historieta o las portadas de los discos?</em><br /><br />El término <em>dibujo</em> me gusta porque, al igual que sucede con el <em>stylo</em>, lo que se nota en la inscripción sobre el papel es la mano, el pulso, una marca concreta, física, visible del sujeto. En sentido figurado es lo que debe ser el estilo o el dibujo, el efecto de una mano, un rasgo individual. El verso responde a la factura de una mano, no de una entidad poética abstracta y desvinculada del cuerpo.<br /><br /><em>Y, además, cada trazo es una hendidura: el poeta deja marcas que son vacíos, presencias que son huecos...</em><br /><br />Huecos que son señas de identidad.<br /><br /><em>Señas de identidad que, al menos en lo colectivo, tratándose de tu generación, deben remitirse a los referentes que tú manejas: la historieta, el cine, los discos... Quiero insistir en algo, y es que si bien los discos parecen referirse o consagrarse nada más al oído, en el trabajo artístico de las fundas, en las portadas y en la presentación material de las grabaciones como si fueran álbumes de imágenes, también las décadas de 1960 y 1970 hicieron grandes progresos con respecto a los años precedentes.</em><br /><br />Sí, lo que dices a propósito de los referentes de mi generación (en términos exclusivamente cronológicos) es cierto: durante los años 60 y 70 arrancó el ánimo de fusionar los géneros y éste era capitaneado en gran medida por la música. Los discos de aquellos días primitivos ya sugerían la existencia de muchos productos actuales cuya oferta pasa por lo visual, lo literario y lo musical. Creo que ese modelo, por otra parte, sigue vigente en la actualidad, sólo que más sofisticado y empobrecido acaso por la voracidad y canallez comercial. Por otra parte, para mi generación los cambios tecnológicos que hicieron esto posible sucedían todavía en un contexto de asombro y rechazo, Hoy, eso ya no sucede.<br /><br /><em>El disco, a partir de cierta época, se convirtió en un objeto</em> multimedia. <em>Tú grabaste un disco con Gerardo Enciso</em> (Es la calle, honda...) <em>y te has vinculado a lo largo de muchos años con proyectos de fusión literaria y musical inusitados en el contexto de la poesía mexicana...</em><br /><br />Sí, primero con Jaime López, allá por 1982 y 1983, nos presentábamos con un trabajo que se llamaba <em>Concierto en vivo</em>. Luego hice el disco con Gerardo y luego una experiencia escénica con él mismo, con <em>Borrados</em>. Tal vez desde <em>La oruga</em> y <em>Concierto en vivo</em> (cuyo subtítulo dice: “Más oído que leído”) me di cuenta que decir el poema significaba para mí una necesidad de expresión que el trabajo con los músicos me permitía satisfacer.<br /><br /><em>¿Pensabas, cuando escribiste</em> Borrar los nombres, <em>en su posible adaptación al escenario?</em><br /><br />No. <em>Borrar los nombres</em> nació en forma de colaboración para una revista a propósito de la Semana Santa cora. Más tarde vino la “trama escénica” con Gerardo. De hecho, no todo el poema de <em>Borrar los nombres</em> entra en el espectáculo con Enciso. Creo que otra vez nos enfrentamos a la exigencia de narrar el poema de manera fragmentada, de comer al paso, es decir: avanzando al sesgo... No sé por que este avance en diagonal lo interiorizo, sin más fundamento que mi subjetividad, como un movimiento que la poesía nos obliga a dar.<br /><br /><em>En este sentido, me gustaría volver aguas arriba en busca de un tema que dejamos a medio abordar... Es un hecho, como ya señalaste, que la poesía lírica —en tu caso, por lo menos— tiene sus propias exigencias narrativas. Pero también es un hecho que, sin libros como los tuyos, a la poesía mexicana de nuestra época le habría costado mucho más trabajo identificar esas exigencias y apropiárselas. Quiero decir que la narratividad, por mucho que parezca natural en cierta poesía contemporánea, no lo era tanto hace tres o cuatro décadas…</em><br /><br />En el caso del <em>Señor X</em>, la diferencia con esa tradición es de tono, el tono de una voz que estaba acorde con la edad (veinte años) y el momento formativo en el que me encontraba. Se trataba de hacer poemas en los que no fingiera tener 40 ó 50 años y una preparación que tampoco tenía. Cierto que no era fácil, sobre todo en Guadalajara, tener contacto con ese tipo de poesía, acaso más presente en cierta poesía sudamericana que en la tradición poética mexicana. Como es natural, yo inicialmente me relacioné con la poesía a través de la tradición mexicana: Tablada, López Velarde, Villaurrutia, Paz. Se decía que había que leer a Pound y a Eliot. En todos ellos creí encontrar la susodicha exigencia narrativa llevada a buen puerto. Quiero decir que todos cantan en el instante y le cantan al instante; pero también, de alguna manera, que todos hacen poemas que narran poéticamente una historia. El mismo Rimbaud, que aspiraba a no ritmar la acción y llegó ciertamente a abolirla, me sugería una especie de narratividad para un oído secreto. Por supuesto que en esto de la poesía narrativa, o de la narrativa poética, hay un trabajo que no es propiamente narrativo, sino exclusivamente poético: la paradoja de un fundamento que permanece oculto.<br /><br /><em>Todos ellos, también, son poetas eminentemente experimentales, en el mejor sentido de la palabra. Al comenzar esta conversación, tú me hablabas de cierto “acento experimental”. Tanto el “acento experimental” como ese “gusto generacional” al que haces referencia más arriba están vinculados a una misma experiencia, tal vez desconocida para los poetas que te precedieron. Me refiero a la experiencia de trabajar en talleres literarios. ¿Te parece que los talleres literarios, al menos al comenzar la década de 1970, supusieron una verdadera renovación de las maneras de concebir y escribir los textos literarios?</em><br /><br />En su momento, los talleres literarios representaron una posibilidad efectiva de divulgación de la poesía y de la literatura que no puede ser soslayada, si bien el mecanismo de todo taller literario gasta pronto su cuerda. Muchos pasamos por los talleres sólo para abandonarlos… No obstante, fueron importantes por las gentes y los libros que circulaban en aquellas etapas de iniciación; pero, llegado el momento, estaba claro que los poemas debían hacerse fuera del taller. Es decir, no escribir para el taller, que en general terminaba convertido en un previsible recetario colectivo. Los talleres fueron un gran estímulo para muchos de nosotros hasta cierto punto; pero mucho me temo que antes que propiciar una verdadera renovación de las maneras de concebir y escribir un texto, sirvieron a la larga para uniformar la escritura de los poemas. Cada taller, un uniforme. Creo que en un taller, más que la experimentación, termina predominando la imitación. Sin embargo, nadie puede restarles importancia como órganos de información y divulgación.<br /><br /><em>Para concluir, ¿qué implicaciones y qué significado crees que tenga</em> La máquina del instante de formulación poética, <em>tu más reciente trabajo, en este contexto de poesía experimental y experiencia de la poesía del que hemos estado hablando? De una u otra manera,</em> La máquina... <em>es una especie de taller poético multimedia.</em><br /><br />Confieso que, a la luz de la poesía experimental, las implicaciones y el significado de <em>La máquina…</em> me gustaría aventurarlos (no sin antes confesar mi alto grado de ignorancia en ambos campos) por la ruta del experimento como experiencia, más por el lado de la física, en la que algo se alcanza o se sabe por medio de la experiencia. Guardando bien las distancias con la ciencia, una suerte de conocimiento experimental y no tanto ya estético, lo cual implicaría más bien una búsqueda de innovación técnica. Me gustaría pensar que la máquina es capaz de operar, produciendo a cada nueva “intervención” del lector caminante, un nuevo experimento de una experiencia específica: el simulacro de la experiencia de la escritura de un poema. No un poema, ni el encomio de una “técnica” para hacer poemas; sí, además de una reflexión en torno a la poesía, una experiencia particular. <em>La máquina…</em> implicó la posibilidad de desplegar una poética de la experiencia, una poética en la que el ritmo y el sonido (es decir, la respiración, que ya líneas arriba antepuse a cualquier exigencia narrativa) son equivalentes de la inspiración o de una condición indispensable para quedar “colocado” o en posición de recibir la palabra poética. El verso es una figura rítmica que antes sólo fue frecuencia y ritmo. Tal vez, para mí, aludir al lapso y al trayecto de esa frecuencia hasta la figura reconocible de un verso, sea el significado de ese artefacto. Por otra parte, sabes que también implicó una narración y un concepto en el que un autor es siempre un cúmulo de autores y variantes de autores. A final de cuentas, creo que <em>La máquina…</em> sólo trata de jugar, en el sentido de hacer jugar y de poner algo en juego.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlPyhaMrTC4YhQvI57OmT-6V7vo9CAc8zovZ5b2WE23n6_3kvqRmegXjvxtnKz3uoW7o5j3sQh5n1GdQS_QPZVuE3hwZaCkrp6lugf_XCbRa9tAVQbtvSvePSFwLjwHsxq3uOW/s1600/Ricardo+Castillo.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlPyhaMrTC4YhQvI57OmT-6V7vo9CAc8zovZ5b2WE23n6_3kvqRmegXjvxtnKz3uoW7o5j3sQh5n1GdQS_QPZVuE3hwZaCkrp6lugf_XCbRa9tAVQbtvSvePSFwLjwHsxq3uOW/s320/Ricardo+Castillo.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5475990560910550402" /></a><br />(Esta conversación que tuve con Ricardo Castillo hace algunos años apareció este mes en el <a href="http://www.periodicodepoesia.unam.mx/"><em>Periódico de Poesía</em></a>. Yo, en lo particular, suelo tener dificultades para navegar por dicha publicación electrónica y tener acceso a muchos de sus contenidos, de modo que me parece lo mejor que la entrevista se publique también aquí.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-51493403386098615652010-05-11T19:50:00.003-05:002010-05-11T19:57:11.437-05:00La identidad silenciosa<blockquote>Rafael Cadenas, <em>Obra entera. Poesía y prosa (1958-1998)</em>, prólogos de Darío Jaramillo Agudelo y José Balza, México: Fondo de Cultura Económica, col. Poesía, 2ª ed., 2009, 733 pp.</blockquote><br /><br />Nacido el mismo año que Juan Gelman y Francisco Urondo, un año antes que Antonio Gamoneda y María Victoria Atencia y un año después que José Ángel Valente y Enrique Lihn, Rafael Cadenas (Venezuela, 1930) parece confirmar en cada una de las páginas que ha publicado aquello que Samuel Beckett insinuara en su ensayo sobre Marcel Proust, a saber: que no decir “yo”, al escribir, es imposible. Adversario, sin embargo, de la egolatría, Cadenas por lo general se plantea la escritura como la última intemperie genuina de la humanidad. “No quiero estilo, / sino honradez”, ha escrito en uno de sus poemas. También ha escrito, a contrapelo de casi todo lo que se haya opinado en el mundo acerca de la poesía, que “no hace falta música / para un dicho / real”.<br /><br />El <em>yo</em> de Cadenas, por lo tanto, se quiere silencioso y escueto. Como en los mejores libros de Valente y de Gamoneda, en los mejores de Cadenas ―pienso en <em>Memorial</em>, en <em>Amante</em>― aparece, al trasluz, el rostro de un hombre serio, de pocas palabras, firme a la hora de negar, parco a la hora de afirmar, incapaz de humoradas o desplantes. Como en los mejores libros de Gelman y de Lihn, en los de Cadenas el discurso no se confirma en su fluir sino en su interrumpirse. Propenso al aforismo, a la sentencia, Cadenas evita proferir, con todo, verdades enormes o regañinas generalizadoras, limitándose (lo digo con perfecta conciencia: <em>limitándose</em>) a verificar la existencia del mundo en sus manifestaciones más humildes, a la manera del que acepta que un modesto rayo de sol a través de la persiana basta para confirmar el vigor de todas las estrellas.<br /><br />Dispuesto, así, a tomar el pulso de unos pocos objetos y personas, Cadenas apoya su pensamiento en la incertidumbre y su palabra en la cortedad, infundiendo en su lector ―ha sido mi caso, por lo menos― un sentimiento de insatisfacción que, tras algunos esfuerzos y tanteos, lo compromete finalmente a trabajar en el cumplimiento del poema. Y no es que haya que descifrar ni aclarar nada en la poesía de Cadenas, que no se atarea con referencias ocultas ni consiente misterios artificiales. Más bien ocurre que las nociones mismas de <em>construcción</em> y de <em>composición</em> parecen impacientar a Cadenas al punto de hacerlo concebir la poesía como una renuncia, incluso como un abandono. Su energía, su entusiasmo ―un entusiasmo ceremonial, afín a ciertas formas de atención o concentración en lo sagrado―, son asimilables, por todo ello, a la felicidad paradójica de los que asisten a su propio vaciamiento y a su propia desintegración, habiéndolos propiciado casi siempre por vía religiosa:<br /><br /><blockquote>Si callas<br />todavía te oyes tú,<br />el muy lleno,<br />que nada vales<br />(o sólo vales en tu errancia).</blockquote><br /><br />Ésta, la segunda edición de la <em>Obra entera</em> de Cadenas, básicamente se distingue de la primera en la incorporación de una docena de poemas que, titulados <em>Desde Boston</em>, acaso datan de la estancia del poeta en dicha ciudad a fines del siglo pasado. También añade al prólogo de José Balza otro de Darío Jaramillo Agudelo. Complementarios, ambos prólogos constituyen sendos recorridos lineales por la vida y la obra de Cadenas (más por la obra, el de Jaramillo Agudelo; más por la biografía, el de Balza) y, cada uno en su estilo, invitan a leer esta <em>Obra entera</em> de principio a fin. Lo cual es factible, pero no indispensable: la coherencia de los poemas, notas, aforismos y ensayos de Cadenas radica no tanto en la eventual concatenación de sus libros como en la reiteración y desarrollo de una misma convicción, de una misma fe que, de tan milimétrica y frágil, apenas logra manifestarse de manera explícita en versos esporádicos o en poemas brevísimos como éste, de <em>Memorial</em>:<br /><br /><blockquote>Un momento separado de todos los momentos<br />tiene años esperándote fuera de los años.</blockquote><br /><br />El <em>tú</em> al que se dirigen las palabras que acabo de citar, así como el <em>tú</em> invocado en el poema que reproduje más arriba, es desde luego uno mismo con el <em>yo</em> que dice no querer “estilo”, sino “honradez”. Esta penetrante y sencilla herramienta expresiva ―presentar el <em>yo</em> como un <em>tú</em>― es tal vez la única que Cadenas emplea sin desconfianza. Cualquier otro asomo de retórica le parece una veleidad, cuando no una imposición inadmisible. Los dos volúmenes de aforismos (<em>Anotaciones</em> y <em>Dichos</em>) y los dos ensayos de aproximación al hecho literario (<em>Realidad y literatura</em> y <em>En torno al lenguaje</em>) que Cadenas ha escrito, así como sus profundos <em>Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística</em>, en última instancia pueden leerse como lanzas rotas en pro de la sencillez y la desnudez de la palabra.<br /><br />Cadenas habita sus poemas en la medida que los entiende como espacios abiertos, potencialmente acogedores. Obsérvese de qué manera se refiere a la palabra: “palabra, / casa sin atavíos”. Obsérvese, luego, cómo habla del cuerpo (del suyo propio y de todo cuerpo humano): “Lugar de la presencia, / lugar del vacío”. Cobra sentido, así, que para Cadenas el poema sea el punto donde logran juntarse palabra y cuerpo, donde la más estricta realidad exterior se hace interior, y donde, por lo mismo, la identidad personal responde a la enorme sencillez del universo.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLuu3ikfbFkR4d9TBMfg9gbTPxgbA5qebDUCr6CJN9tP4mLvdvEl5vbOEZDDGNDLvmXp8DqPJINOnAFnv88edkEwJMX59MADUHbtxnVUdK3TW8eCfT2Wg261pJf91wY6xUDnrz/s1600/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+137.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 197px; height: 259px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLuu3ikfbFkR4d9TBMfg9gbTPxgbA5qebDUCr6CJN9tP4mLvdvEl5vbOEZDDGNDLvmXp8DqPJINOnAFnv88edkEwJMX59MADUHbtxnVUdK3TW8eCfT2Wg261pJf91wY6xUDnrz/s320/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+137.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5470181088898942770" /></a><br />(Este artículo acaba de aparecer en el número 137 de la revista <em>Crítica</em>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-81913761289506083482010-04-15T14:26:00.010-05:002010-04-16T10:06:42.828-05:00Migraciones del arte a la realidad<em>por</em> TERESA GONZÁLEZ ARCE <em>y</em> LUIS VICENTE DE AGUINAGA<br /><br />Hace no mucho tiempo, en el Primer Congreso Nacional sobre Literatura Española Contemporánea, uno de nosotros presentó una ponencia en torno a las traducciones de poesía elaboradas por el escritor español José Ángel Valente a lo largo de su vida. Concluía dicha ponencia, que luego apareció en la revista <em>Luvina</em> y en dos libros colectivos de investigación, con la cita de un poema del italiano Eugenio Montale (traducido por Valente, se comprende) y su obligada comparación con cierto recuerdo personal de Valente, según éste lo relatara en entrevista con Danubio Torres Fierro. “Es el de Montale”, decíamos entonces, “un poema con personajes, una estampa de rememoración autobiográfica en la que un religioso barnabita es objeto de una cesación o suspensión <em>a divinis</em> que inspira en la voz enunciadora, trasunto de una voz infantil, [algunas] dudas o preguntas de orden teológico”. La ingenuidad pueril ―importa subrayarlo― garantizaría, en principio, que los titubeos propios del poema fueran leídos no como un simple juego entre la <em>suspensión</em> institucional del clérigo y la eventual <em>suspensión</em> de su cuerpo en el vacío, sino como la búsqueda urgente de un mínimo equilibrio, de cierta orientación entre lo inmediato y lo imaginario, entre lo llano y lo figurado:<br /><br /><blockquote>Que desprendiera un tufo de herejía<br />parecía ignorarlo la familia. Muerto<br />y ya olvidada la persona, supe<br />que estaba suspendido a divinis y quedé boquiabierto.<br />¿Suspendido de qué? ¿De qué cosa y por qué?<br />¿A medio aire, en fin, sujeto con un hilo?<br />¿Sería lo divino un gancho o colgadero?<br />¿Entra por el olfato como cualquier olor?</blockquote><br /><br />Agregábamos en seguida que Valente, conversando en 1993 con el escritor uruguayo Danubio Torres Fierro, aseguró que su familia, durante los años de la Guerra Civil española y los inmediatamente posteriores,<br /><br /><blockquote>guardó los libros [...] de un sacerdote gallego llamado Basilio Álvarez, que tuvo su importancia porque fue uno de los fundadores del movimiento galleguista y llegó por ello a ser suspendido <em>a divinis</em> —lo que a mí, al escucharlo, me dejaba muy impresionado porque pensaba que él estaba suspendido de alguna cosa en el aire.</blockquote><br /><br />Así las cosas, resultaría muy fácil confundir a Valente con Montale y atribuir al gallego una experiencia del genovés, o viceversa, dada la semejanza entre los episodios que ambos refieren. Lo cierto, a primera vista, es que aquél tradujo al español un poema que bien hubiera podido escribir él mismo directamente. Cabría suponer que, al conocer el poema de Montale, Valente decidió traducirlo para volverlo suyo, apropiándoselo como sólo determinados traductores pueden apropiarse de aquellos textos que traducen. Pero también puede conjeturarse otra cosa: que Valente no verbalizó de niño aquellas dudas a propósito de la suspensión <em>a divinis</em> de Basilio Álvarez, el sacerdote galleguista, sino que las proyectó sobre la memoria de su niñez tras conocer el poema de Montale y traducirlo, ya en la edad adulta. Ello supondría que Valente, sin darse cuenta, habría incorporado entre sus recuerdos un recuerdo ajeno, incluso falso, por así decirlo, pero en última instancia tan verdadero y personal como cualquier otro recuerdo. Si así fue, lo cual es indemostrable, nos hallaríamos ante un bello ejemplo de influencia de la poesía sobre la memoria, cuando no de franca mudanza del arte a los terrenos de la realidad.<br /><br />Por lo regular se admite que la realidad actúa sobre las artes ―y no a la inversa― con la intermediación de la conciencia individual. Cabe preguntarse, con todo, hasta qué punto se trata de una verdad empírica y no de una mera creencia, como suele ocurrir con los datos que informan el llamado sentido común. Curiosamente, la cultura y el imaginario de Galicia nos reportan otro caso (análogo al de Valente y Montale) digno de consideración. En el reportaje de Luis Gómez titulado “Queridas vacas”, publicado en <em>El País Semanal</em> el 22 de abril de 2001, el periodista dialoga con un tal Pepe, campesino gallego:<br /><br /><blockquote>De la mili le viene [a Pepe] su mejor anécdota, la de un capitán que, a la vista de que su mejor caballo estaba enfermo, amenazó a la tropa: “Quien me diga que está muerto, lo mando arrestar”.<br /><br />Un buen día, el caballo murió, y nadie parecía atreverse a darle la mala noticia, salvo un soldado.<br /><br />―Mi capitán, el caballo no está bien, las moscas entran por la boca y salen por el rabo.<br /><br />―¡Entonces, está muerto!<br /><br />―Lo ha dicho usted, mi capitán.</blockquote><br /><br />Ahora bien, es preciso apuntar que la “mejor anécdota” de Pepe no sólo es de Pepe, a juzgar por la existencia previa del mismo relato en boca de otros narradores. Compárese lo narrado por el campesino gallego con el cuento que, titulado “El gallego y el caballo del rey”, recoge José María Guelbenzu en sus <em>Cuentos populares españoles</em> (1996), por citar un ejemplo. Y no quiere decir que Pepe y demás relatores, dueños o protagonistas del episodio estén mintiendo, sino que han llegado a percibir una leyenda o conseja intemporal que, al no tener propietario, es de quien llegue cabalmente a interiorizarla y absorberla. He aquí el texto compendiado por Guelbenzu:<br /><br />Una vez le sucedió un caso curioso a un gallego que servía al rey. El rey tenía un caballo blanco magnífico, de pura raza, y lo estimaba más que a todas sus posesiones. Lo estimaba tanto que advirtió que ahorcaría a aquel que tuviera que llevarle la noticia de que su caballo había muerto.<br /><br /><blockquote>Un día que estaba cuidando al caballo un soldado andaluz, el caballo dio un traspié con tan mala fortuna que se rompió una pata y hubo que sacrificarlo allí mismo. Claro, al soldado no le llegaba la camisa al cuerpo pensando en que tenía que llevar la noticia al rey, por miedo a que se cumpliese su amenaza y le mandara ahorcar. Entonces se le acercó el gallego y le dijo:<br /><br />―No te apures, hombre, que de este trance he de sacarte yo. Tú espera aquí, que yo me encargo de darle la noticia al rey.<br /><br />El andaluz vio el cielo abierto y, de muy buena gana, dejó que el gallego fuera a entenderse con el rey. Conque llegó el gallego a donde estaba el rey y le dijo:<br /><br />―Sepa su real majestad que el caballo blanco está echado en el prado. Y le entran moscas por la boca y le salen por el rabo.<br /><br />Y le dijo el rey:<br /><br />―¡Hombre, eso es que está muerto!<br /><br />Y le contestó el gallego:<br /><br />―Ah, eso yo no lo sé, mi señor, que yo no soy veterinario.<br /><br />Y como no fue él sino el rey quien dijo que el caballo estaba muerto, libró al andaluz de morir ahorcado.</blockquote><br /><br />Es fácil conjeturar que la narración escogida por Guelbenzu, de autor anónimo, ya circulaba por Galicia (y, sin duda, por muchas otras partes) en los años de infancia y adolescencia de Pepe, quien posteriormente comenzó a relatarla como propia. Pero es inútil especificar siglos, décadas o fechas concretas en materia de artes y tradiciones populares, dado que toda práctica sociocultural tiene al cabo un antecedente, y éste otro y otro más. En cambio, es interesante confrontar la supuesta <em>ficción</em> de géneros narrativos como el cuento breve con la <em>verdad</em> imputable a documentos como el reportaje que da cuenta de la “mejor anécdota” de Pepe. ¿Se debe considerar “verdadero” el relato del pastor gallego por figurar en un artículo periodístico de <em>non fiction</em>, para decirlo al modo anglosajón? ¿Se debe juzgar “falso” el cuento del campesino y el caballo del rey por constituir la materia de una fabulación a todas luces ejemplar, menos testimonial que imaginaria? En todo caso, es por lo visto el cuento impersonal el que ha influido sobre la memoria personal de Pepe, con lo cual puede asentarse que, al menos en este caso, el arte ha tenido un profundo impacto sobre la realidad, y no al contrario.<br /><br />Recientemente ha ocupado las páginas culturales de muchos diarios el caso del escritor italiano Roberto Saviano, autor de <em>Gomorra</em>, libro que sus editores presentan como un “viaje al imperio económico y al sueño de dominio de la Camorra”. Joven reportero de largo aliento, Saviano ―cuentan los periódicos― ha rastreado con verdadera minucia el entramado inconfesable de los negocios de la Mafia napolitana y, en particular, de uno de sus clanes más poderosos, el de los Casalesi. Para gloria y desgracia de Saviano, <em>Gomorra</em> se ha convertido en un gran éxito de ventas en Italia, respaldado por su adaptación al teatro, el estreno inminente de la versión cinematográfica y numerosísimos debates de prensa, radio, televisión e internet. Como era de preverse, las familias del crimen organizado italiano, lastimadas por las revelaciones del escritor, han planeado asesinarlo con lujo de crudeza y explosiones, y así lo han comunicado algunos testigos protegidos y agentes policiales infiltrados.<br /><br />Con respecto a <em>Gomorra</em>, el punto que nos importa resaltar es el siguiente. Ante la esperada proyección de <em>Gomorra</em> en cines de toda Europa, el crítico español Carlos Boyero ha comentado el reportaje original (dotado, según leemos, de “una escritura torrencial y admirable”) subrayando que uno de sus capítulos, el titulado “Hollywood”, es “de los pocos momentos en los que <em>Gomorra</em> ofrece una tregua al horror”, puesto que Saviano describe con desenvoltura y comicidad en esas páginas “cómo los capos de la Camorra se mimetizan ante el cine de gánsteres, cómo tratan de imitar los comportamientos, la gestualidad, el vestuario, la forma de hablar y de moverse, las mansiones, los tics, el argot, el estilo de vida de lo que les ha fascinado en la pantalla”. Saviano, en la sección cultural del mismo diario en que leemos a Boyero ―quien escribe, a su vez, en el suplemento literario―, va más allá y precisa que no es Vito Corleone, protagonista de las primeras dos entregas de la película de Francis Ford Coppola, <em>El padrino</em> (1972 y 1974), sino Tony Montana, héroe de la película de Brian de Palma, <em>Cara cortada</em> (1983), quien sirve de “modelo” para “las organizaciones criminales mafiosas”. Tal vez no sean entonces Marlon Brando y Robert de Niro quienes representen el ideal de los mafiosos auténticos del sur de Italia, pero sí Al Pacino y el irónico empeño de su personaje: hacerse “a sí mismo”.<br /><br />Vale la pena recordar, llegados a este punto, las audaces consideraciones estéticas de Oscar Wilde expresadas en “La decadencia de la mentira”, ese diálogo de atractivo platonismo. Para el escritor irlandés, aunque los artistas obtengan de la realidad las materias primas de su trabajo, en última instancia es la realidad (o la Vida, concepto no menos ideal y abstracto) la que imita el orden, la disposición armónica, el repertorio emocional y los <em>tipos</em> del arte (también escrito por Wilde con mayúscula inicial). Su proposición es inequívoca: “la Vida imita al Arte mucho más que el Arte imita a la Vida”; como “el don consciente de la Vida es hallar su expresión, […] el Arte le ofrece ciertas formas de belleza para la realización de esa energía”. Todo “gran artista”, en palabras de Wilde, “inventa un tipo que la Vida intenta copiar y reproducir bajo una forma popular”, y esa “forma” es impersonal e intemporal:<br /><br /><blockquote>Los griegos, con su vivo instinto artístico, lo habían comprendido; colocaban en la estancia de la esposa la estatua de Hermes o la de Apolo para que los hijos de aquella fuesen tan bellos como las obras de arte que contemplaba, feliz o afligida. Sabían que la Vida, gracias al Arte, adquiere no tan sólo la espiritualidad, hondura de pensamiento y de sentimiento, la turbación o la paz del alma, sino que puede adaptarse a las líneas y a los colores del Arte y reproducir la majestad de Fidias lo mismo que la gracia de Praxiteles. De aquí su aversión por el realismo”.</blockquote><br /><br />Algo semejante ocurre, si bien con otro tipo de implicaciones, con la celebérrima fotografía de Alberto Korda titulada <em>Guerrillero heroico</em>,<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjM2nMkROGWvpVkbv5HDdCCAV2sm0jYi16psXvVHTajLy2XAlKRw304f0FUOCOvjRe4JeZgzqyFrVAENvVmCixXoCnKWR2tuhdBPFknPncvHGXUnbvMxy0airTbsi9dgel64Pfg/s1600/Alberto+Korda,+%27Guerrillero+heroico%27.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 295px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjM2nMkROGWvpVkbv5HDdCCAV2sm0jYi16psXvVHTajLy2XAlKRw304f0FUOCOvjRe4JeZgzqyFrVAENvVmCixXoCnKWR2tuhdBPFknPncvHGXUnbvMxy0airTbsi9dgel64Pfg/s320/Alberto+Korda,+%27Guerrillero+heroico%27.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460463823640593474" /></a><br /><br />esto es: el mundialmente conocido, reproducido y utilizado retrato del <em>Che</em> Guevara. La foto fue tomada el 5 de marzo de 1960 y, si bien ilustró el anuncio de una conferencia de Guevara en abril de 1961, no fue objeto de verdadera difusión internacional masiva sino hasta 1967, poco antes de la captura y ejecución de su modelo en Bolivia. La foto de Korda y sus prácticamente infinitas variaciones protagonizaron la exposición <em>Che Guevara, Revolutionary & Icon</em>, que miles de visitantes recorrieron del 7 de junio al 28 de agosto de 2006 en el Victoria & Albert Museum de Londres. La curadora de la exposición, Trisha Ziff, es también directora ―junto con Luis López― del documental <em>Chevolución</em>, presentado en abril de 2008 en el festival neoyorquino de Tribeca.<br /><br />Ziff, en su texto de introducción para la muestra londinense, afirma que <em>Guerrillero heroico</em> es una suerte de “abstracción ideal transformada en símbolo (<em>an ideal abstraction transformed into a symbol</em>) que lo mismo resiste una interpretación sutil que se comporta con infinita maleabilidad”. La muestra, como ya se ha dicho, recoge y sistematiza el inmenso cúmulo de reproducciones y parodias que ha sufrido la fotografía de Korda. Sin embargo, ni el ensayo de Trisha Ziff ni otro muy útil e interesante artículo suyo (el que se titula “<em>Guerrillero heroico</em>: a brief history”) ni aparentemente ninguno de los muchísimos libros y documentales a propósito de Guevara establecen relación alguna de la famosa fotografía con el retrato de César Borgia pintado en torno a 1513 por Altobello Melone<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNEoL9y42GEF7uRx7r4MK-0BaP4uSo0Xyi-_hwBUbJyE-AyLIXihmA10uVpKSoNc5BnsC4z-v6P2G7yasxdTnnGdS3CSGiX29dVsqrOlL6Zwc94x3D7EkzYR495Iwsf_yBoBKb/s1600/Altobello+Melone+(ca.+1490-ca.+1547),+%27Retrato+de+C%C3%A9sar+Borgia%27.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 246px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNEoL9y42GEF7uRx7r4MK-0BaP4uSo0Xyi-_hwBUbJyE-AyLIXihmA10uVpKSoNc5BnsC4z-v6P2G7yasxdTnnGdS3CSGiX29dVsqrOlL6Zwc94x3D7EkzYR495Iwsf_yBoBKb/s320/Altobello+Melone+(ca.+1490-ca.+1547),+%27Retrato+de+C%C3%A9sar+Borgia%27.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460464746329730546" /></a><br /><br />y conservado en Bérgamo, en la galería de Carrara. Para nosotros el parecido es ineludible desde un punto de vista iconográfico: casi la misma boina, la misma inclinación del rostro, el mismo desaliño del cabello, el bigote y la barba, casi los mismos ojos taciturnos y melancólicos, pero sobre todo el mismo resplandor, un aura modesta pero bien reconocible por detrás de la nuca, hermanan la fotografía de Korda con su no tan distante referencia renacentista.<br /><br />Es útil recordar que, para los artistas del Renacimiento, “el pintor, en el retrato, debe hacer resaltar siempre la dignidad y grandeza de la persona y reprimir la imperfección de la naturaleza”, como asentara Giovanni Paolo Lomazzo a fines del siglo XVI en su tratado sobre la pintura. Korda, en este sentido, habría compuesto su retrato de Guevara obedeciendo ―imposible determinar si consciente o inconscientemente― a patrones estéticos de la Europa humanista. En este sentido, la educación visual del fotógrafo cubano, que puede presumirse clásica, lo habría guiado en pos del establecimiento definitivo de su fotografía, tal vez la más ampliamente divulgada de toda la historia. Por lo demás, es un hecho que algunos biógrafos de Guevara, por no decir hagiógrafos, han vinculado la iconografía de la muerte del <em>Che</em> (ya que no el <em>Guerrillero heroico</em>) con el <em>Cristo muerto</em> (h. 1490-1500) de Mantegna, con el <em>Cristo muerto</em> (1521-1522) de Holbein y con la <em>Lección de anatomía</em> (1632) de Rembrandt.<br /><br />Como el escritor uruguayo Danubio Torres Fierro en su entrevista con José Ángel Valente; como el reportero español que charla con Pepe, aquel campesino gallego; como Roberto Saviano, autor de <em>Gomorra</em>, de la misma forma Korda cultivó un género artístico ―en su caso, el reportaje fotográfico― supuestamente asociado con la realidad <em>telle qu’elle est</em>, con la realidad como tal, sin maquillaje ni retoques. Basta revisar otras fotos del artista cubano, sin embargo, para distinguir su afición por ciertos resplandores luminosos en torno al rostro del modelo, tan bellos como artificiosos, como en su <em>Julia en bicicleta</em><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSfpiHFRr3GCuvTvIiTc1ZG_5QIk5RG4p7yJTrLebK6S8VJ5JxASpjCKPT9sLEqNeafHYFm-41Pv_n5fr0tfvimFVOaPDCw8hO_rLU27fEazVF-bRkGbu89uG9IpgaDCpd8HVd/s1600/Alberto+Korda,+%27Julia+en+bicicleta%27.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 235px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSfpiHFRr3GCuvTvIiTc1ZG_5QIk5RG4p7yJTrLebK6S8VJ5JxASpjCKPT9sLEqNeafHYFm-41Pv_n5fr0tfvimFVOaPDCw8hO_rLU27fEazVF-bRkGbu89uG9IpgaDCpd8HVd/s320/Alberto+Korda,+%27Julia+en+bicicleta%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460465369307808818" /></a><br /><br />y su <em>Miliciana con anillo</em>.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHjuOwzK0vBAmgfJ9D39cA8H0Rm5Q1YDS85c3k9ebPRkRXhymALseZWekc5YfQ6OWA2Xqm28RmGHOKDVR6htAdBANy__FpmSEZ0MA14YKmhJeH_AzYWi0UomkNeOD22cKe_JH_/s1600/Alberto+Korda,+%27Miliciana+con+anillo%27.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 235px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHjuOwzK0vBAmgfJ9D39cA8H0Rm5Q1YDS85c3k9ebPRkRXhymALseZWekc5YfQ6OWA2Xqm28RmGHOKDVR6htAdBANy__FpmSEZ0MA14YKmhJeH_AzYWi0UomkNeOD22cKe_JH_/s320/Alberto+Korda,+%27Miliciana+con+anillo%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460465594688544098" /></a><br /><br />También se conocen impresiones de los negativos que dieron lugar al <em>Guerrillero heroico</em>,<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyzyaxy9ODtdk2m764DQU4SIgjaDG5vueZgZ_a6nJSB4q_cfICLNtQviTSenQ7EQVZ5hVv3VDe34udrRYvoJLGmpvQ1zwtbiDDIiDOxm4LMMyDFJ6_95m-nC8iCzfqOpWtirwA/s1600/Alberto+Korda,+%27Guerrillero+heroico%27+(sin+recortar).jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 263px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyzyaxy9ODtdk2m764DQU4SIgjaDG5vueZgZ_a6nJSB4q_cfICLNtQviTSenQ7EQVZ5hVv3VDe34udrRYvoJLGmpvQ1zwtbiDDIiDOxm4LMMyDFJ6_95m-nC8iCzfqOpWtirwA/s320/Alberto+Korda,+%27Guerrillero+heroico%27+(sin+recortar).jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460465785195514274" /></a><br /><br />de modo que resulta sencillo describir no sólo aquello que aparece dentro de la obra sino también aquello que, habiendo existido en el negativo, fue suprimido al ampliar e imprimir la fotografía definitiva: las ramas de una palmera, el perfil de un desconocido. “La realidad es más real en blanco y negro”, según escribiera Octavio Paz en un poema dedicado a Manuel Álvarez Bravo: el fotógrafo le da realce a lo real imponiéndole un poco más o un poco menos de luz y algunos límites razonables.<br /><br />Susan Sontag, en el primer capítulo de su libro <em>Sobre la fotografía</em>, dejó escrito que,<br /><br /><blockquote>[…] a pesar de la supuesta veracidad que confiere autoridad, interés, fascinación a todas las fotografías, la labor de los fotógrafos no es una excepción genérica a las relaciones a menudo sospechosas entre el arte y la verdad. Aun cuando a los fotógrafos les interese sobre todo reflejar la realidad, siguen acechados por los tácitos imperativos del gusto y la conciencia. […] Cuando deciden la apariencia de una imagen, cuando prefieren una exposición a otra, los fotógrafos siempre imponen pautas a sus modelos. Aunque en un sentido la cámara en efecto captura la realidad, y no sólo la interpreta, las fotografías son una interpretación del mundo tanto como las pinturas y los dibujos”.</blockquote><br /><br />Las ideas estéticas de Oscar Wilde, insistimos, pueden sonar descabelladas en un principio. Pero es un hecho que los ejemplos aquí presentados, literarios o plásticos, ponen de manifiesto un fenómeno que atañe a la conformación de las conciencias artísticas a lo largo de la historia y en diferentes ámbitos de la sociedad. Ese fenómeno, que acaso valga definir como de migración estética ―pero de una clase particular de migración: la que lleva del arte a la realidad y no en sentido inverso―, es comparable al que Borges presenta en uno de sus cuentos más bellos y estimulantes: “Tema del traidor y del héroe” (recogido en <em>Ficciones</em>, de 1944). Los conspiradores de aquella narración, tras intervenir en la realidad para literalmente producir un acontecimiento histórico, fueron sembrando suficientes huellas de su falsificación para que un historiador, más de cien años después, pudiera reconocerla y comprenderla, no sin antes provocar en él un asombro que consta en esta frase: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAPnp2W2A4T_hwPTZ_OkKEiCtlrtWumGQn1pUPGPnVmFnpHpUt1sEXRTxR581dBDKuq2ohdXnAjPvoEq-d5YzazMvZHyvJYZl4Z0KImKlKKZUi7jMPjvqnrOrDnTaySXjNSga6/s1600/Exilio,+migraci%C3%B3n+y+transtierro.JPG"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 226px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAPnp2W2A4T_hwPTZ_OkKEiCtlrtWumGQn1pUPGPnVmFnpHpUt1sEXRTxR581dBDKuq2ohdXnAjPvoEq-d5YzazMvZHyvJYZl4Z0KImKlKKZUi7jMPjvqnrOrDnTaySXjNSga6/s320/Exilio,+migraci%C3%B3n+y+transtierro.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460751826409620354" /></a><br />(Este artículo, escrito en colaboración con Teresa González Arce, acaba de aparecer en el volumen titulado <em>Exilio, migración y transtierro</em>, coordinado por Sofía Anaya Wittman y Vicente Pérez Carabias y publicado por la Universidad de Guadalajara.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-81604211812885692202010-04-08T10:32:00.008-05:002010-04-08T11:33:29.475-05:00Elogio de la obstinaciónPOESÍA Y CRÍTICA<br /><br />Desde hace varios años juego con el propósito de comparar por escrito dos poemas con semejanzas evidentes, o incluso más que sólo evidentes, pero apenas ahora me parece haber escuchado las resonancias más profundas que justificarían esa comparación. Me refiero a un <em>haikai</em> de José Juan Tablada recogido en <em>Un día…</em>, su libro de 1919, y otro muy posterior, escrito por Elías Nandino y publicado en <em>Banquete íntimo</em>, libro que apareció en 1993, año de su muerte. ¿Debo aclarar que no soy comparatista ni aspiro a defender el modelo interpretativo de la literatura comparada, cuyas limitaciones me parecen tan obvias como las de cualquier otro esquema prefabricado de análisis literario? En casos como el que voy a describir, por lo demás, todo lector de poesía recurre natural y conscientemente a la comparación sin que haga falta jalar de los cabellos a nadie.<br /><br />El poema de Tablada se llama “La luna”. Queda tan clara su vocación oriental de miniatura naturalista que luego es difícil percibir cuánto hay en él de vieja musicalidad castellana:<br /><br /><blockquote>Es mar la noche negra;<br />la nube es una concha;<br />la luna es una perla...</blockquote><br /><br />El de Nandino, por su parte, se titula “Estuche”. Citarlo como una recreación del <em>haikai</em> de Tablada es prácticamente una ingenuidad:<br /><br /><blockquote>Es una perla<br />en su concha celeste<br />la luna llena.</blockquote><br /><br />La concha, la perla, la luna… Conozco por lo menos a un crítico (por llamarle de alguna forma) que a estas alturas ya estaría clamando al cielo en valiente defensa de Tablada y, con él, de todos los poetas expoliados del mundo. Pero es difícil imaginarse a Nandino acabando este poema, publicándolo en un libro formado en su totalidad por <em>haikus</em> y, sobre todo, firmándolo como suyo sin tener en cuenta el notorio precedente de <em>Un día…</em> y <em>El jarro de flores</em>, cuyo autor es el mejor de nuestros “japoneses”. Más razonable ―y, de paso, también más entrañable― sería pensar en Elías Nandino a sus noventa y pocos años, dotado no sólo de juventud espiritual, sino de talento y pericia, emprendiendo la conmovedora tarea de releer a Tablada evaluando al mismo tiempo la pertinencia de atraer al castellano la tradición de las diecisiete sílabas niponas.<br /><br />A primera vista, en efecto, Nandino parece haberse <em>apropiado</em> de un texto ajeno sin observar el menor decoro. Si a esto se le añade que muchos lectores tienden a exigir de los poetas una cantidad no calculable de originalidad, sin detallar qué cosa sea en la práctica esa originalidad ni qué argumentos avalen su exigencia, el crimen está dado. Por supuesto, no faltarán tampoco los defensores orgullosamente posmodernos que aleguen tal o cual derecho del escritor a la intertextualidad, el dialogismo y la desacralización. Fiscales y defensores podrán, con todo ello, consagrarse a lo que de verdad les interesa ―la noble ceremonia del canibalismo― sin haberse preguntado si Elías Nandino, al escribir su breve poema, estaba escribiendo sólo <em>poesía</em> o estaba cultivando en paralelo alguna otra especie de literatura.<br /><br />Porque una cosa es dedicarse a la poesía y otra muy distinta es dedicarse <em>sólo</em> a la poesía, incluso cuando el escritor únicamente hace poemas. Un cuento, sin dejar de serlo, puede acercarse con absoluta legitimidad a la crónica periodística, y un ensayo al monólogo teatral, pero hay algo que suele molestar cuando se afirma que ciertos poemas colindan con la investigación filológica, el análisis formal y, en síntesis, el estudio literario. Mientras que a casi nadie se le ocurre negar que Cervantes ejerce la crítica literaria en aquel episodio del <em>Quijote</em> donde al cura y al barbero les da por expurgar la biblioteca de Alonso Quijano, muchos lectores tardan en aceptar que algunos de los mayores poetas de la historia están haciendo crítica en donde aparentan hacer “nada más” poesía. De ahí que resulte incómodo y hasta molesto identificar en un poema ―sobre todo si es breve― maneras o procedimientos que se juzgan impropios de la lírica y aun exclusivos de la crítica, como la cita, la paráfrasis y el comentario.<br /><br />El poema de Tablada consta de tres heptasílabos que son tres declaraciones regidas por una misma cópula verbal: “es”, forma del verbo <em>ser</em> que, para decirlo con Gerardo Deniz, resulta de unir la letra final de “fue” con la inicial de “será”. Cada una de las tres declaraciones cristaliza en uno de los tres heptasílabos. Ajenos a cualquier encabalgamiento, los versos del poema se comportan gráficamente como las tres líneas paralelas del trigrama <em>ch’ien</em>,<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghG4D103e28H7MRoabEw740CGlNguvOgh44XnvMwtoOcZkSPUTS49mRkyfsSA-PnJzwGU4KvSu6GcT_hsnXprbAonSMDlQtGgGL3E2Rc-pyHVa9fGdvbsQEsi2y2-rSZZ9-iAV/s1600/Ch'ien.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 210px; height: 109px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghG4D103e28H7MRoabEw740CGlNguvOgh44XnvMwtoOcZkSPUTS49mRkyfsSA-PnJzwGU4KvSu6GcT_hsnXprbAonSMDlQtGgGL3E2Rc-pyHVa9fGdvbsQEsi2y2-rSZZ9-iAV/s320/Ch'ien.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5457792012527500290" /></a><br /><br />cuya imagen es precisamente la del cielo (justo la palabra que Tablada calla en su poema, oculta detrás del sustantivo <em>noche</em> por efecto de una metonimia). También puede aceptarse que, partidos a la mitad por la cópula <em>es</em>, los tres versos forman dos columnas paralelas (en una están la <em>noche</em>, la <em>nube</em> y la <em>luna</em>; en la otra, el <em>mar</em>, la <em>concha</em> y la <em>perla</em>) que se asemejan más bien al trigrama <em>kun</em>, la tierra.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3Ea7kdZ8tXny2LIrwIOV2lv2oyn5Ex8vffXA1T1SMLSZPlPXZA96FV4yR37yN41XXR44EZowuzwhF_aGP3roeY89piBG17OphyxvjzqTssOfcTRuDXv04X0uTWD5LHG8fEEjs/s1600/Kun.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 210px; height: 109px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3Ea7kdZ8tXny2LIrwIOV2lv2oyn5Ex8vffXA1T1SMLSZPlPXZA96FV4yR37yN41XXR44EZowuzwhF_aGP3roeY89piBG17OphyxvjzqTssOfcTRuDXv04X0uTWD5LHG8fEEjs/s320/Kun.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5457792239269895490" /></a><br /><br />Lo cierto es que, ni tierra ni cielo, el poema de Tablada media entre ambas realidades. El mar nocturno, en las cortísimas palabras de una concha con una perla dentro, rebasa los límites que le son propios y se vuelve uno con el cielo, que lo define y explica. Y viceversa: este último, un cielo igualmente nocturno, se refleja en las aguas de un mar que Tablada le opone o, si se prefiere, le presenta, como quien presenta un espejo. El título del poema, “La luna”, enfatiza un hecho, a saber: que al <em>haikai</em>, aunque breve, le corresponde recorrer un camino, ir de un punto a otro, no limitarse a reproducir un paisaje congelado.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXQj34YzpFPxIe1MuZc6xaIiomwgd9q-mv8oOVXd6mjxFLci6CocMyBYqSgTJ3_4FRi6dCrfBRxyy0KoEzzl_UnrQQxxYUH-Ayh8FRcFZjzIdOlFk6Vh6YlzMMgFq_rH0-1XmE/s1600/Jos%C3%A9+Juan+Tablada.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 258px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXQj34YzpFPxIe1MuZc6xaIiomwgd9q-mv8oOVXd6mjxFLci6CocMyBYqSgTJ3_4FRi6dCrfBRxyy0KoEzzl_UnrQQxxYUH-Ayh8FRcFZjzIdOlFk6Vh6YlzMMgFq_rH0-1XmE/s320/Jos%C3%A9+Juan+Tablada.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5457804345201429042" /></a><br />El recorrido al que me refiero comienza, obvio es decirlo, con la palabra “mar” y su correspondiente “noche”. Antes aún, y me corrijo en seguida, el camino empieza en el verbo que une por adelantado a esa noche con ese mar: “Es”, palabra inicial del texto, cuyo itinerario termina en la “luna” que, sin renunciar a su naturaleza, también es una “perla”, y desemboca en tres puntos que, suspensivos, insinúan que los reflejos y paralelismos del terceto podrían continuar al infinito. El poema, entonces, compone (lejos de sólo referir a ella) una visión cinética de la naturaleza, no un paisaje ni una fotografía estática. El título indica el final del poema, la “luna” en que termina un proceso inductivo que parte del “mar” y pasa por la “concha”, pero ese término es provisional y, dada la estructura tropológica que da uniformidad al <em>haikai</em> en su conjunto (“esto <em>es</em> aquello”), bien pudiera leerse como una invitación a nuevos comienzos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjA999MrKf16bAZ-AsV5lCQrd8dxF0EwJHQNK5rtzqWr7zZhUjH48xIF-5O0LsbG5rXwldqpHFWx3XsoBZwxZf15R8L6AulDk8hIyEDY_H3g2cnCNlDzi2KIu9ENbRsMYnXADlR/s1600/El%C3%ADas+Nandino.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 234px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjA999MrKf16bAZ-AsV5lCQrd8dxF0EwJHQNK5rtzqWr7zZhUjH48xIF-5O0LsbG5rXwldqpHFWx3XsoBZwxZf15R8L6AulDk8hIyEDY_H3g2cnCNlDzi2KIu9ENbRsMYnXADlR/s320/El%C3%ADas+Nandino.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5457803960609436642" /></a><br />Es lo que hace Nandino: continuar, prolongar el poema de Tablada. Sólo que Nandino se cuida sabiamente de perpetuar el esquema retórico de Tablada: lo que busca, más bien, es modelar de nuevo el texto que le sirve de prototipo, como si el <em>haikai</em> de Tablada no fuera una obra terminada sino un borrador, arcilla todavía fresca en espera de un segundo tratamiento. Es fácil reconocer el original de Tablada en aquello que se mantiene y toma sitio en el poema de Nandino. Por ejemplo, es de notarse que, si bien ambos poemas responden a impulsos de pensamiento analógico ―cuestión sobre la cual volveré más adelante―, tanto Nandino como Tablada evitan usar el adverbio “como”, sin duda porque ambos entienden que la comparación estructura sus poemas al margen de las muletillas con que dicha comparación pueda explicitarse.<br /><br />Pero es acaso más estimulante contrastar las diferencias entre ambos poemas. Para empezar, Nandino reduce a una sola oración lo que Tablada ―ya se ha visto― formula en tres enunciados paralelos. Tras componer un pentasílabo con la primera palabra del primer verso y las últimas dos del último verso de Tablada (“Es” y “una perla”), Nandino altera el patrón métrico de su predecesor y endereza el rumbo con miras a componer un <em>haiku</em> ortodoxo de cinco, siete y cinco sílabas en los tres versos correspondientes. En cuanto a la noción de <em>cielo</em>, que Tablada esquiva depositando su significado en la palabra “noche”, vale la pena observar que Nandino la recupera y enfatiza bajo la forma del adjetivo “celeste”.<br /><br />Otro elemento que Nandino enfatiza es la plenitud lunar: la sucinta “luna” de Tablada es una “luna llena” para Nandino. Éste, pues, lejos de jugar la sola carta de la insinuación y la cortedad verbal, juega la carta opuesta: la de lo explícito, incluso la del exceso y la demasía. Ello, a mi ver, encuentra su explicación ―porque añadir palabras cuando el ideal estético impone suprimirlas requiere una explicación― en el hecho de que Nandino está interpretando un texto, no sólo mostrando una porción de naturaleza. Nandino <em>traduce</em> a Tablada y, al hacerlo, mitiga ciertos excesos de su precursor e incurre, por cuenta propia, en otros.<br /><br />También se puede afirmar que a Nandino le interesan detalles que Tablada, en cierta forma, desdeña. Nandino enfoca de otro modo: el título de su poema, “Estuche”, revela que su interés recae no tanto en la perla como en la concha, si bien ésta debe contener aquélla si quiere valer algo. Esto es por lo que concierne al imaginario. En términos métricos la diferencia no es menos profunda: si bien conserva una rima de tipo asonante (“p<em>e</em>rl<em>a</em>”, “ll<em>e</em>n<em>a</em>”) que no es imputable a la forma del <em>haiku</em> como tal, Nandino trata de ceñirse al modelo silábico japonés tanto como la prosodia castellana se lo permita, cosa que Tablada ―en este poema en particular― ni siquiera intenta.<br /><br />Ahora bien, ¿por qué Nandino hace rimar su <em>haiku</em> lo mismo que Tablada si la forma japonesa no implica rimas de ningún tipo? Puede conjeturarse que Nandino rima el suyo para mantenerlo tan cerca del poema de Tablada como sea posible, pero ello no explica las elecciones formales de Tablada, cuyos <em>haikais</em> tienen siempre un lugar para la rima y, en cambio, no siempre se acogen al patrón de las diecisiete sílabas. Es obvio, se me dirá, que Tablada emprende su adaptación de la forma japonesa desde un <em>punto de vista</em> hispánico, es decir: desde un oído y una sensibilidad castellana. Esto, sin embargo, es más fácil decirlo que probarlo, sobre todo si buscamos ejemplos en la poesía culta del Siglo de Oro y no, como propongo yo, en la lírica popular del Renacimiento, como en esta copla recogida por Margit Frenk:<br /><br /><blockquote><em>Cantam los gallos:<br />yo no me duermo,<br />ni tengo sueño.</em></blockquote><br /><br />Esta copla, que desde luego recrea el tópico amoroso del alba y pertenece a la modalidad lírica conocida como <em>albada</em>, consta de tres pentasílabos, asonantado el tercero con respecto al segundo. Ni temática ni estilísticamente hay acaso más afinidades que resaltar entre la copla renacentista y el <em>haiku</em> japonés tradicional, pero el solo antecedente de la estrofa que cito me alienta por lo menos a rastrear una esperanza de compatibilidad que Tablada, con instinto y oído, fue sin duda capaz de percibir. En síntesis, lo que hizo Tablada fue adaptar al español el <em>haiku</em> japonés ―en términos de longitud y sonoridad, insisto― echando mano del verso de pie quebrado, que suele aparecer en estrofas populares donde la rima es asonante. Siete décadas más tarde, teniendo muy presentes las <em>Canciones para cantar en las barcas</em> de José Gorostiza, la “Suite del insomnio” de Xavier Villaurrutia, muchos poemas de Octavio Paz y, desde luego, buena parte de la lírica neopopular de Antonio Machado y de la generación de 1927, Nandino recorre la estela del <em>haiku</em> en español y “corrige” al maestro, releyéndolo y citándolo a muy corta distancia, casi en un ejercicio de cuerpo a cuerpo.<br /><br />Poesía y crítica son, por supuesto, actividades bien diferenciadas en la práctica, ya que la primera tiende a vincularse con la escritura lírica en verso mientras que la segunda suele tomar forma de artículos argumentativos en prosa. Con todo, referir a las maneras en que poesía y crítica se practican consuetudinariamente no es otra cosa que aludir al sentido común, esto es: al prejuicio, que puede servir como antecedente pero no como sucedáneo del conocimiento genuino. Me consta que hay páginas “creativas” de Jorge Luis Borges o de Juan Goytisolo ―dicho de otro modo: páginas con forma superficial de poema o texto de ficción― que no son en el fondo sino piezas de crítica literaria. Sin dejar de ser un poema, el “Estuche” de Nandino que avala estas notas figura en esa misma categoría: es, cuando se toma en cuenta su modelo, un ejemplo ―diría yo― de crítica en el acto.<br /><br />He dicho en otra parte que la crítica existe gracias a los códigos de la explicitud tanto como la poesía, el cuento y el teatro existen gracias a los del guiño y la sugerencia. En este sentido, es cuando menos una proeza lograr que un texto sea una cosa y la otra simultáneamente: indagación explícita y opacidad implícita, mención concreta y alusión intangible, respuesta y pregunta. El empeño interpretativo de Nandino, que da lugar a un poema que no es menos <em>lírico</em> por ser más <em>crítico</em> que la mayor parte de la poesía que suele publicarse, tiene ―para mí― la nobleza de la obstinación, de aquel “obstinado rigor” al que Leonardo se obligó por escrito en sus papeles. A obstinarse con absoluta objetividad en sí mismo como sujeto ―y esto no es un contrasentido ni un retruécano― es justo a lo que llama Walter Benjamin cuando propone acentuar el protagonismo de las “capacidades perceptivas” por encima de la “opinión” del crítico:<br /><br /><blockquote>A propósito de la tremenda equivocación según la cual expresar “su propia opinión” es una cualidad indispensable del verdadero crítico: en realidad no tiene sentido conocer la opinión de nadie acerca de nada cuando no sabemos a quién estamos leyendo. Entre más importante sea el crítico, más evitará imponer directamente su propia opinión. Y más conseguirán sus capacidades perceptivas absorber sus opiniones. Más que ofrecer su propia opinión, un gran crítico le permite a los demás formarse su opinión sobre la base de un análisis crítico. Más aún, esta definición de la figura del crítico debería ser no un asunto privado, sino, tanto como fuera posible, un asunto estratégico y objetivo. Lo que se debería saber acerca de un crítico es aquello en lo que cree con firmeza. Él mismo debería decírnoslo.</blockquote><br /><br />Aunque partidario de cierta objetividad, Benjamin se cuida magníficamente de contraponerle una eventual subjetividad que, lejos de perjudicar el trabajo crítico, lo hace incluso posible. La única subjetividad que conviene desterrar de la crítica es una falsa subjetividad, a saber: el capricho superficial de la opinión. En el contexto donde suelo desempeñarme profesionalmente ―y conste que no sólo me refiero al espacio concreto de mi trabajo en Guadalajara, entre otras cosas porque preparo mis clases y escribo mis artículos en casa, muy lejos de donde suelen estar mis colegas y superiores―, el concepto de <em>investigación literaria</em> goza todavía de cierto prestigio que no tienen, sin ir más lejos, las nociones de <em>periodismo</em> y <em>ensayo literario</em>. Acaso bajo esta específica presión laboral, que desde luego es un estímulo más que un fastidio, yo no puedo sino reivindicar el ensayo como resolución subjetiva de una tarea objetiva de averiguación y estudio.<br /><br />Se sabe, aunque suele olvidarse, que al ensayo le compete, más que la mera expresión, la manifestación del <em>yo</em>. Al no tolerar ni la objetividad fantasmagórica de una ciencia malinterpretada ni la escueta opinión del individuo, la forma del ensayo mitiga los peligros de la excesiva especialización y, sobre todo, de la despersonalización y de su temible reverso: la entronización de las “verdades” personales. A este respecto, creo adecuado referir una experiencia familiar que no juzgo desprovista de fondo. Hace no mucho tiempo, al regresar a casa un mediodía como tantos otros, Matías, hijo mío de tres años entonces recién cumplidos, me preguntó por qué la luz eléctrica no se había encendido como de costumbre al abrir desde afuera el portón de la cochera.<br /><br />―Yo creo que se fundió el foco ―le respondí.<br /><br />―¿Qué quiere decir que se fundió? ―quiso saber.<br /><br />―Quiere decir que se descompuso ―expliqué.<br /><br />―Ah ―resolvió―, pues entonces hay que llevarlo con un arreglador de focos.<br /><br />Tal vez me hubiera convenido hacerle caso a Matías, pero yo preferí quitar el foco exangüe y cambiarlo por otro más animado. Funcionó. A mí, con todo, no sólo me importaba que funcionara el foco nuevo, sino combatir secretamente la creencia según la cual es necesario un semiólogo para definir con autoridad las arduas relaciones entre los verbos <em>entrar</em> y <em>salir</em> en un mismo poema, o un preceptista para identificar el de todas formas inamovible acento en décima sílaba de un verso endecasílabo, cuando no un sociólogo experimental para recabar datos de campo si un texto se refiere a Brooklyn o a Tapachula y un barrendero para recoger los destrozos que hayan dejado los tres personajes anteriores. Y es que, si un <em>texto</em> es un <em>tejido</em>, ¿qué razones habría para que su lector y recreador, o sea su crítico, no tejiera por cuenta propia ideas, informaciones, constataciones y observaciones de muy diversa procedencia que le permitieran definir la página leída, construirse una interpretación satisfactoria, reconocerse como la bóveda en que repercutieron sonidos múltiples e irreductibles y, en suma, objetivarse como sujeto?<br /><br />Por esto, y no por bonhomía o vulgar prudencia, considero que ningún crítico debería ceder a la tentación de comentar un libro que juzga deficiente, hueco, inmoral o simplemente malo. Si digo que un libro es malo estoy incurriendo en un exceso: quiero decir nomás que no he logrado escuchar su música ni sus razones. En realidad no puedo asegurar que sea malo; puedo afirmar, eso sí, que me siento incomunicado en relación con su tema, sus procedimientos o la posición que atribuyo a su autor. Un apunte de W. H. Auden en las primeras páginas de <em>La mano del teñidor</em> es categórico a este respecto:<br /><br /><blockquote>Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo; también hace daño al espíritu. Si un libro me parece realmente malo, lo único que puede motivarme a escribir sobre él es desplegar mi inteligencia, mi ingenio y mi malicia. Es imposible que alguien reseñe un mal libro sin jactancia.</blockquote><br /><br />Mi empatía de lector por determinadas obras ―me alegra decirlo― es el único faro a cuya señal respondo como crítico. <em>Empatía</em> que no implica un total entendimiento sino, desde luego, apenas un principio de comprensión de la obra leída: <em>comprensión</em> que anhelo perfeccionar y redondear con mi propia energía, con mi propia curiosidad, con mi propia obstinación y, por qué no decirlo, con mi prosa y mi estilo. Si la poesía es, como bien resume Andrés Sánchez Robayna, un “peculiar modo de reflexión analógica”, y si el pensamiento del crítico literario funciona sobre la base del símil (“esto es <em>como</em> aquello”), de la imagen (“esto que digo es <em>reproducción</em> de aquello que leo”), de la sinécdoque (“esto que leo, al ser parte de aquello más amplio, lo <em>representa</em> y <em>sintetiza</em>”) y de la metáfora (“esto que digo <em>refiere</em> a otra cosa, que no digo”), no veo por qué la poesía y la crítica deban recorrer separadamente sus respectivos caminos. Después de todo, el mar y el cielo caben juntos en la más austera de las brevedades, que no es otra que la de ciertos <em>haikus</em>.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_eYL046g0i38dF-OqVTIDF0-w0xXSKspRbvuCbc3naevbON25-nSt-ALzeBMZ5Yykz8FHDwt_WzCqa6fm1rLljAOe-Ti75PFrAJGj83NhdbMkhxt7J7kX3EkWhm02PkbL4UbA/s1600/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+136.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 197px; height: 259px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_eYL046g0i38dF-OqVTIDF0-w0xXSKspRbvuCbc3naevbON25-nSt-ALzeBMZ5Yykz8FHDwt_WzCqa6fm1rLljAOe-Ti75PFrAJGj83NhdbMkhxt7J7kX3EkWhm02PkbL4UbA/s320/Cr%C3%ADtica,+n%C3%BAm.+136.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5457805600536758354" /></a><br />(Dicté hace algunos meses, en Tepic, esta conferencia que luego apareció en el número 136 de <em>Crítica</em>.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7129910.post-14039373227432882372010-03-19T09:14:00.006-06:002010-03-19T09:55:39.867-06:00Nace la envidia<blockquote><em>E ’l buon maestro: “Questo cinghio sferza<br />la colpa della invidia…”</em><br />PURGATORIO, XII, 37-38</blockquote><br /><br />En febrero de 1953, un poeta español de poco más de veinte años, nacido en Galicia pero avecindado en Madrid por motivos académicos, redactó para la revista <em>Cuadernos Hispanoamericanos</em> (núm. 38, pp. 241-243) una breve y elogiosa reseña de <em>Confabulario</em>, libro de cuentos que “Un joven escritor de México” ―así fue titulado el artículo― acababa de publicar en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Ese poeta español, me apresuro a revelarlo, era José Ángel Valente, sin libros publicados en aquel entonces. El cuentista mexicano era, por supuesto, Juan José Arreola.<br /><br />En el colofón de aquel primer <em>Confabulario</em> se indica esta fecha: 30 de agosto de 1952. Pocos meses antes, en febrero del mismo año, había muerto Enrique González Martínez, poeta de influencia mayor y extendida celebridad cuya sombra explica y, en cierta forma, preside uno de los cuentos de Arreola: “El condenado”. Esta narración, que Valente dejó testimonio de haber leído, me ha llevado a pensar en semejanzas más bien obvias y puntos de contacto ya menos evidentes entre una bella serie de sonetos de González Martínez, “El poema de los siete pecados”, y un pequeño e intenso libro del autor gallego: <em>Siete representaciones</em>.<br /><br />Me referiré primero al cuento de Arreola, que apareció en la edición príncipe de <em>Confabulario</em> (como he dicho) y consta de un par de breves páginas. Gracias al epígrafe se puede inferir que su narrador y protagonista, un poeta de medio pelo y suerte pésima, se refiere invariablemente a Enrique González Martínez cuando habla de su “enemigo”, de su “contrincante” y “adversario”. Se trata de una frase autobiográfica, en verdad llamativa y sugerente, que Arreola extrajo del capítulo XVI del primer libro de memorias de González Martínez, <em>El hombre del búho</em>:<br /><br /><blockquote>Durante varias semanas estuvieron llegando a mi casa revistas de provincia y diarios de México en que aparecieron sendos y largos artículos sobre mi fallecimiento.</blockquote><br /><br />González Martínez remite a un hecho auténtico, por extraño que parezca en un principio: el considerable malentendido que se originó tras la muerte de un homónimo suyo, circunstancia que sólo fue del conocimiento del poeta jalisciense por obra de la difusión de la “noticia” de su propio deceso. El protagonista del cuento de Arreola, por su parte, lee dicha noticia y reacciona con grandilocuencia, bosquejando “las tres primeras octavas” de un poema luctuoso que se titularía, según informa él mismo, <em>El elegido de los dioses</em>. “Al día siguiente”, rememora, “el poema en ciernes se me vino abajo, hueco de verdad”: el personaje que justificaría con su muerte la composición del poema, impulsando con ello la presumible fama del panegirista, no estaba muerto en realidad, y con los años el resentimiento del segundo no haría sino crecer ante la indiferencia del primero.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRVtZybrnS1KGfA6vScQVWUhOLxYREDQW3NSga5dAf2kdShnZDs4geilj8aKFkNFQG2B9ZqAWM5Vx6sOPmKxkY9vGtS7E9UIhtAhzmppMmybbAgtogKgnKsvovFzrrd6pnwZX6/s1600-h/Juan+Jos%C3%A9+Arreola,+%27Confabulario%27.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 216px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRVtZybrnS1KGfA6vScQVWUhOLxYREDQW3NSga5dAf2kdShnZDs4geilj8aKFkNFQG2B9ZqAWM5Vx6sOPmKxkY9vGtS7E9UIhtAhzmppMmybbAgtogKgnKsvovFzrrd6pnwZX6/s320/Juan+Jos%C3%A9+Arreola,+%27Confabulario%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5450371683046970242" /></a><br />Como es bien sabido, el neologismo acuñado por Arreola para titular su segundo libro de prosas, <em>Confabulario</em>, le sirvió en diferentes y numerosas ocasiones para dar título a otros libros, al grado que no tiene la menor utilidad hablar del <em>Confabulario</em> de Juan José Arreola si al mismo tiempo no se da noticia de la edición a que se alude. Sólo existe una regla en materia de “confabularios”: ninguna edición repite la de 1952, como no sea la de 2002, ya póstuma, cuyo valor editorial no estriba sino en la reproducción del primer <em>Confabulario</em> de una larga serie. Así las cosas, quiero referirme brevemente al <em>Confabulario</em> de 1966, que apareció en la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica y puede concebirse ahora, dado el orden de los textos y los títulos de los apartados, como el mayor antecedente de las <em>Obras de J. J. Arreola</em> que Joaquín Mortiz comenzó a publicar a partir de 1971: en el índice de aquel <em>Confabulario</em>, al cuento “El condenado” se le asigna la fecha de 1951.<br /><br />El hecho de haber sido escrito en 1951 es crucial tratándose del cuento en que González Martínez aparece involucrado. El autor de <em>Los senderos ocultos</em> y <em>El romero alucinado</em>, octogenario, vivía y trabajaba entonces con admirable vigor: había publicado su poema <em>Babel</em> dos años antes y, ese mismo año, el segundo tomo de sus memorias, <em>La apacible locura</em>. Se trata, pues, de un cuento, el de Arreola, que prácticamente requería y hasta exigía la supervivencia de González Martínez como garantía de verosimilitud.<br /><br />Tras leer el epígrafe del cuento, explícitamente atribuido a González Martínez, queda bastante claro que ya el título mismo de la narración era un guiño al poeta y a los conocedores de su obra. “El condenado”, en efecto, es antes que nada el título de un poema de González Martínez que apareció por vez primera en <em>Ausencia y canto</em>, libro de 1937. En este poema de González Martínez, como en “El condenado” de Arreola, toma la palabra un poeta en los alrededores de la muerte (poco antes del fin, en González Martínez; absurdo inquilino de la gloria celestial, en Arreola) y se dispone a proyectar “el rollo” de su “cinta muda”, o sea de su memoria y su conciencia:<br /><br /><blockquote>Yo soy aquel que un día<br />pidió serenidad a las estrellas…<br />¡Y aquí estoy, esperando todavía!<br />[…]<br /><br />Lancé mi pompa de jabón al ciego<br />giro del aire, y la precoz ventisca<br />rompió el cristal del irisado juego.<br />[…]<br /><br />Y me lancé al azar, de rima en rima,<br />hasta que al fin la torre de mis sueños<br />crujió en su base y se me vino encima.<br />[…]<br /><br />Busqué la gloria de mayor trofeo,<br />y persiguió mi carne, hambrienta loba,<br />al desbocado potro del deseo.<br />[…]<br /><br />Me erijo en propio juez, y me sentencio,<br />réprobo y solo, a la mayor tortura:<br />a no pedir perdón de mi locura<br />y a morir en mazmorras de silencio.</blockquote><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrwAXYbpskJ20uQp5qLLxAq0fNkYBu9NT6SBe0a_zyeJAShg8_q81_WB-0z7R-sxgu6xOBA0n0F2KjmUMnJW7aYdfHLAOxBPh6PwErG-ZPyfggC_dnwpIsKxM9Z7TMnajJoEqr/s1600-h/Enrique+Gonz%C3%A1lez+Mart%C3%ADnez,+%27La+palabra+del+viento%27.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 202px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrwAXYbpskJ20uQp5qLLxAq0fNkYBu9NT6SBe0a_zyeJAShg8_q81_WB-0z7R-sxgu6xOBA0n0F2KjmUMnJW7aYdfHLAOxBPh6PwErG-ZPyfggC_dnwpIsKxM9Z7TMnajJoEqr/s320/Enrique+Gonz%C3%A1lez+Mart%C3%ADnez,+%27La+palabra+del+viento%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5450373949918698802" /></a><br />Intranquilo y soberbio, resuelto “a no pedir perdón” y “a morir” en el olvido, voluble y veleidoso y ávido, en fin, de una “serenidad” que ni siquiera la noche le confía, el Enrique González Martínez del poema citado en algo hace recordar al Rubén Darío del primero de los <em>Cantos de vida y esperanza</em>, entre otras cosas por el inicio de sus respectivos monólogos: “Yo soy aquel”, en ambos casos. La semejanza es elocuente por dos razones: en primer lugar, porque Darío en cierta forma es el poeta exquisito de las joyas, princesas y demás vanidades que, apiñadas en torno al símbolo del cisne, González Martínez habría presuntamente superado a partir del más famoso de sus poemas; y, en segundo lugar, porque siempre hubo ―y nunca fue ningún secreto― un Darío más profundo y austero con el que González Martínez, por así decirlo, está emparentado. Pienso en el Darío de poemas como “Lo fatal”, que resuena en poemas como éste de González Martínez, penúltimo en la serie de siete sonetos a la que ya me referí páginas atrás, titulada “El poema de los siete pecados”:<br /><br /><blockquote>Te envidio, blanca estrella que en el cenit prendida<br />ostentas a mis ojos lumínica prestancia,<br />y sabia en el silencio azul de la distancia,<br />te asomas al profundo misterio de la vida.<br /><br />Y a ti, piedra sin alma, que yaces escondida<br />en húmeda caverna, inmóvil en tu estancia,<br />ausente de ti misma, dichosa en la ignorancia<br />de tu callar eterno, y en tu quietud dormida.<br /><br />Estrella, tú que sabes la esencia de las cosas,<br />y tú, callada piedra que unánime reposas,<br />os libertáis del fiero castigo de la duda.<br /><br />¡Por vuestro sino augusto trocara mi tormento<br />de ser, en los vaivenes de un loco pensamiento,<br />despavorida sombra frente a la esfinge muda!</blockquote><br /><br />El nicaragüense, por su parte, se refiere, ya que no a una “piedra sin alma”, sí a una “piedra dura”, dichosa “porque […] ya no siente”. Darío no echa mano del verbo <em>envidiar</em> ni del sustantivo <em>envidia</em>, pero es notorio que su poema es la expresión de un “dolor”, una “pesadumbre”, un “temor”, un “terror” y un “espanto” que vulneran al sujeto al punto de hacerlo envidiar al árbol (“que es apenas sensitivo”) y a la piedra. En este contexto, se diría que los conflictos morales planteados por González Martínez, comparados con la radical desazón rubeniana, incluso pecarían de cierto esquematismo didáctico: equilibrado hasta en sus peores impulsos, el poeta envidia lo mismo a la estrella, por sabia, que a la piedra, por ignorante.<br /><br />Así pues, el diálogo necesario entre dos poetas, Darío y González Martínez, encuentra una especie de respuesta irónica en el desencuentro de otros dos en el cuento de Arreola: González Martínez y el anónimo protagonista y narrador. Ello refuerza, en mi opinión, cierta lectura intertextual, a saber: que Arreola, en “El condenado”, tenía muy presente su lectura se “Cecco Angiolieri, poeta rencoroso”, una de las <em>Vidas imaginarias</em> de su admirado Marcel Schwob. El sienés Cecco, un contemporáneo estricto de Dante Alighieri, adopta desde niño, en el cuento de Schwob, la peculiar misión de odiar, menospreciar y envidiar “a los grandes”, comenzando por su propio padre hasta desembocar en su ilustre compañero de generación, quien a su vez lo ignoró toda su vida.<br /><br />Conociendo, así sea nada más en esbozo, la historia de Cecco y la proyección de su estructura y significado en el cuento de Arreola, resulta más fácil comprender los dos o tres renglones en que José Ángel Valente se refiriera específicamente a esta narración en particular, “El condenado”. En palabras de Valente, los “ojos agudos, observadores, casi crueles” de Arreola van “desnudando las cosas, el hombre, hasta ese extremo en que su caricaturesco desnudo nos hace sonreír de pena”. De pena y compasión, cabría decir, en la medida que Valente se compadece de cuatro personajes de <em>Confabulario</em> en forma directa, y uno de los cuatro es el poeta que pretendía compararse con González Martínez:<br /><br /><blockquote>Pobre poeta el de “El condenado”, vencido, fracasado, negado, sin embargo, por toda la eternidad: la gloria de un poeta rival, mientras ángeles implacables le muestran cada mañana enemigos poemas.</blockquote><br /><br />Pobre poeta, conviene añadir, porque, si bien ya tiene un bosquejo de “las tres primeras octavas” de su poema, tan grandioso como imposible, no puede llevarlo más allá. Y no sólo porque su eventual objeto de homenaje no ha muerto aún, “condición indispensable” para la existencia de la oda luctuosa, sino también porque las letras del nombre de su enemigo (siete letras del nombre de pila, <em>Enrique</em>, antecedidas por la preposición <em>A</em>; ocho letras del primer apellido, <em>González</em>, y ocho más del segundo, <em>Martínez</em>) alcanzan únicamente para elaborar un acróstico de tres octavas. Esta última circunstancia, del orden de las letras tanto como de los números, no es enunciada en el cuento de Arreola: se insinúa, cuando mucho, a través de la recurrencia temática de las estrofas y las composiciones acrósticas, puesto que se alude a estrofas y acrósticos en todo el relato, y éste por su parte contiene, desde su comienzo, el nombre completo de González Martínez.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg91TRpAmlMFD4ypsqK6QSbzAQxN5FyhK0hI2Jc6cZ_ROfqI2BjZKiFvZ0otNcIZf_z2bri39UHdgzbRMRclc_IoZ-pjdoAldNq3g33oYBK9AUVvyinYmSzfKevmKLrFaj4oRP5/s1600-h/Jos%C3%A9+%C3%81ngel+Valente,+%27El+inocente%27+y+%27Siete+representaciones%27.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg91TRpAmlMFD4ypsqK6QSbzAQxN5FyhK0hI2Jc6cZ_ROfqI2BjZKiFvZ0otNcIZf_z2bri39UHdgzbRMRclc_IoZ-pjdoAldNq3g33oYBK9AUVvyinYmSzfKevmKLrFaj4oRP5/s320/Jos%C3%A9+%C3%81ngel+Valente,+%27El+inocente%27+y+%27Siete+representaciones%27.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5450372234725328578" /></a><br />Cuarenta y seis años después de que González Martínez publicara “El poema de los siete pecados” en <em>La palabra del viento</em>, y quince después de que apareciera el primer Confabulario de Arreola, fue impreso en Barcelona un libro de Valente: <em>Siete representaciones</em>. El número siete del título coincide con el siete de González Martínez por obvios motivos: ambas obras remiten a los pecados capitales de la Edad Media cristiana. Los vacíos, las caídas, la carcoma y, en síntesis, el reverso de lo conocido, la retirada o ausencia del amor, son los territorios nocionales ―asombrosos y hasta inimaginables muchas veces― en que, según Valente, “nace la envidia”:<br /><br /><blockquote>De la caída de la tarde,<br />de lo que se desliza ya desde la noche<br />y solapado alarga su sombra por los muros<br />como amarilla hiedra,<br />nace la envidia.<br />[…]<br /><br />Como animal de lenta procedencia,<br />como ceniza o sierpe y humo pálido,<br />amarilla y opaca, fiel reflejo<br />de lo arriba radiante,<br />nace la envidia.<br />[…]<br /><br />Nace como la noche<br />de inagotable ausencia,<br />de muros arañados,<br />de vacíos espacios,<br />perpetua y giratoria,<br />sobre el rastro lunar del que más ama.</blockquote><br /><br />El imaginario del poema de Valente, primera <em>representación</em> del conjunto que informa el citado volumen, es evidentemente cosmológico y hasta climatológico. De “la caída de la tarde” a “la noche”, de “lo arriba radiante” a la “sombra” que se “alarga” o va extendiéndose “como amarilla hiedra”, de los “vacíos espacios” a la envidia misma, “perpetua y giratoria”, semejante a un astro parasitario del “rastro lunar” ajeno, el texto parece trazar un mapa estelar como los que se pueden admirar en ciertos libros de horas de la Europa medieval y renacentista (como, por ejemplo, el de <em>Las muy ricas horas del duque de Berry</em>, en algunas de cuyas páginas el cuerpo humano es comparado, en tanto imagen, con la bóveda celeste, ordenada ésta en función de los emblemas del zodiaco). Tales mapas y libros, a decir verdad, no están lejos ―en lo iconológico― de los frescos de Giotto en la capilla Scrovegni o <em>Los pecados capitales</em> del Bosco, con sus violentas figuraciones lenguaraces de la envidia.<br /><br />Un verso y medio de Valente, por lo demás, explota la vieja relación cultural de la envidia con Leviatán, demonio tradicionalmente concebido en forma de serpiente marina: “Como animal de lenta procedencia, / como ceniza o sierpe…” Reflejo inverso de las criaturas divinas, la serpiente de la envidia es representada en pinturas y grabados con el hocico abierto y la lengua enhiesta, y diferentes idiomas reservan idéntico significado a expresiones como “lenguas viperinas”, <em>langue de vipère</em> o <em>língua viperina</em>, esto es: lenguas envidiosas, como en la balada de François Villon. Vale la pena reflexionar, en este sentido, a propósito del “silencio azul” de la estrella y del “callar eterno” de la piedra en el soneto de González Martínez: envidioso del silencio, el poeta se concibe a sí mismo como un ser de palabra, incluso parlanchín, que hace mal uso de la lengua, como la víbora que simboliza el pecado en que incurre.<br /><br />La palabra <em>yo</em> condensa, desde mi perspectiva, las principales diferencias entre los poemas de González Martínez y Valente: mientras el mexicano dice confesar un vicio propio, el español apunta en dirección de un monstruo naciente y objetivo; mientras uno se vale de su confesión para lamentar “el fiero castigo de la duda”, el otro se retrae como individuo y rinde una suerte de testimonio alucinado, sin llanto ni celebración. El crítico Miguel García Posada, en 1979, resaltó en la poesía de Valente cuatro características: “vigor verbal, potencia imaginativa, capacidad de sarcasmo y tono profético”. Sin saberlo, García Posada estaba ofreciendo una especie de negativo fotográfico del estilo de González Martínez, que los críticos han limitado por lo regular a la palabra moderada y la templanza moral.<br /><br />En todo caso, ni el epicúreo González Martínez ni el severo Valente se inclinan por la fustigación humorística de la envidia, típica en el epigrama latino y en abundantes moralistas e ilustrados. El “sino augusto” de la piedra y la estrella, según lo califica González Martínez, parece también atraer a Valente. Ambos poetas, en el fondo, presentan con vestiduras de observación ética una disyuntiva estética: desatar la palabra, o sea la lengua, como la sierpe de la envidia, por una parte, o escuchar callando y sólo hablar en sintonía con la justicia, por la otra.<br /><br />Repaso, para concluir, “El condenado” de Juan José Arreola. Su protagonista, en el último párrafo, se refiere al “modesto ataúd” en que descansan sus propios restos: “La humedad, la carcoma y la envidia lo destruyen”, afirma. La enumeración es elocuente: la envidia, de orden moral, parece no pertenecer al mismo universo que la humedad y la carcoma, de orden físico, pero es en verdad incontenible y corrosiva, y su realidad conviene a cierta clase de pesimismo materialista que poetas como Valente y González Martínez, e incluso Rubén Darío, han asentado en sus poemas.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhJuqB94Qb8ne1zZ8cp3kgfhN1PbO2l59LhJ006IUb7pwt8yYk-bzTQEuzUNhrCscz75HBThWe-HKACbEL2fDOXZbWE67myAVozfs_1QQK4bl676idXbh6LUMuJLdDwuXDd5jD/s1600-h/'Moenia',+vol.+14.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;width: 226px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhJuqB94Qb8ne1zZ8cp3kgfhN1PbO2l59LhJ006IUb7pwt8yYk-bzTQEuzUNhrCscz75HBThWe-HKACbEL2fDOXZbWE67myAVozfs_1QQK4bl676idXbh6LUMuJLdDwuXDd5jD/s320/'Moenia',+vol.+14.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5450373784553515154" /></a><br />(Este artículo apareció a fines del año pasado en <em>Moenia</em>, el anuario de linguística y literatura de la Universidad de Santiago de Compostela, y en particular del <em>campus</em> de Lugo.)Luis Vicente de Aguinagahttp://www.blogger.com/profile/05425945111387339823noreply@blogger.com1