3 de septiembre de 2008

Jalisco y la modernidad

Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe?
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau!

BAUDELAIRE, Le voyage


La palabra modernidad es, valga la redundancia, típicamente moderna. Muchos afirman que sólo empezó a utilizarse por escrito a partir de 1848, con la edición póstuma de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, aunque diccionarios como el Petit Robert sitúan el origen del término veinticinco años antes. En el prólogo a Cien libros clave del movimiento moderno, Cyril Connoly asegura que fueron los hermanos Goncourt quienes “acuñaron la palabra modernidad” en 1858, pero admite que otro diccionario histórico, el de Littré, atribuye a Gautier la invención del término. En efecto, Gautier llegó a valerse del sustantivo en cuestión en sus colaboraciones para Le Moniteur Universel, pero lo hizo en la fecha más bien tardía de 1867. En realidad, Balzac lo empleó ya en su Fisiología del matrimonio, de 1829.

Nada, sin embargo, es menos moderno que la noción —o ilusión— de modernidad. Entre las polémicas intelectuales de la Europa renacentista y barroca, sin duda la más ilustre y característica es la llamada querella de los clásicos (o antiguos) contra los modernos. Querella, ésta, de larga vida: si Rimbaud, en la página final de Una temporada en el infierno, sentenció que “se debe ser absolutamente moderno”, fue porque la modernidad ya estaba tipificada entre las vocaciones de su tiempo, con lo que tomar partido por ella significaba, en realidad, tomarlo por cierta especie de tradición. En este sentido, la modernidad no debe comprenderse como lo contrario de la tradición, sino como una forma heterodoxa de tradición incompatible con el ejercicio de la mimesis clasicista.

Otro poeta francés, Baudelaire, estableció en “El pintor de la vida moderna” el concepto de modernidad vigente hasta nuestros días. En palabras de Henri Meschonnic, “Baudelaire inventa una ética de la modernidad” al grado que, tras él, “poética y modernidad son una cosa y la misma”. La modernidad, asentó Baudelaire, “es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, del que la otra mitad es lo eterno e inmutable”.

Tal acepción de modernidad en tanto ética y poética, conciencia e inspiración, rigor y apasionamiento, lucidez y violencia, es la que marca el rumbo de las corrientes artísticas de vanguardia que, a partir del modernismo hispanoamericano, el modernisme catalán y el modernism angloamericano —que, cabe recordarlo, no son sinónimos entre sí—, asociados con el art nouveau francés, el Jugendstil alemán y la Wiener Sezession austriaca, serán el caldo de cultivo de las vanguardias artísticas del primer tercio del siglo XX y predominarán luego en México en forma de planos arquitectónicos, proyectos urbanísticos, esbozos escultóricos, tendencias pictóricas, estilos literarios e incluso modas en el vestido, la cosmética y la decoración.

Los artículos agrupados en esta revista dan cuenta de dicho predominio en el caso particular de Jalisco. Marcela Sofía Anaya Wittman y Vicente Pérez Carabias analizan la convergencia (más que la influencia directa) de la Bauhaus y de la revista L’esprit nouveau entre los arquitectos jaliscienses de la primera mitad del siglo XX. Por su parte, Nicolás Sergio Ramos Núñez y Juan Carlos González Vidal describen y estudian las relaciones de significación recíproca entre las diferentes áreas del Palacio Municipal de Guadalajara y el mural Fundación de Guadalajara de Gabriel Flores, ahí pintado. En la confluencia entre urbanismo y artes plásticas, Estrellita García recorre la historia de la escultura pública en Guadalajara y resalta en ella la obra y el ejemplo de Mathias Goeritz. En el campo de la pintura, Carmen V. Vidaurre analiza el trabajo de Roberto Montenegro y Arnulfo Eduardo Velasco hace lo propio con el de Carlos Orozco Romero.

Parece arriesgado en un principio, pero a la larga puede citarse de nuevo a Connoly para confirmar que, como el espíritu moderno en general, la modernidad en Jalisco “fue una mezcla de ciertas cualidades intelectuales heredadas de la Ilustración: lucidez, ironía, escepticismo, curiosidad intelectual, combinadas con la intensidad apasionada y la sensibilidad exaltada de los románticos, su rebelión y sentido de la experimentación técnica, su conciencia de que vivían en una época trágica”.



(Este artículo es en realidad la introducción que redacté para el número 72 de la revista Estudios Jaliscienses. No ignoro que la situación actual de mi universidad, la de Guadalajara, en buena medida viene a recordarle a todo el mundo que Jalisco, lejos de haber conocido alguna vez la modernidad, más bien está empeñado en rechazarla per secula seculorum. Pero la revista no es de mi universidad, sino del Colegio de Jalisco, así que no hay nada que temer...)

2 comentarios:

Víctor Cabrera dijo...

Pos' será el sereno, pero a mí me gusta lo que viene siendo la música moderna, esa que baila la chaviza de ahora.

vc

Héctor Iván dijo...

Querido Luis Vicente,
Qué buen texto, sotto voce, muestra tu erudicíón sobre el tema. Yo había pensado en la modernidad un poco desde Apollinaire, Pound y Perse, una suerte de desmitificación de los mitos. No sabía lo de Chateaubriand, suena bien. Por otro lado, yo lo había vinculado con las órdenes de Cluny y la cistersiense. Tengo un texto sobre la modernidad, Dante y el laicismo. A lo mejor te interesa. Quizá podamos después charlar al respecto.
Un abrazo.