Las cosas no esperan que las nombren.
Cincuenta y nueve minutos de la hora
les toma decidir que otro minuto
se harán consistentes y precisas,
pero insensibles a cualquier llamado.
Ese minuto es lo que dura el mundo.
Las cosas deciden ser un árbol,
un kilo de manzanas, una esponja
o la copa de un árbol,
media esponja gastada por el uso,
seis manzanas dispersas
o el cielo dividido por un cable,
o el cable suspendido entre dos patios,
o el tiempo deshojado entre dos días.
Pero no lo deciden por llamarse árbol
ni están esperando que les digas tiempo.
Las cosas no esperan que las tengas,
aunque tú te apoderes de sus nombres.
Y si el agua la tocas y le dices aire
y el aire lo respiras y le dices fuego
no habrás, tampoco entonces, tomado la palabra.
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CANCIÓN QUE NO QUIERE SERLO
Por cada vidrio roto y cada rama;
porque falló el bastón, y se agrietó el anteojo,
y se vaciaron los bolsillos
—y no aquí, sino a miles de kilómetros—
del penúltimo ser sobre la tierra;
porque me fui callando, al punto
de no dejar dormir a nadie;
porque luego hice ruido, y peor tantito,
he aquí que me obligo a dar la cara
y enseguida me oculto tras la puerta.
Solicitado todo el tiempo,
requerido
por el mendigo permanente
que tú eres,
por el fiel usurero que tú eres,
finjo que no me llamas por mi nombre,
me reduzco a no abrir,
a no estar,
a ponerme la ropa sin tocarla,
y hago sonar alarmas irrisorias
que apenas oigo yo,
pero nunca se sabe.
Podría ser peor. El punto en que se quiebran
las ramas, los bastones, los cristales
podría no estar en los cristales, los bastones, las ramas
y estar, en cambio, en la piel de mis dedos,
en todo lo que toco
y, aun antes de tocarlo, voy manchando,
de prisa conduciéndolo a su muerte.
Lo escribieron delante de mi cara
y terminé aprendiendo a descifrarlo:
podría ser peor, y en suma lo va siendo.
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(El número 9-10 de La Estafeta del Viento, revista madrileña patrocinada por la Casa de América, está dedicado a la poesía mexicana. En las páginas 66 y 67 aparecen estos poemas míos.)