17 de abril de 2006

La culpable amistad

Tal vez la diferencia principal entre la política y la cultura, o sea entre la polaca y la culturita, radique no en vulgares cuestiones metafísicas ni en sublimes asuntos de presupuesto, sino en la importancia y el valor que los actores de un campo y del otro le conceden al hábito de hacer amigos y conservarlos. Es de lo más normal pensar que la gente de la cultura, de inclinaciones presumiblemente artísticas y educación ateniense, cuando escribe “amistad” lo hace con A mayúscula, y venera de cuerpo entero ese concepto y esa noble práctica, mientras que a los patanes de la pública grilla partidista (fulanos de lo peorcito, según la opinión más extendida) eso de cultivar la solidaridad, el afecto desinteresado y otras naderías por el estilo viene importándoles poco. Lo cierto, sin embargo, es que cineastas, poetas y pintores no pierden ocasión de condenar los libros, películas o exposiciones de sus colegas (que desde luego no han leído, visto ni visitado) imponiéndoles el oprobioso estigma de que “algún amigo” los financió, promovió, premió y reseñó con elogios al mismo tiempo. Con lo cual se demuestra que la pobre amistad, lejos de ser una virtud entre artistas y homínidos afines, en realidad es una vergüenza y una mala palabra.

Entre los políticos, en cambio, nada está mejor visto que tener amigos, y el vicio que se verifica en dicho gremio, si acaso, es el de inventarse camaradas improbables. Con los amigos de los políticos ocurre lo mismo que con los collares de perlas en los bailes de gala: se trata de ostentarlos, no de alegar que son genuinos. Los llamados “amigos” de Vicente Fox ya sabemos quiénes resultaron ser. Los eventuales amigos de Felipe Calderón ya están asomando igualmente la cabeza. De los inconcebibles amigos de Roberto Madrazo vale más no hablar: no sea que alguien esté grabándonos, y así nos vaya. Que sus amigos resulten falsos no implica que también lo sean sus guardaespaldas.

Pero los más impresionantes, los más chimengüenchones, con toda seguridad son los amigos de Andrés Manuel López Obrador, alias López. Pero no me refiero a sus amigotes del billar, la cervecita, el chiste lépero y el abrazo fraterno, si es que los tiene, sino a los amigos que la señora Leticia Hernández (Dios la bendiga) y el ya mencionado Felipe Calderón le atribuyen: Hugo Chávez, Evo Morales y Fidel Castro. ¡A ver quién le mata esos reyes! No huelga recordar que la señora Hernández, vecina de la colonia Juan Manuel Vallarta y apasionada opositora de López Obrador, a quien atribuye las intenciones de arrasar con la Iglesia católica, patrocinar “el matrimonio de los homosexuales, la eutanasia y el aborto” y pactar “con la China comunista”, publicó en Mural el pasado 15 de diciembre una carta profundamente afín a los discursos de Calderón. Brindo por Leticia y Felipe. Si yo no fuera gente del “medio cultural”, o sea enemigo de las amistades, diría que aquí hay con qué armar una bonita relación de amigos para siempre.



("La culpable amistad" apareció en Mural el domingo 9 de abril.)

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