Hoy más o menos dispersa o transformada en los departamentos de Sociología, de la División de Estudios de Estado y Sociedad, y en los de Letras, Historia y Filosofía, de la División de Estudios Históricos y Humanos, ambas del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), la vieja Facultad es un asunto del pasado y, al mismo tiempo, un recuerdo todavía fresco, indispensable cuando se trata de comprender la noción que se tiene de la literatura, de las vocaciones artísticas y humanísticas y, en términos más amplios, de la transmisión del idioma y la enseñanza de la investigación lingüística y filológica en una sociedad como la jalisciense. Porque no era otra su vocación: en la Facultad se buscó desde un principio educar a los alumnos en la investigación y discusión de textos (literarios, filosóficos o históricos) así como en el entendimiento y la didáctica del idioma. De idéntica manera, el siempre arduo tejido social en que una lengua, un comportamiento antropológico, una tradición filosófica o una literatura cobran sentido formó parte integral de sus programas y planes educativos desde su fundación.
Aquí no me referiré a las carreras de filosofía, historia y sociología de la U. de G. ni a la muy fugaz, ya desaparecida, de biblioteconomía. El tema del presente artículo es la licenciatura en letras hispánicas ―o nada más letras, a secas, para los íntimos― desde su origen, en un contexto inusualmente literario, hace más de cincuenta febreros, hasta el día de hoy. Es de suponerse que mi propia experiencia como alumno, egresado y profesor de la carrera inclinará mis afirmaciones a favor o en contra de una institución que, al margen de organigramas, estatutos y denominaciones típicas de la burocracia contemporánea, se ha conservado por espacio de cinco décadas, ora prestando atención a los intereses y necesidades de aspirantes y alumnos, ora desatendiéndolos; ora modernizándose a empellones, ora de buena gana.
FUNDACIÓN MÍTICA, FUNDACIÓN LITERARIA
La enseñanza de la literatura en la universidad pública del Estado existe formalmente desde 1957. La noche del 5 de febrero de aquel año, Agustín Yáñez, a la sazón gobernador de Jalisco, pronunció en el paraninfo universitario el discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras, que llevó ese nombre hasta que, a mediados de los años 90, la reforma de la U. de G. desembocó en la reorganización de las antiguas escuelas y facultades en los nuevos departamentos, divisiones y centros universitarios. No está de más recordar que aquel 5 de febrero se conmemoró en todo el país el primer centenario de la Constitución de 1857.
Cinco meses atrás, el 14 de septiembre de 1956, El Informador se hizo eco de la sesión que celebrara un par de días antes el Consejo General Universitario. Bajo un título que no dejaba lugar a dudas, “Es ya un hecho la Facultad de Filosofía y Letras”, el diario anticipaba la fundación de la escuela en términos que valdría la pena reproducir in extenso. Ya se verá que las misiones que se le asignaron entonces a la naciente Facultad no han perdido ―no totalmente, al menos― vigencia:
Las finalidades concretas de la Facultad de Filosofía son:
1.- Conferir los grados académicos de Maestro y en su caso de Doctor, en las diferentes especialidades que en ella se estudien.
2.- La docencia de alta cultura que impartirá a través de sus clases.
3.- La formación de investigadores por medio de sus Seminarios, Centros de Estudios o Institutos.
4.- La preparación del profesorado para las Escuelas Preparatorias y Normales del país, así como para la misma Universidad.
Finalidades, las cuatro arriba enumeradas, que dejan intuir la realidad social y académica en la que vino a insertarse la facultad entonces fundada. Del primer punto se infiere que las carreras de aquella escuela no llevaron, en un principio, el nombre de licenciaturas (propiciando con ello un equívoco que, hasta cierto punto, se mantiene hasta nuestros días, ya que los egresados de la primera época de la facultad se titularon directamente como maestros, no como licenciados). Del segundo punto se deriva que la noción de “alta cultura” parecía naturalmente vinculada con la enseñanza de la historia, la filosofía y la literatura, presupuesto que hoy se juzgaría tan rebasado como la misma ilusión de “alta cultura”. Del tercer punto se deduce que la instauración de la facultad suponía o prefiguraba la posterior creación de áreas y entidades en que, por extensión y ramificación, la escuela de Filosofía y Letras pudiera extenderse. Del cuarto punto, en fin, se comprende que una de las prioridades de la facultad (y, a través de la misma, de la universidad toda) era la formación de pedagogos no sólo de nivel superior, sino elemental, medio y medio superior. Es evidente, pues, que ya se impartían entonces clases de literatura en otras escuelas y facultades de Jalisco, no sólo universitarias, como la Escuela Normal y la originalmente llamada Facultad de Jurisprudencia, y que Filosofía y Letras nacía con finalidades muy específicas del orden de la especialización, con lo cual se le apartaba de cualquier propósito recreativo en el campo de la “cultura general”.
En cuanto al primer punto, el referido a la titulación de maestros y doctores, huelga decir que, si bien las denominaciones actuales difieren poco de aquéllas, los contenidos asignados a esos dos rangos no tienen casi nada que ver con los de ahora. Entre los considerandos para la fundación de la facultad que debió tomar en cuenta el Consejo General Universitario, presidido por el entonces rector, Guillermo Ramírez Valadez, constaba uno que despeja cualquier duda contemporánea respecto al significado que las palabras maestro y doctor tenían en la U. de G. de 1956. Dice lo siguiente:
Que habiéndose organizado el grado de Bachiller, por acuerdo de ese H. Consejo Universitario, del 5 de septiembre de 1955, es indispensable estructurar el segundo grado universitario: de MAESTRO en los términos a que se refiere el Documento número UNO, dejando la puerta abierta […] para crear en el futuro nuevas Maestrías y en su oportunidad los DOCTORADOS, con las especialidades de Filosofía, Letras e Historia.
En este sentido, Filosofía y Letras nació como una escuela de grado, por así decirlo, que sólo a mediano plazo lo sería también de posgrado. En la medida que no se había previsto, como desembocadura específica para las carreras propias de la Facultad, el grado de licenciado, sino el de maestro, este último fue presentado a su vez como un escalón académico superior al que podían optar lo mismo quienes antes habían obtenido el de bachiller como aquellos que se habían formado en la Escuela Normal. Con el tiempo, la denominación de maestría fue juzgada incorrecta y en su lugar se instruyó que la carrera de letras fuera entendida y cursada como una licenciatura, con lo cual nació —rigurosamente hablando— la licenciatura en letras.
Yáñez, en su alocución de aquel 5 de febrero, se refirió a la facultad que fundaba como a un “santuario” que a la vez fuera un “taller”. El primer símil, de tipo religioso, presupone cierta noción de la literatura como actividad sagrada (el estudioso de las letras, al hacer propio el espacio de un santuario, es percibido como un clérigo, y en su perfil se recupera el sentido antiguo de la clerecía, de tan decisiva importancia en el nacimiento de las lenguas y literaturas románicas) mientras que al segundo símil, de orden laboral, corresponde la noción complementaria de la literatura entendida como un oficio. Del recogimiento en silencio al trabajo y al aprendizaje físico, Filosofía y Letras cumpliría, en la progresión de sus diferentes niveles, con dos funciones paralelas y complementarias: la de la preservación y la de la crítica o, si se prefiere, la de la lectura y la del debate.
Importa subrayar que Agustín Yáñez, el novelista, presidió aquella ceremonia en presencia de importantes agentes y promotores de la cultura mexicana posterior a la Revolución. Ahí estaban, por ejemplo, el político, intelectual y artista José Guadalupe Zuno y el escritor y jurista Salvador Azuela, director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, en años posteriores, director del Fondo de Cultura Económica. Desde luego, se contaba entre los asistentes el profesor Adalberto Navarro Sánchez, a quien algunos de sus discípulos, más por deducción que por confirmación documental, atribuyen la redacción del discurso que Yáñez leyera: Navarro Sánchez había sido, en todo caso, uno de los instigadores originales del proyecto, y fue durante décadas uno de los profesores más apreciados de la carrera de letras.
He aquí dos extractos especialmente significativos del discurso que Yáñez pronunciara esa noche. El primero es el íncipit mismo de su alocución; el segundo remite a los párrafos en que Yáñez asocia el concepto de universidad con el de revolución. Acaso el bucolismo de la primera cita ―el santuario, el campo de cultivo, el taller― no sea del todo incompatible con el progresismo de la segunda:
Ninguna especie de celebración conviene mejor con el espíritu de la Reforma y del Pensamiento Liberal Mexicano, cuyo centenario conmemora hoy la Patria, que abrir a la inteligencia una morada libre, a la par santuario para su culto ―cultivar es fructificar― y taller, donde conjuguen pensamiento con trabajo, según el blasón universitario de Jalisco.
Universidad y Revolución fueron y deben ser conceptos estrechamente afines. […] Si la Revolución es proceso, devenir inestancable, también la Universidad es latente inquietud que jamás se satisface, búsqueda incansable de nuevos principios, de rumbos desconocidos, de hombres y métodos; por esta inquietud que le es propia, la Universidad guarda una actitud alerta, a la expectativa de los mejores, de los más altos valores.
Resulta llamativa, por decir lo menos, la estrategia retórica de Yáñez: puesto que la Universidad es como una criatura y un reflejo de la Revolución, la primera debe mantenerse tan viva como la segunda. De igual forma, dado que la Reforma es (en este orden, más que de ideas, de creencias políticas) el mayor antecedente de la Revolución, luego la Universidad es, ya que hija de una, nieta de la otra. La tradición liberal mexicana, si ha de aceptarse la ecuación de Yáñez, presidía por lógica la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras y la situaba en la vanguardia del movimiento revolucionario.
TIEMPO TRANSCURRIDO
La presencia en aquel acto solemne de Nabor Carrillo y del ya mencionado Salvador Azuela, rector de la UNAM y director de la Facultad de Filosofía y Letras de aquella institución, respectivamente, no era casual en modo alguno. Como bien recordara Juan José Doñán en 1997, al cumplirse cuatro decenios de la fundación de marras, la UNAM prestó el modelo de su propia facultad y alentó a muchos de sus profesores para que impartieran algunos de los primeros cursos de la nueva escuela. Importantes pensadores y renombradas figuras de la literatura nacional viajaron con este motivo a Guadalajara:
Con el patrocinio intelectual y la colaboración profesional de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la flamante dependencia arrancaba con los mejores augurios; un brillante grupo de maestros huéspedes, proveniente de aquella institución (José Gaos, Luis Villoro, Rosario Castellanos, Sergio Fernández, Antonio Pompa y Pompa, entre otros), al lado de varios de los más notables humanistas tapatíos (José Ruiz Medrano, José Cornejo Franco, Arturo Rivas Sainz, Salvador Echavarría, Adalberto Navarro Sánchez…), constituyó su base magisterial.
Arrancó entonces, por así decirlo, la doble historia de la facultad. Por un lado, la historia de sus mejores docentes (de planta e invitados) y sus alumnos más notables; por el otro, la de los vicios, lagunas y desfallecimientos que fueron haciéndose visibles con el tiempo. Cuando, en 1959, Yáñez dejó el gobierno estatal, la presencia de los Gaos, Villoro y Castellanos ya se había confirmado como un don exterior apenas transitorio.
Al poco tiempo, “algunas de las eminencias locales se retiraron cuando ideólogos udegeístas las tildaron de mochos y reaccionarios”, en palabras de Doñán, quien sostiene que las “plagas” que debilitaron a la facultad fueron, en las décadas de 1960 y 1970, la supuesta vanguardia estudiantil e intelectual de un socialismo excluyente y, en las décadas de 1980 y 1990, los planes de la “reforma universitaria” y de la “red universitaria”, que propiciaron la “disolución [de Filosofía y Letras] en un laberinto de divisiones y departamentos”. Pero también es verdad que de la facultad han egresado investigadores, profesores, escritores y periodistas culturales que, como el propio Doñán, en cierta forma dan lustre a la escuela donde se formaron. Es el caso de universitarios como Ernesto Flores, Luz Elena Gutiérrez de Velasco, Sara Poot Herrera, Ricardo Yáñez, Arturo Suárez, Raúl Bañuelos, Arnulfo Eduardo Velasco, Dante Medina, Carmen Vidaurre, Silvia Quezada, Marco Aurelio Larios, Luis Medina Gutiérrez, Ángel Ortuño, Silvia Eugenia Castillero, Cecilia Eudave, Víctor Ortiz Partida, Teresa González Arce, José Israel Carranza, Felipe Ponce, Carlos López de Alba, Cristina Preciado, Hugo Plascencia y muchos otros, cuyo prestigio, lejos de agotarse, se intensifica fuera de la facultad, en ámbitos editoriales y académicos del país y del extranjero.
El primer director de Filosofía y Letras fue José María Díaz de León. También fueron directores de la facultad profesores como Manuel Rodríguez Lapuente y Carlos Fregoso Gennis. Rodríguez Lapuente dirigió Filosofía y Letras de 1982 a 1987, y diez años después, en 1997, declaró que de buena gana “le daría marcha atrás a la creación de departamentos y en todo caso, [se] pronunciaría por una verdadera selección de profesores, ya que desgraciadamente hay muchos maestros chafas”.
Por lo que se refiere a las instalaciones, Filosofía y Letras primero estuvo en Tolsá número 75, “en el edificio que a la postre sería la Escuela de Música de la U. de G.”, ulteriormente demolido. Posteriormente, de 1964 a 1985, estuvo en la calle de Guanajuato, donde hoy en día tiene sus dependencias el Departamento de Trabajo Social. En esa misma zona, pero en la esquina de Avenida de los Maestros y Mariano Bárcena, está la sede actual.
Hace tres años, el 6 de febrero de 2007, Álvaro González publicó en Mural un reportaje centrado en los festejos del cincuentenario de la Facultad (o, más precisamente, de la carrera de letras). En ese artículo se recogieron experiencias, datos y precisiones importantes para comprender el sitio del hoy Departamento de Letras en el mapa universitario y en el presente sociocultural de Guadalajara y de Jalisco. Por ejemplo, Guadalupe Sánchez Robles, jefa del departamento, afirmó entonces que “a la escuela le costó mucho tiempo darse cuenta de que no es una fábrica de escritores”, y el poeta y editor Felipe Ponce fue crítico al subrayar que la escuela “está aislada” y que, más allá de los límites de su propio edificio, no tiene “producción editorial, cursos, talleres, nada".
Hoy en día, la licenciatura en letras hispánicas consta en la oferta de un centro universitario temático (el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, CUCSH) y otro regional (el Centro Universitario del Sur, CUSUR) de la Universidad de Guadalajara. Es evidente que la carrera ofrecida en el CUCSH debe arreglárselas (a diferencia de la ofrecida en el CUSUR, todavía muy joven) con el prestigio y, al mismo tiempo, con la mala fama que, poca o mucha, tiene para extraños y propios. En todo caso, la situación de la licenciatura es muy distinta que hace quince o veinte años: ya no está confinada, como sí lo estuvo durante décadas, al solo turno vespertino, y ahora es una carrera con más demanda que oferta de vacantes, por lo que actualmente los alumnos que ingresan deben pasar por filtros de selección que antaño no cabía imaginar.
En cuanto a los posgrados literarios que ofrece la U. de G. al ser preparado este artículo, uno (la Maestría en Estudios de Literatura Mexicana, registrada en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad, PNPC, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, CONACYT) depende del Departamento de Letras y es, por lo tanto, una opción interesante para los licenciados en letras que se decantan por la investigación universitaria. Según el portal del CUCSH en internet, “el Departamento de Letras es una instancia académica constituida por cuarenta profesores de tiempo completo y uno de medio tiempo, agrupados en cinco academias: Academia de Filología, Academia de Metodología, Academia de Disciplinas Teórico Prácticas, Academia de Literatura Europea y Academia de Literatura Hispanoamericana”. Es igualmente, cabe añadir, un espacio vivo, donde la discusión, la controversia y el desacuerdo ya no son mal vistos, donde cada vez más profesores y alumnos han estado matriculados en instituciones foráneas (con la diferencia cualitativa que va implícita en ello) y, en particular, donde la lengua escrita y hablada sigue apasionando a los mejores elementos.
(Acabo de publicar este artículo en el núm. 83 de la revista Estudios Jaliscienses, del Colegio de Jalisco. El número en su totalidad, coordinado por Sofía Anaya Wittman, está dedicado a la historia de la educación artística en la Universidad de Guadalajara.)
5 comentarios:
De pronto, se hizo una franja lumínica verde y vi un océano. El vehículo en el que viajábamos se transformó en nave estelar. Y, empezó a cobrar vuelo, levantándose hacia el cielo negrísimo a una altura inmensa.
Crónica, teoría y mito... evento, supuestos e imaginación... :)
Bien dicho, Luis Alberto. ¡Saludos!
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