Tan vago es el concepto de cultura, tan vasta —o, si se prefiere, tan escasamente concreta— la realidad que se pretende representar con él, tan poco exitoso el empeño por asignarle contenidos al sustantivo en cuestión, que todo esfuerzo por hablar de política “desde la cultura” en vísperas de una jornada electoral como la del próximo 2 de julio se antoja inapropiado, no tanto porque valga o no la pena tocar el tema cuanto por la baja envergadura que tendría en este caso una intervención casi venida de ninguna parte. Y me apresuro a subrayarlo: no estoy exagerando al etiquetar por adelantado esta nota como expedida (o casi) desde ningún lugar. José Woldenberg ha declarado recientemente: “nadie piensa que a estas alturas todavía puedan producirse reformas profundas al régimen de gobierno (como hubiese sido deseable)”.
Nadie piensa… Si me atengo a la resolución de Woldenberg, mi nombre debe ser —como el de Ulises enfrentado al cíclope— Nadie. Vuelvo a leer la frase categórica y no llego a dilucidar ni el modo ni el tiempo ya no digamos verbal, sino moral del “como hubiese sido deseable”. Ignoro si la higiene del paréntesis baste para evitarme la previa condena de ser poquita cosa, porque yo sí creo (éste no es asunto de pensar, sino de creer: Woldenberg utiliza el verbo pensar como se usa por lo común el to think inglés: con el sentido de creer, o sea de tener algo por cierto) que precisamente “a estas alturas” el “régimen de gobierno” puede y tiene que ser transformado y modernizado, por no decir alterado y saboteado.
Costumbre generalizada es culpar al presidencialismo de todo y lo contrario, y en México la llamada “institución presidencial” está pasando en poco tiempo de ser la encarnación del máximo poder puesto al servicio de la máxima maldad a glorificarse como suprema y tentadora justificación de toda la candidez y de todas las incapacidades imaginables. Téngase bien presente que, gane quien gane las elecciones, no logrará verse respaldado por más del 35% de los votantes. Luego, está bien claro que nadie (como diría José Woldenberg) puede creerse la historia de que votando por este candidato o aquél conseguirá que sus nobles ideales lleguen a Palacio Nacional, habida cuenta de los obstáculos que por supuesto le interpondrán las dos principales minorías en el Poder Legislativo.
Por lo tanto, llegar a la Presidencia de la República equivale hoy por hoy a cobrar un buen sueldo sin responder por demasiadas obligaciones, todo ello procurándose una excelente oportunidad para trabar amistades perdurables (ya que nada es más triste que jubilarse de Presidente y no tener con quién ir al golf). ¿No sería mejor que la Presidencia de la República fuera una instancia plural, de jefatura mitigada y composición tan abierta como el propio Congreso de la Unión? Quizá con ello se ganaría, por lo menos, que artículos como éste (redactado desde la nada por alguien que anulará sus boletas de votación el 2 de julio) no tuvieran por qué ser concebidos.
("Por nada" se publicó en Mural el pasado 4 de junio.)
2 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo; sin embargo sabes lo que gana un magistrado o un juez? Es una grosería para el pueblo, pero cuáles son las propuestas, pues toda crítica es acompañada de una buena propuesta.
Saludos, bro!
OPORTUNO COMENTARIO.
FELICITACIONES POR TUS LIBROS. MUUUUY BUENOS.
SALUDOS
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