La sextina, según la Real Academia Española, es una “composición poética que consta de seis estrofas de seis versos endecasílabos cada una, y de otra que sólo se compone de tres”, lo que da un total de treinta y nueve versos. En todas las estrofas, a excepción de la que hace las veces de cierre, “acaban los versos con las mismas palabras, bien que no ordenadas de igual manera”. Y el diccionario añade aún: “En cada uno de los tres [versos] con que se da remate a esta composición entran dos de los seis vocablos repetidos en las estrofas anteriores”.
A lo que voy es a lo siguiente: la sextina, invención de los trovadores provenzales de la baja Edad Media, es una forma de composición poética basada en el número seis (el seis como tal, y su cuadrado, y su mitad) y una de sus principales características es la reiteración, a todo lo largo del poema, de las palabras que vinieron a concluir cada uno de los versos de la estrofa inicial. De manera que si los versos de la primera estrofa terminaron, por ejemplo, con las palabras España, demonios, pobreza, gobierno, hombre e historia, respectivamente —me remito aquí a las pruebas de “Apología y petición”, celebrada sextina de Jaime Gil de Biedma—, los de la segunda estrofa, merced a una sofisticada mecánica combinatoria, terminarán con historia, España, hombre, demonios, gobierno y pobreza. Y los versos de la estrofa conclusiva, cuando ya los de la tercera y la cuarta y la quinta y la sexta estrofas hayan cumplido con sus propias variaciones, terminarán con demonios, gobierno e historia, pero en el cuerpo del primer verso aparecerá España, en el segundo aparecerá pobreza y en el tercero aparecerá hombre.
A lo que voy, insisto, es a dejar lo más claro posible qué cosa es una sextina, no porque me interese hablar de ninguna en particular (si bien hay una clásica de Arnaut Daniel, miglior fabbro del parlar materno, que siempre valdría la pena traer a cuento: la que comienza con Lo ferm voler q’el cor m’intra, o sea “El firme deseo que se aloja en mi corazón”), sino porque se podría escribir una sextina regularmente buena, o aceptable, o cuando menos didáctica, con las propiedades fundamentales de la crítica literaria. Y es que son seis, a mi ver, los rasgos en común de todas las buenas piezas de crítica literaria: la pertinencia, la información, la descripción de la obra criticada, su explicación, la discusión y la valoración. Seis propiedades que darían lugar, por qué no, a otros tantos deberes del crítico. Con lo cual se pasaría, ni más ni menos, del ejercicio del trabajo crítico a su ética.
("Sextina" se publicó el pasado 1° de enero en Mural.)
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