11 de julio de 2005

¿Quién dijo crítica?

Si escribir poesía en los tiempos que corren es algo impopular y anacrónico, escribir crítica de poesía es incurrir de lleno en la extravagancia y el despropósito. Yo casi diría que hacer crítica en general, y no sólo crítica de poesía, es atentar contra la normalidad psicológica motu proprio en el mejor de los casos y blasfemar contra el Universo en el peor de todos ellos. Etimológicamente, criticar algo es ponerlo en crisis. Analizar un texto, por otro lado, es despedazarlo, desmenuzarlo, disolverlo. Analizar y criticar, dado lo anterior, son comportamientos antisociales, ya que no hay manera de separar sus respectivas esencias de la disgregación y el desorden que les resultan intrínsecos. El que analiza y critica lo hace porque sospecha que tras el acomodo “natural” de los versos, las frases, las estrofas, los párrafos, los poemas, los cuentos, las novelas o los ensayos que ha leído se oculta una significación mucho más amplia que la significación revelada en su primera lectura. Ejercer el arte de la crítica literaria, en efecto, es desordenar y disgregar los elementos de un texto (desordenar y disgregar el texto mismo, en suma) para congregarlos y ordenarlos después, volviéndolos objeto y razón de ser de un segundo texto que deberá exponerlos y juzgarlos. Dicho “segundo texto” es el texto crítico, desde luego.

Ahora bien, ¿cómo defender el ejercicio de la crítica sabiendo que se trata de una disciplina más bien destructiva (o desestabilizadora, en todo caso)? Recuérdese que la palabra Satán quiere decir Adversario. Obsérvese después que, si bien el crítico respeta en principio el orden y fijeza original de los textos literarios, no tarda nada en desconfiar de tales fijeza y orden y procede por consiguiente a interrogarlos y desmontarlos, esto es: a interrogarlos desmontándolos y a desmontarlos interrogándolos. Razónese, por último, que desmontar pieza por pieza un texto cuya escritura lo había conducido precisamente a un orden es tanto como desarmar un aparato de radio en busca de las personas cuyas voces pueden oírse al encenderlo. Y el que desarma el radio es, a primera vista, su enemigo. Con lo cual, desintegrar un texto literario en busca de sus más altos y más profundos contenidos es, también a primera vista, obrar en perjuicio del texto en cuestión y delatarse como enemigo suyo. Desintegrar un texto literario es actuar como el temido Satán, y defender una especie de crítica disolvente que sólo exista como destrucción de las obras criticadas vale tanto como ser el famoso abogado del Diablo.

Creo que nadie negaría que desarmar a tontas y a locas un aparato de radio es ir en contra de su naturaleza y, por lo tanto, en contra de las funciones que dicho aparato debe cumplir en la mayoría de los casos. Por el contrario, desarmarlo para entender mejor su funcionamiento es una forma de honrarlo. Estudiar bien un texto literario, criticarlo bien, es a fin de cuentas devolverlo a su forma original habiéndolo estimulado por dentro, es decir: habiéndolo despertado sin otro expediente que fomentar la operación de cada una de sus glándulas interiores. He aquí el punto en que se vuelve meritorio defender a la crítica literaria: el que desarma un radio es, a primera vista, enemigo del aparato y de su funcionamiento. Pero sólo a primera vista. El que desarma un radio para entenderlo sabe que no está desactivando el arquetipo: sabe que no está poniendo en riesgo los demás radios ni el oficio de quienes los fabrican, y que si al término de sus pesquisas no ha conseguido armar de nuevo el aparato, alguien con más experiencia lo podrá guiar en un segundo esfuerzo por devolver el receptor a su armonía perdida. El que analiza y el que desarma, como el que duda y el que critica, son héroes modestos de la curiosidad y el deseo de saber: héroes con escasísimas probabilidades de ser aplaudidos como tales.

Para ciertas gentes, hablar de crítica literaria es referirse a una de las muchas formas del periodismo, cuando no de la publicidad. Yo no soy enemigo de la publicidad y es obvio que tampoco lo soy del periodismo. Pero la crítica literaria, que no se reduce a la investigación académica especializada, tampoco debe limitarse a la producción de reseñas en serie ni al voceo de novedades editoriales. Si la crítica tiene algún futuro, lo tiene —como todas las artes— más allá de las modas y los aspavientos.



("¿Quién dijo crítica?" se publicó el 2 de julio pasado en Mural. Por otro lado, la ilustración de la que me sirvo aquí es un cuadro de Emanuela Ligal titulado "Crítico de arte".)

2 comentarios:

nacho dijo...

María Luisa Blanco, editora de Babelia, señalaba no hae mucho la antinomia que representa hacer crítica literaria (en el sentido en que se entiende en la academia) y divulgar comentarios críticos en medios masivos de comunicación (crítica literaria para el lego); sostenía que el crítico debe poner a salvo su integridad intelectual pero sin menoscabo de su talento para hacerse entender en un mundo diverso. Entiendo que México no es España y que la calidad lectora cuenta mucho para los espacios culturales rotativos, pero el de Blanco me parece un buen punto a tener en cuenta. Saludos.

nacho dijo...

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